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Ruido y silencio

Sonido Caño Roto

La hija de Tina, de Las Grecas: Era la sensibilidad extrema

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A mediados de los años 50 del pasado siglo, Madrid empezaba a extenderse, y los núcleos chabolistas se diseminaban por las afueras de una ciudad que cada vez se iba haciendo más prieta.

Así estaban las cosas durante la primera época del desarrollismo franquista, cuando los márgenes de la ciudad acogieron a las gentes del campo como mano de obra barata. Para “contener” toda la corriente de inmigrantes, el franquismo diseñó un plan de poblados denominados “dirigidos”. Mirándolo bien, lo de los “poblados dirigidos” era todo un eufemismo, pues, con ello, se evitaba decir que eran arrabales de casas construidas con materiales de lo más tirado.

De esta manera, los descampados que abrazaban la capital se fueron poblando de un proletariado dispuesto para la vida dura; una clase social que venía a beneficiar a las clases dominantes, propietarias de las industrias. Ya sabemos que el trabajo no pagado es el fundamento del capitalismo y que, por eso mismo, una vez satisfecho el excedente, décadas después, la introducción de la heroína neutralizaría toda conciencia de clase posible, convirtiendo los márgenes de la ciudad en el hábitat natural del lumpen madrileño.

Uno de aquellos poblados de casas baratas fue Caño Roto, próximo al Hospital Militar de Carabanchel, donde se levantaron más de mil quinientas viviendas que, con el tiempo, se acercarían a dos mil. Es aquí, en Caño Roto, donde se va a situar el Madrid más rumbero, el de la tradición flamenca mestizada con el ritmo de la negritud. Desde el Paseo de la Castellana, donde la CBS tenía sus oficinas, se alcanzaba a ver el escenario en el que un hombre de formación musical clásica iba a convertir el barro en oro.

El alquimista no fue otro que José Luis de Carlos, un tipo valiente que, antes de adentrarse en Caño Roto, había producido a Morente para Hispavox, y también a dos hermanas que venían pegando fuerte: Las Grecas. Desde la mesa de sonido, José Luis de Carlos había conseguido lo más difícil, un sonido comercial y puro a la vez, una música donde las guitarras del rock progresivo se entendían con el soniquete flamenco, dando como resultado una revolución de la música española sin parangón hasta entonces. Todo hay que decirlo, si no hubiesen existido Las Grecas, hoy no existiría Rosalía, como tampoco hubiese existido “Entre dos aguas” la famosa rumba de Paco de Lucía.

Pero José Luis de Carlos no se conformó con mestizar la gitanería de dos hermanas con el rock ácido de la época. José Luis de Carlos dio un paso más, revolviendo los márgenes hasta conseguir lo que se vino a llamar Sonido Caño Roto; una vibración sonora armada con el soul, la rumba flamenca y la literatura más suburbial. El grupo que iba a representar el sonido de los tiempos crudos sería un grupo bautizado como Los Chorbos, donde tocaba la guitarra un sobrino de Manolo Caracol, el gitano José Manuel Ortega Heredia, más conocido como Manzanita.

Con el primer disco de Los Chorbos, titulado “Poder Gitano”, se presenta la etiqueta del “Sonido Caño Roto”. El disco no tiene desperdicio, desde la versión del “Papa Was a Rolling Stone” de los Temptations, titulada “Vuelvo a casa”, hasta unos fandangos con arreglos funkeros, pasando por la pegadiza “Tendrás una nueva ilusión”, pieza de guitarreo y rajo gitano.

Con todo, el éxito de Los Chorbos fue más reducido que el de Las Grecas. No superaron las expectativas de ventas y, por ello, el criterio cuantitativo de los ejecutivos del Paseo de la Castellana no permitió que Los Chorbos volviesen a grabar disco hasta años más tarde.

Sin embargo, aquel sonido que se bautizó como Caño Roto, se extendería por todo el flamenco suburbial durante los años broncos de la Transición; tiempos revueltos en los que se estilaban los pantalones de campana, los medallones por fuera, el jersey de cuello alto y las patillas de hacha; el cubata, el Winston y el loro sonando a todo volumen con canciones de amores de compra y venta.

Fue el tiempo de los coches chocones, de las discotecas con bolas de espejo y de las barras de jachís de medio talego envueltas en plata. Tate del güeno. Fue el tiempo de José Luis de Carlos, el alquimista sonoro que nos acaba de dejar. Descanse en paz.

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