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Entrevista

Lara Moreno, novelista: “Por muy feminista que creas ser, no estás a salvo de sufrir violencia de género”

La escritora Lara Moreno, novelista, autora de relatos y de poemas, tiene una nueva novela: 'La ciudad'

Paula Ramos

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El encuentro con Lara Moreno (Sevilla, 1978) sucede en una terraza a escasos metros de su casa, en un barrio del sur de Madrid. Hace tiempo que no vive en la plaza de la Paja, escenario de su última novela, y el lugar en el que se refugió durante mucho tiempo de la “selva” que, dice, es la capital. Tiene claro que los barrios, tanto el de antes como el de ahora, son algo físico, pero también ideológico. Aunque siente que, cada vez, quedan menos “muros a los que agarrarse”.

Mira alrededor con frecuencia, se protege del sol traicionero de las cuatro de la tarde, y bebé de su café con hielo. Se ríe antes de responder a la primera pregunta. “Es la hora de la siesta, me has matado”, responde. No tanto como lo hizo Por si se va la luz su primera novela, que fue, cuenta, lo que más le ha costado hacer en su vida.

Un viaje a las profundidades de la violencia a través de las manos de tres mujeres, Oliva, Damaris y Horía, que conviven en el mismo espacio físico y temporal, pero que pertenecen a mundos diferentes. Es lo que cuenta Moreno es su tercera novela, La ciudad (Lumen), cuyo primer atisbo tuvo lugar en 2018. La realidad de tres mujeres, que a su vez podrían ser otras tantas, a las que muchos miran, pero a las que nadie ve.

Más de cuatro años de escritura, con largas pausas, como el propio confinamiento, que permitieron a la autora oxigenarse y construir el relato de otra forma. “Horía no hubiera existido si la hubiese escrito del tirón”, reconoce. Hoy es uno de los personajes por los que más afecto siente, una de las historias que más le emociona. Una travesía que Moreno tilda, además, de difícil, por la complejidad de la trama y los requerimientos. “En muchas ocasiones no me hacía falta la predisposición a la escritura, sino el cuerpo y las ganas”, cuenta.

Definirse a uno mismo es complejo, pero ¿quién es Lara Moreno?

Me parece una pregunta dificilísima. En este caso, Lara Moreno es una mujer que ha escrito contra viento y marea, contra el trabajo, la vida, la maternidad y todo lo que arrastra. Ha conseguido escribir su tercera novela, y con eso ya puede darse por satisfecha.

¿Cuántas Laras existen? ¿Hay una Lara escritora y otra que no lo es?

Escritora soy siempre. Es de las cosas profesionales donde más “yo” me siento. Como también forma parte de mi vida emocional, porque va más allá de lo profesional, supongo que podría decir que no hay más de una Lara. Lo que pasa es que soy escritora, pero no estoy escribiendo todo el rato, de hecho, escribo bastante poco.

Clarice Linspector, con quien te han comparado a nivel poético en alguna ocasión, decía escribir con el cuerpo. ¿Con qué escribes tú?

Creo que escribo esencialmente con la cabeza. Lo que pasa es que hay algo bastante torrencial en mi forma de escribir, que yo siempre he definido como orgánico, que tiene que ver con otras muchas cosas que están fuera de lo mental. Por ejemplo, escribir una novela es algo muy cerebral, independientemente de cómo sea tu forma de escribir o los recursos que utilices. La poesía es diferente, pero tampoco diría que la escribo con el cuerpo, en todo caso con la rabia, con el miedo o con el dolor.

¿Qué es escribir?

Comunicar. Contigo misma o con otra persona u otredad con la que tengas un conflicto o un anhelo. Está claro que una novela no se escribe solo para hablar contigo misma, ya es otro tipo de comunicación, una forma de construir mundos, de reflejar lo que te interesa… Dibujar realidades para mirarlas de nuevo, para hacerte las preguntas pertinentes, para pelear por algo… Yo no sé por qué escribo a estas alturas. Me gusta muchísimo y ya está.

En tu escritura, en tu ritmo, me parece intuir a Cortázar.

Cortázar fue mi escritor de cabecera durante muchísimo tiempo. En mi primer libro de relatos, que publiqué con veintitrés años, Felipe Benítez Reyes, que escribió el prólogo, puso algo como “es cortazariana de no se qué”. Entonces, claro, me di cuenta de que tenía que dejar de leer inmediatamente a Cortázar. Porque tiene un estilo superpegajoso, maravilloso. Dejé de leerlo. Luego he vuelto a él, ya con la distancia de la experiencia, solamente a ver, a asombrarme una vez más de su maestría, independiente del estilo, de su forma de construir. En realidad, no sabes nunca qué viene antes. Evidentemente he tenido mucha influencia de muy jovencita, pero claro, han pasado muchos años y he escrito mucho. Creo que había algo en ese fraseo y en ese ritmo que es mi forma de escribir.

