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Julio Verne en tres libros de aventuras, fantasía científica y contradicciones ideológicas

El autor de 'La vuelta al mundo en ochenta días', un incansable creador de aventuras literarias

Ignasi Franch

Durante la segunda mitad del siglo XIX, un prolífico escritor francés renovó la novela de aventuras más o menos relacionada con el colonialismo. Inyectó en sus moldes dosis generosas de divulgación y especulación científica. De la pluma de Julio Verne surgieron Viaje al centro de la Tierra, La isla misteriosa y muchos otros clásicos del género que gozaron de nuevas vidas en la gran pantalla y en la televisión. Asociado perdurablemente con una familia de editores que querían dirigir estas obras a todos los públicos, y publicarla inicialmente en forma seriada mediante revistas, el francés rehuyó la representación de escenas que pudiesen resultar polémicas.

Verne quiso trasmitir las maravillas de la naturaleza y de las posibilidades de la ciencia. Su obra proyectaba una confianza básica en el progreso, abierta a dudas sobre las aplicaciones destructivas de avances tecnológicos. El autor no estaba fuera de los marcos conceptuales predominantes en la época: aplicaba la morfopsicología, que conecta pseudocientíficamente rasgos físicos con caracteres, o asumía los dictados de una antropología eurocéntrica y racista.

Como otros ilustres autores de novelas de aventuras, de H. Ridder Haggard a Arthur Conan Doyle, su mundo pertenecía al hombre blanco. La conflictividad entre clases sociales tampoco fue uno de sus temas estrella, más allá de defensas abstractas de la libertad y de cuestionamientos de intensidad variable sobre el imperialismo. A lo largo de su vida, Verne fluctuó entre la izquierda y la derecha política, navegando sus contradicciones de apasionado de la ciencia y religioso antidarwinista, con etapas socialistas pero defensor de Napoleón III y crítico de la Comuna de París.

A menudo se ha especulado con la personalidad del autor. ¿Era un burgués acomodado que oscilaba entre opciones políticas que entendía como moderadas, o su obra connotaba unas pasiones soterradas que no acabaron de ver la luz? La novela París en el siglo XX es un reflejo de las inquietudes del Verne previo a la consolidación de su éxito. De joven, trabajó en el sector financiero para procurarse una seguridad económica que le facilitase cultivar su vocación literaria. Ese pacto sugiere que era un hombre inquieto pero pragmático. Varios de sus héroes ejemplifican esta apuesta por el alejamiento controlado de las convenciones, sin volar los puentes que permiten el retorno al orden.

No siempre es fácil leer bien a Verne. En el mundo editorial hispano abundan las traducciones reducidas y simplificadas. Tampoco suele ser habitual encontrar ediciones críticas que abran pistas y caminos para profundizar en su obra. En este aspecto, cabe saludar las nuevas ediciones introducidas y anotadas de Veinte mil leguas de viaje submarino (Cátedra) y París en el siglo XX (Akal). Junto con la publicación de un volumen de ensayos y escritos misceláneos, Viaje al centro de la mente (Páginas de Espuma), suponen unos añadidos significativos a la bibliografía verniana en castellano.

Aventuras maravillosas con personaje ambiguo al fondo

Uno de los grandes clásicos de Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino, empieza con lo que aparentemente es la caza de un monstruo marino. El doctor Aronnax es reclutado para formar parte de una expedición de búsqueda y probable destrucción de un ser que provoca naufragios. Rápidamente queda claro que la presunta criatura es el Nautilus, un navío sumergible que usa tecnología desconocida hasta el momento. Lo comanda el enigmático capitán Nemo.

El protagonista de la novela es un formal y correctísimo científico, acompañado de un criado abnegado que ejerce de protector casi suicida de quien le emplea. Aronnax es un hombre de ciencia, acomodado y sin preocupaciones dinerarias, centrado en el conocimiento. Aunque no está demasiado preparado para la acción, es capaz de sobrevivir a momentos muy difíciles, en la tradición de los sabios resilentes que frecuentan las Aventuras extraordinarias escritas por el novelista.

De alguna manera, el protagonista ejemplifica el humanismo verniano, apoyado en el enciclopedismo y en la fe en el progreso, lastrado por inercias androcéntricas y eurocéntricas y, en general, por una estrecha concepción de lo que debe ser la normalidad. Aún así, el Aronnax va un poco más allá de los cauces establecidos al empatizar con ese Nemo (¿antihéroe?, ¿villano?, ¿anti-villano?) partidario de la revolución armada de los oprimidos.

