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Humor triste, guerras absurdas y naves espaciales: diez años sin Kurt Vonnegut

Vonnegut es una personalidad en su Indianapolis natal

Ignasi Franch

Norman Mailer lo calificó como el Mark Twain de su época, pero lo cierto es que los primeros libros de Kurt Vonnegut fueron recibidos con bastante indiferencia. No puede decirse que el escritor de Matadero Cinco tuviese mucha suerte. Su familia sufrió todo tipo de reveses. Y él, combatiente durante la II Guerra Mundial, fue retenido como prisionero del Ejército alemán en Dresde justo cuando unos bombardeos aliados destruyeron la ciudad. Posteriormente, junto con otros prisioneros, tuvo que dedicarse a desenterrar cadáveres. En Un hombre sin patria, se mostró sorprendido de que no le matasen en represalia por la muerte de decenas de miles de civiles.

Vonnegut tenía motivos para enfadarse con la vida. Uno de sus biógrafos, Charles J. Shields (también autor de un polémico libro sobre Harper Lee, la autora de Matar a un ruiseñor), le retrató como un hombre resentido y de trato muy difícil. En el campo literario, en cambio, construyó su obra desde el humor. Y apostó por un ingenio satírico, amargo y tragicómico, que conservaba unas ciertas dosis de ternura desesperanzada. También aderezó sus relatos con elementos más propios de la ciencia ficción. En sus libros hay saltos temporales y viajes intergalácticos, pero no vienen acompañados de combates épicos, sino de guerras ridículas, revoluciones pintorescas e individuos perplejos.

Ateo y defensor del socialismo, Vonnegut fue presidente de la Asociación Humanista Americana: “Ser humanista significa intentar comportarse decentemente sin esperar recompensas ni castigos después de la muerte”, declaró.

El novelista empezó su trayectoria en los años cincuenta, en pleno maccarthismo. Saul Bellow y Arthur Miller dramatizaban las angustias del capitalismo en Carpe diem o Muerte de un viajante. Vonnegut, por su parte, se mofaba de todo ello en Las sirenas de Titán, un festival de la ciencia ficción con mucho más ingenio que descripciones de explosiones.

En la novela, un magnate se enriquece a través del uso de la Biblia como código secreto para la especulación bursátil (algo parecido veríamos en la película Pi). También se relata un delirante New Deal aeroespacial, basado en lanzar al espacio los excedentes de producción. Suena absurdo, pero no tan alejado de la vida real. Al fin y al cabo, Alan Greenspan (expresidente de la Reserva Federal estadounidense hasta el año 2006) defendió que su gobierno comprase viviendas y las quemase para combatir la burbuja inmobiliaria.

Sátiras del desastre

La experiencia de la guerra marcó Matadero Cinco, parcialmente inspirada en las experiencias traumáticas vividas por su autor en Dresde. Con Madre noche, Vonnegut también trató las heridas de la II Guerra Mundial, inventándose un agente doble estadounidense que trabajó de propagandista para los nazis y fue secuestrado por el Estado israelí.

Las palabras de sus discursos difundían el ideario nacionalsocialista, pero sus pausas y toses enviaban información a los servicios de inteligencia aliados. Las fronteras de lo correcto y lo incorrecto se difuminaban. Algo normal en un hombre que escribió: “No hay ningún motivo para que el bien no pueda imponerse al mal, solo hace falta que los ángeles sepan organizarse a la manera de la mafia”.

En tiempos de la contracultura y los movimientos pacifistas contrarios a la intervención militar en Vietnam, Vonnegut encontró finalmente a su público mediante una prosa crítica con el pasado y el presente imperialista y belicoso de Estados Unidos. Matadero Cinco, llevada al cine por George Roy Hill (El golpe), fue su primer éxito. Con la posterior Desayuno de campeones, terminó de fijar su característica mezcla de tonos y también de medios expresivos: el libro era extremadamente agridulce e incorpora dibujos de su autor.

El escritor de Cuna de gato mantuvo ese discurso hasta su muerte. Tildó a George W. Bush de psicópata y lanzó advertencias sobre la adicción social a los combustibles fósiles: “De la misma manera que muchos adictos que están a punto de enfrentarse al síndrome de abstinencia, nuestros líderes cometen ahora mismo crímenes violentos para conseguir lo poco que queda de aquello a lo que estamos enganchados”.

Sus ficciones, en todo caso, rehuían los mensajes claros. Predominaban los planteamientos escurridizos y las situaciones ambiguas, siempre con ese humor que a veces era la única escapatoria posible ante una realidad dolorosa: “Vi la destrucción de Dresde. Había visto la ciudad antes y salí de un refugio antiaéreo y la vi después. Sin duda, una respuesta era la carcajada. Dios sabe que es el alma a la búsqueda de alivio”.

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