Me di cuenta de que tenía que dejar de leer inmediatamente a Cortázar porque tiene un estilo superpegajoso, maravilloso. Luego he vuelto a él, ya con la distancia de la experiencia

Tu última novela, La ciudad, cuenta la historia de tres mujeres muy diferentes con un punto en común: la violencia. Oliva sufre violencia machista. Damaris y Horía, inmigrantes, una estructural, que les obliga a vivir de espaldas al mundo. ¿Cuántas mujeres como ellas, tus protagonistas, te has encontrado?

Con Olivas me habré topado con un montón sin saberlo, y otras cuantas que sí. Posiblemente me rodean unas cuantas en este momento y tampoco lo sé. No me he encontrado con muchas Horías, porque no conozco a la gente que recoge la fruta que yo me como, no comparto la vida con ellos ni con ellas. Y con Damaris tal cual no, pero he conocido unas cuantas. Esa figura de interna nunca la he tenido, ni en mi familia, pero desde hace años viene una mujer a limpiar a mi casa una vez por semana. Es de Rumanía y no se llama Damaris, tiene otro nombre.

¿Están sus historias inspiradas en casos concretos o son la suma de muchas de las realidades que nos rodean?

No son personajes reales, son personajes llenos de realidad.

¿Crees posible que alguien lea tu libro y piense que es inverosímil, que “esas cosas no pasan”?

Hay mucha gente que niega la violencia de género, muchísimos jóvenes. De hecho, ha subido el índice en el último año, cosa que es escalofriante. Posiblemente la gente que se acerque al libro, en su gran mayoría, no cumpla esa cuota y no sea del tipo de gente que la niega, pero de no negarla, per se, a de verdad reconocerla y asumirla va un paso. Lo que sí creo es que, al leer la historia, sobre todo la de Oliva, que creo que es con la que las lectoras pueden identificarse más, la gente se hará preguntas, que ya se han hecho algunos, y es ¿cómo ha podido esta mujer meterse ahí?, ¿por qué no se va?, ¿qué hace soportando eso?, en vez de preguntarse: ¿qué hace este hombre comportándose de esta manera?, ¿qué hace este hombre torturando a esta mujer?

Sobre las víctimas, como Oliva, no pesa solo la violencia, sino la sensación de haber construido su propia jaula.

Es el quid de la cuestión de la violencia de género, que todavía recae sobre nosotras la culpa. Ponemos el foco en la víctima en lugar de en el agresor. Independientemente de los recursos, la culpa se da siempre, la vergüenza, el hecho de sentir que no se lo puedes contar a nadie, y que no te puedes ir de ahí. Eso es lo principal. Es un lugar en el que se han establecido unas reglas basadas en el abuso y en el poder, algo que ya no debería existir de por sí en las relaciones emocionales… Es esa jerarquía infecta la que hace que no nos tratemos con respeto.

Una culpa que pesa más en su caso, al ser madre...

Sí, la culpa de haber permitido que se destruya la relación de antes. Todo parte de esa cultura que tenemos tan arraigada. Aunque las cosas hayan cambiado muchísimo, muchísimo, en el fondo la culpa por separarte cuando ya eres madre, la culpa por vivir separada de tu hija o de tu hijo, por romper esa familia que no deja de ser una estructura muy sagrada sigue ahí. Y claro, cuando esa sensación está todo el rato y si eres madre más, porque es así, no vas a poder ver dónde está la puerta para salir.

Un sentimiento que se repite es el de “esto no me puede pasar a mi”. ¿Observamos lo que ocurre a nuestro alrededor, los números, las estadísticas, con distancia?

Claro, eso siempre les pasa a otros. Realmente he intentado describir esta relación y justo con este personaje, que está en la cúspide de las otras tres, porque es la que está en el lugar del privilegio, porque es blanca, es española, tiene una carrera, tiene su trabajo, es independiente, ha podido separarse de su pareja sin ningún tipo de tragedia ni de trauma. Se lleva bien con el padre de su hija, ha sido siempre una mujer que se ha creído libre… Entonces, evidentemente, esto no le puede pasar a ella. Esto es lo que la sociedad te dice todo el rato. Te lo dice tu familia, te lo dicen tus amigos, te lo dices tú misma. Pero lo que intento contar aquí es que nos puede pasar a todas, absolutamente a todas, en todas las partes del mundo, con más o menos recursos. No estás a salvo de sufrir violencia de género. Igual que no estás a salvo de que te cojan por la calle, te violen y te maten. No estás a salvo de que tu jefe abuse de ti, no solo en un sentido sexual. No es tu voluntad. Por mucho dinero que tengas, por muy inteligente que te creas y por muy feminista que creas ser no se puede evitar si tienes la mala suerte de encontrarte frente a frente con un maltratador.