Verne ofreció una novela ambiciosa por su extensión y astuta en las gratificaciones periódicas que ofrece a sus lectores. El autor maneja con soltura unos personajes más bien arquetípicos (Nemo al margen) y anima su viaje con amenazas y descubrimientos. Se trataba, como dice uno de los personajes, de desvelar “los últimos secretos del planeta” en un momento en que las expediciones terrestres habían visitado la práctica totalidad del globo. El mundo por conocer estaba debajo del agua, y el narrador francés consigue conjurar una cierta sensación de maravilla al realzar con algunas invenciones la fauna y flora de las profundidades submarinas.

A lo largo del camino tienen lugar menos conflictos eurocéntricos que en otras ocasiones, puesto que el grueso de la narración se sitúa dentro del Nautilus. Tampoco hay espacio para el machismo explícito, dada la ausencia de mujeres. Desde su aislamiento, el humanismo de Aronnax encuentra menos situaciones que pongan en cuestión el orden civilizatorio establecido por las potencias europeas. Aunque resulte destacable que Nemo, un outsider que ha causado muertes, sea el personaje más consciente de los abusos ecológicos, la lógica de conquista y las violencias a la carta ejercidos por los poderes dominantes. El autor escenifica un cierto elogio de la locura: el aparente enajenado dice verdades que otros no pueden pronunciar.

La nueva versión publicada por Cátedra incluye una traducción íntegra del texto francés. Miguel Ángel Navarrete incorpora, además del correspondiente estudio introductorio, centenares de notas complementarias que expanden la experiencia lectora. Se explican las innumerables referencias culturales y científicas que emergen en la prosa verniana, se señalan diversos errores y despistes cometidos por el autor, y se apuntan algunos interesantes cambios que tuvieron lugar durante el proceso de corrección y edición del texto.

Estos cambios y fluctuaciones atañen especialmente a la representación de Nemo, una figura polémica que generó discusiones entre Verne y su influyente editor. El plan original del narrador tenía connotaciones antizaristas que incomodaron a Pierre-Jules Hetzel, temeroso de irritar a los lectores rusos. La solución de compromiso ensayada resultó interesante: varias insinuaciones y sospechas hacían de Nemo una figura enigmática, misántropa pero quizá comprometida, víctima de alguna represión que presumiblemente había acabado con la vida de su familia.

Un romántico presagio de la distopía moderna

Tras el fenomenal éxito de su primera novela publicada, Cinco semanas en globo, Verne presentó a a su editor una novela futurista titulada París en el año 2000. Hetzel la rechazó por desviarse de la confianza en el progreso científico y tecnológico que debía vertebrar sus escritos. El manuscrito quedó en el olvido hasta que de una caja fuerte emergió una novela corta ambientada en un imaginado París de 1960.

En la obra, el joven Michel Dufrenoy transige inicialmente en trabajar en un banco, a pesar de que aspira a convertirse en artista. Sus dudas y planteamientos remiten a ese Verne que se preocupó de ganar dinero antes de apostarlo todo a su vocación narrativa. Dufrenoy es el idealista insobornable que su creador quizá fantaseó con ser, y no consigue aplicar ese pacto entre la realidad y el deseo. Se niega a seguir el camino de un familiar que se enriqueció comerciando... con el aire.

En ese París futurista, centrado en las transacciones financieras y la construcción, los ciudadanos viven vidas apresuradísimas y se muestran obsesionados con la productividad o el rendimiento económico inmediato. En este contexto, la creación artística ha sufrido profundos cambios en clave fordista: trabajo en cadena, técnicas formularias de repetición y variación, rechazo de la originalidad, inspiración en la ciencia y la tecnología...

Esta vez la trama no se propulsaba mediante un fantasioso viaje en el tiempo a través de estados de catalepsia o sueños prolongados, como los que concebirían Edward Bellamy (El año 2000) o H. G. Wells (El durmiente despierta). Aún así, el planteamiento de Verne desprende una ingenuidad similar, por mucho que el futuro planteado sea oscuro y opuesto a la aparente utopía socialista de Bellamy. Choca ver como el personaje, un mayor de edad que ha crecido en ese París futuro, parece descubrir su funcionamiento al mismo tiempo que los lectores.

