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“Siento pena cuando oigo la palabra islamofobia”

Tomás Bárbulo

Álvaro Macías

Tomás Bárbulo habla de otros lugares como un nómada que puede dejar de serlo en cualquier plaza. Por decisión propia. Gallego en el DNI, ha vivido en Marruecos, viajado por gran parte de África y no le son ajenos los callejones adyacentes a Gran Vía. Mide las palabras, pero no para crear distancias, sino para tender puentes. Caminos de entendimiento.

Y sin embargo, en su primera novela, La asamblea de los muertos, la historia se centra en cuatro parejas que viajan de Madrid a Tánger o Marrakech. ¿Turistas? Casi. ¿Por trabajo? Algo parecido. Se trata de una caterva de delincuentes de poca monta que planean robar un banco. Un currele que les han encargado desde la capital en una trama que irá dando vueltas y requiebros hasta que de la operación solo quede el plan.

El lenguaje es austero en descripciones, escrito desde un esquema “bastante detallado” que respetó “poco” pero que le servía de base y de tranquilizador. La prosa es casi un informe de cronista de sucesos –sus años en el periodismo dan para desalojar los sentimientos-, y un pulso frío que se le escapa en cada diálogo, tanto en el libro como en la conversación con eldiario.es

“Hace unos años vi un teletipo de un butronero que había sido detenido, 'el Robin Hood de Vallecas' y había caído con su banda. Me llamó la atención que había aprendido el oficio de su padre, que se lo llevaba por las alcantarillas y le enseñaba las zonas por las que ir, las zonas donde le podía sorprender la 'muerte dulce'. Encargué un reportaje y aquello fue la primera chispa”, comenta sobre la idea inicial de su libro. “Luego vino la localización, Marruecos, el territorio de mi infancia, y el lugar donde ocurre el desenlace”.

Se trata de un pueblo fronterizo en el que, cuenta, “los chavales juegan al fútbol en la línea de la frontera que pasa por en medio” y cuando vienen los coches patrulla argelinos o marroquíes se van cada uno para su lado y luego siguen. Eso da muestra de lo que ha visto. De lo que hay por debajo del libro“.

Su trabajo le ha dado tablas y experiencias. “Ser periodista me ha influido”, argumenta, “porque mi obsesión aquí era facilitarle el trabajo al lector. No quería que el lector perdiera el hilo en ningún momento, que no hubiera dos páginas que supusiera un bajón”. Y ese pulso certifica su condición de informador: “Los periodistas escribimos para no perder la atención en ningún momento. Si un lector se aburre a media página, pasa a otra cosa”.

“Tampoco quería ser un narrador omnisciente”, matiza. Y es cierto, el libro ahonda poco en sentimientos o en las razones de cada personaje, dejando que sean sus propios actos los que hablen por ellos. “Es como si el narrador llevara una cámara al hombro y contara lo que pasa. Un estilo lacónico”.

Las lacras de España

En La asamblea de los muertos se intuyen dos Españas entre los protagonistas, de los barrios bajos a ciertos personajes de traje y corbata. “Los periodistas acabamos conociendo gentes de todo tipo. Eso era algo que yo quería aprovechar. He intentado no contraponerlos. El 'traje y corbata' creo que es un disfraz. En el fondo, todo el mundo tiene motivaciones muy similares”, comenta, para luego hablar de los estímulos de sus personajes donde, entre otros, destaca la avaricia.

Sus personajes, los principales, que caen en algunos puntos en los males de la sociedad moderna, a modo de reflejo inequívoco de lo que se cuece en cada calle. “Son un retrato de la gente que se mueve en muchos barrios en el borde de la delincuencia. Es una España que vemos. La España machista, la xenófoba. Esas lacras vienen de la falta de formación, de baja cultura. Han mamado eso y no ha habido una educación que limara o corrigiera esos vicios. Son gente asilvestrada”, dice de sus creaciones.

No por ello exime a sus personajes de ser antihéroes: “A determinados delincuentes se les ha visto siempre como héroes. El siglo XIX español no se puede explicar sin el bandolerismo, ese personaje estaba mitificado. Siempre ha habido una épica en torno a este tipo de gentes”.

“La islamofobia me da pena”

También se nota su trabajo de investigación ensayístico sobre el Sáhara –“mi adolescencia”, la llama- sobre “la parte que estando allí viviendo no fui consciente porque era muy joven”. Viajar y vivir, con v de victoria. O de vencido. Y sin embargo, Tomás Bárbulo huye de generalizaciones al ser preguntado sobre si en España hay una visión sesgada del mundo árabe: “Creo que hay tantas visiones como españoles. No se ve de la misma forma Arabia Saudí que Argelia o Marruecos. Y con respecto a Marruecos, a mayor ignorancia, hay una visión un poco xenófoba. Pero creo que también existe a la inversa”.

Resume: “Hay cierta inquina que tiene que ver con la vecindad. Entre los países vecinos suele haber malentendidos por guerras históricas y en este caso está el eco de las guerras de Marruecos, que fueron tremendas, el eco de la Guerra Civil y el tema del Sáhara, donde España apoya la reivindicación de los saharauis en su proceso de descolonización, la legalidad internacional, un referéndum de autodeterminación. Cualquier roce se convierte en agravio. Y esa inquina suele ser usada por regímenes nacionalistas”, asegura.

¿Y qué siente cuando escucha el término islamofobia? “En general, todos esos términos se confunden. Si se habla de yihadismo, hay que saber que la yihad no es una cosa mala”. Se refiere a la terminología concreta de la palabra, por supuesto, ya que aseguran que no quiere herir sensibilidades. “Un hombre puede usar la yihad para superarse, significa lucha, pero no siempre es la lucha contra el infiel, puede ser la lucha para ser mejor persona. Se ha occidentalizado la palabra”.

Pone un ejemplo: “Hace unos años, hubo un accidente de aviación donde el piloto era egipcio y antes de poner en marcha el avión dijo la palabra 'Bismillah' que significa 'En el nombre de Dios' o 'En el nombre de Alá'. Inmediatamente los servicios de inteligencia dijeron que se trataba de un acto terrorista porque el piloto había mencionado a Alá. Y eso infinidad de musulmanes lo dicen a diario antes de iniciar algo: arrancar el coche, ir a comer... Hay mucha malinterpretación”.

“Siento pena cuando oigo ”islamofobia“, confesa el escritor que afirma que ”ese término es producto de gente que no encontró salidas a su vida y encontró una épica del mal, incluso con tintes sexuales –las esclavas sexuales que les esperan-. Añade que también “le produce pena en la orilla opuesta, ya que se usa para demonizar a un grupo, los musulmanes, que en su conjunto no tiene nada que ver con el terrorismo”.

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