¿La empatía es selectiva?

Sí, claro. La empatía tiene clase, tiene raza, tiene todo. La empatía tiene dinero también.

“Quién se entromete en el amor ajeno, en la intimidad de otros, en su forma delictiva de enlazarse”, escribes en la novela. ¿Por qué se asume que el papel que corresponde a los que rodean es desde la barrera?

Socialmente ocurre en la familia y en la pareja principalmente. Creo que viene, además, en nuestro caso, de la educación, la educación religiosa… Todo tiene que ver, aunque hay otros países, con otras religiones diferentes a la nuestra, a la que ha alimentado históricamente nuestra sociedad, donde ocurre lo mismo. Tiene que ver con la manera en la que hemos construido nuestras sociedades, en las que había un jefe de la manada siempre. Nadie se mete en la familia porque entendemos que la intimidad es un territorio sagrado, y que el silencio es algo que tiene que ver con el pudor y con el respeto. En realidad, se abandona a su suerte a los débiles.

No estás a salvo de sufrir violencia de género. Igual que no estás a salvo de que te cojan por la calle, te violen y te maten. No estás a salvo de que tu jefe abuse de ti, no solo en un sentido sexual

La violencia tiene múltiples formas. La violencia, escribes, “también es eso, estar insegura después”.

Claro. La relación que cuento en la novela es un reflejo de lo que ocurre en las relaciones de maltrato, que la víctima está bajo una tensión constante. Evidentemente no está en plenas facultades, porque si tienes miedo de lo que va a ocurrir… Otra cosa que se da, que es un patrón muy repetido, son los celos. Generalmente el hombre maltratador se manifiesta muy celoso, como si eso fuese una demostración de amor, que también es algo que tenemos muy mal aprendido. Relacionamos los celos y la posesión con la cantidad de amor, cuando en realidad es una cosa superperversa. Creo que puede ser normal y natural sentirse inseguro o sentir celos en un momento dado, son sentimientos humanos, el problema es qué hacemos con esos sentimientos, cómo los enfrentamos y cómo los convertimos en herramientas que sirven para anular a la otra persona, para prohibir… Hacer sentir insegura a la otra persona es otra forma de parálisis. En realidad, el mecanismo es perfecto, es lo que se hace con las presas: inmovilizarlas.

¿Cómo surge la idea de la novela?

El primer germen fue el reto de enfrentarme a la ciudad como lugar narrativo, porque siempre había metido a mis personajes en zonas rurales. Pero claro, el ruido de Madrid me parecía muy difícil. Pensaba: ¿cómo se cuenta esta urbe, llena de realidades, de contradicciones, y de cosas bonitas y horribles también? Decidí centrarlo todo en el edificio donde yo vivía en ese momento, en la Plaza de la Paja, y decidí contar la historia de estas tres mujeres porque pensé que si quería coger un trocito de Madrid no podía no hablar de inmigración.

Hablas del ruido. ¿En Madrid se vive o se sobrevive?

Depende del dinero que tengas. [Risas]

La relación con la Plaza de la Paja, con el que fue tu barrio, hace que la novela tenga mucho de ti. ¿Por qué ese lugar y no otro?

Elegí esa zona porque le tengo un cariño enorme. Al poco tiempo de empezar esta novela mi casero me dijo que me tenía que ir de mi casa, en la Plaza de la Paja, y que me dejaba la casa hasta junio para que mi hija por lo menos cumpliera el curso escolar. Los quince años que llevaba viviendo había saltado de barrio en barrio. Me iba a la sierra y volvía alegremente... Aunque cada vez pagaba más y más. Esa vez era la primera que vivía sola, y era autónoma. O sea, de pronto, me encuentro en la selva que es de verdad mi ciudad, una absoluta selva. Entonces, a pesar de toda la simbología que tiene para mí ese barrio, porque es un barrio donde realmente yo he construido mis redes y las sigo teniendo, unas muy bonitas, de amistad y laborales, se desmoronaba todo. Decidí, con mas razón, partir desde ahí.

El Tío Timón, el bar de abajo, que es una casa para todos los parroquianos que paseamos por allí… Ese tipo de cosas para mi siempre habían contradicho esa imagen de Madrid como una ciudad salvaje, inhóspita, que yo nunca he pensado que sea así. Nunca piensas que sea así si te quedas en tu ombligo y has tenido suerte… Porque claro, si te pones a mirar un poco más a vista de pájaro, es evidente que es así, que es una ciudad hospitalaria para unos cuantos.

¿Por qué es importante contar historias como estas?

Porque el silencio solo crea monstruos.

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