Los diálogos de los personajes, su misma manera de pensar, desprenden una cierta afectación que les aleja de la ciencia ficción moderna. La obra se sitúa en la órbita de un romanticismo fantástico del que se fueron distanciando progresivamente autores futuros como el mismo Wells. También hay espacio para un diálogo abiertamente machista, puesto en boca de un personaje secundario, que trasciende el habitual androcentrismo del autor.

Su distopía no resulta tan desaforadamente asfixiante como las posteriores pesadillas de sistemas totalitarios concebidas por Zamiátin en Nosotros o Orwell en 1984. Mediante esta novela de logros artísticos más bien limitados, a caballo entre la fantasía satírica, la pesadilla romántica y algo alejada de la distopía moderna, Verne concibió una especie de anti-utopía ajena a las inercias narrativas derivadas del terror rojo. Sus advertencias atacan una lógica del progreso desarrollista que compartirían parcialmente los Estados Unidos y la Unión Soviética. En la ficción del francés, la amenaza es un capitalismo que obliga a vivir en un presente permanente que arrasa con el pasado.

De alguna manera, el autor concibió un fin de la historia pseudototalitario desde el capitalismo presuntamente liberal. En París en el siglo XX, los disidentes no se enfrentan a policías del pensamiento, torturas o vigilantes armados. Sufren esa exclusión socioeconómica sin aspavientos, disfrazada como una consecuencia involuntaria y excepcional del desarrollo económico, que lleva a cabo el capitalismo sin bridas. Otras ficciones de futuros terribles nos mostrarían sistemas más estridentemente malvados, más basados en la represión violentísima de la disidencia que en una sutil manufactura de consensos.

Admirador de Poe, interesado por la ciencia

Viaje al centro de la mente. Ensayos literarios y científicos (Páginas de Espuma) es un sugerente volumen de materiales misceláneos. Lo integran varios escritos firmados por Verne o, en el caso de varios artículos cortos publicados anónimamente en su hogar habitual (la revista Le Musée des Familles), atribuidos a este. El libro ha sido traducido y anotado por un estudioso de Verne de excepción como el traductor Mauro Armiño.

Los textos recogidos pueden iluminar diversos ángulos del pensamiento del escritor francés, de sus intereses (como los viajes en globo en particular, o las novedades tecnológica en general), sus referentes literarios, su método de trabajo constante o su personalidad. Un ensayo evidencia su fascinación por Edgar Allan Poe. Aunque las fantasías perturbadoras del estadounidense desbordaban el enfoque de los Viajes extraordinarios, el francés llegó a escribir una continuación de La narración de Arthur Gordon Pym.

También aparece el recuerdo de referentes literarios muy previsibles (las novela histórico-románticas de Walter Scott, las aventuras de James Fenimore Cooper) y otros menos evidentes (el realismo de Dickens). En las noticias reales sobre nuevas iniciativas tecnológicas, que a veces derivan en fabulosas especulaciones sobre posibles aplicaciones futuras, predomina una cierta cortesía laudatoria hacia quienes las conciben.

En varios discursos institucionales, que Verne pronunció como consejero municipal de Amiens, también domina un cierto formalismo amable acompañado de un humor inofensivo. Otro ejemplo de comicidad, algo más punzante, se encuentra en la sátira de costumbres Diez horas de caza.

El miedo a la devaluación de las artes y las humanidades, central en París en el siglo XX, reaparece en una conferencia de tintes fantásticos titulada Una ciudad ideal. Ambos textos comparten incluso algunas bromas concretas. Esta conferencia, más bufa que la distopía previa, también está incluida en la edición de París en el siglo XX publicada por Akal.

Un bloque final que incluye diversas entrevistas, de enfoque periodístico y extensión moderada, al Verne tardío. En las entrevistas se entrevé un anciano burgués cómodamente asentado en Amiens, más bien bienhumorado a pesar de sus graves problemas de visión. El autor también respondió a las críticas al rol habitualmente mínimo que reservaba a las mujeres en sus ficciones con algún argumento más bien bochornoso. Los juicios sobre su obra proyectan una cierta humildad y el deseo de seguir llenando páginas y páginas de viajes ficticios, de aventuras para el gran público que no estuvieron exentas de múltiples contradicciones ideológicas más o menos acalladas.

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