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Crítica

'Amistad', el patinazo de Juan Mayorga

Los actores que protagonizan 'Amistad'

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La nueva obra de Juan Mayorga ha sido presentada para su estreno como una comedia 'blanca' y como un tratado sobre la amistad. Lamentablemente, no es ni una cosa ni otra. Sino más bien un resbalón, un pequeño trompazo en la carrera de este dramaturgo con más de cuarenta piezas, premio Princesa de Asturias, académico de la lengua y director artístico del Teatro de la Abadía. Pero eso son cargos y honores. Mayorga es, ante todo, uno de los escritores de escena más sólidos del teatro contemporáneo con obras fundamentales que abrieron la dramaturgia contemporánea a una conversación fructífera con la realidad y con la profundidad del ser humano de hoy. Pero los grandes también tropiezan. O, sobre todo los grandes. Pocos autores en estos momentos ven obras que escriben montada sin dilación. Y eso es algo saludable, pero también tiene sus riesgos.

En Amistad, dirigida por José Luis García-Pérez, e interpretada por el propio director junto con Ginés García Millán y Daniel Albadalejo, se nos presenta a tres amigos de la infancia, ya en sus cincuenta que, en un juego un tanto macabro, aprovechan para decirse las verdades que a lo largo de los años han ido ocultándose. Asistimos a un velatorio rodante. A cada paso, uno de ellos será el muerto, los otros lo velarán, hablarán de él, le dirán cómo será recordado. Ese es el juego, esa es la estructura de la pieza.

La comedia 'blanca' muchas veces es entendida, de modo erróneo, como un género menor o menos capaz de indagar en las miserias y excelencias humanas. Pero la comedia es un género que utiliza el humor, el giro de guion y el ritmo para adentrarse a chispazos en los sitios menos iluminados del cerebro. Lo que ocurre en Amistad es que el texto aborda el género, pero no lo conquista. En la obra, el humor no arrampla con la platea, el giro de guion llega a la media hora de función y, si bien puede ser sorpresivo, aboca a la obra a una estructura repetitiva que hace que el ritmo se vea afectado. Aquella verdad que decía Jardiel Poncela sobre la comedia —el acto primero tiene que enganchar, el segundo tiene que superar al primero y el tercero tiene que ser sublime— no se da. La dirección de García Pérez intenta avivarla, imprimiendo a la actuación un registro clown. Pero, por lo menos en el estreno, la propuesta no consiguió tomar cuerpo. Quizá con las funciones vaya cogiéndolo. Ojalá. Aunque el tipo de actuación, propio de un teatro convencional y un tanto viejo, parece apuntar a lo contrario.

Ficción y realidad

Mayorga es bien conocido por su destreza de dominar géneros, herramientas y argamasas teatrales. Todo siempre orientado en pos de un juego escénico que permita la indagación inteligente y reflexiva con el público sobre el ser humano. Ya sea esto en su teatro más político, en el más psicológico o en sus comedias, que también las hay. Mayorga demostró dominar la comedia en su obra El gordo y el flaco que montó Carlos Marchena en 2008 en la Cuarta Pared de Madrid. Esta vez ese juego escénico falla.

Otra de las constantes en la carrera de este autor es su capacidad, a través de tramas a veces bien complejas, de instaurar puntos de fuga que hacen que los límites de la realidad y la ficción se desdibujen. Su teatro está lleno de personajes abocados a levantar una ficción para salvarse. En Amistad también ocurre. Los personajes pautan una ficción colectiva para salir de una amistad anclada en arquetipos de patio de colegio, de disputas por ver quién ostenta más su hombría. Y ese juego se da en un espacio apartado del mundo, en un sótano donde nadie más entra, abriendo así la puerta para dudar de si estos tres hombres no están ya todos muertos, de si lo que presenciamos no es más que un purgatorio donde el ser humano está destinado a repetir una ficción eterna. Esa propuesta se intuye, pero la obra no ahonda en ella y desgraciadamente no coge vuelo. Las luces de Pedro Yagüe parecen al principio querer jugar con esa dicotomía de mundos separados, de espacio irreal, pero al no profundizar la obra en esta veta, las luces acaban perdiéndose en un elocuente y mecanizado cambio de ambientes.

Pero quizá la gran falla de la obra sea la poca trascendencia con la que aborda el tema de la amistad. Se evoca a Aristóteles. “Amistad es saber que un día uno cargará con la muerte del otro”, se dice en la obra. “El hombre es un ser para la muerte”, asegura Manglano (García Millán), en tono de comedia citando al filósofo alemán Martin Heidegger. Pero más allá, lo que se encuentra el espectador es la historia de tres españolitos nacidos antes de la muerte de Franco y reos de su época. Dice Mayorga que esta es una de sus obras que parten más de la escucha de la calle. Está escrita en el año 2017. El universo que despliegan los tres actores es plausible con la realidad social del país, una España que sigue siendo bastante machirula. Así, la obra dibuja una amistad donde los afectos se esconden debajo de una competitividad manifiesta, una amistad como mera asunción de roles que en teoría han de definirte: el tonto, el guapo, el valiente, el aprovechado. Quizá lo erróneo en la propuesta es que la amistad verdadera, esa a la que aludía Séneca, quede enmarañada en un universo de menor recorrido, el de la camaradería.

Un cajón de escritorio en nuestro ser

En el prólogo del texto de la obra que acaba de editar La uÑa RoTa, la filósofa Nuria Sánchez Madrid cita uno de los fragmentos más lúcidos de Prosas apátridas, el libro publicado por el peruano Julio Ramón Ribeyro en 1975, una de las más altas cotas de la prosa poética de la literatura moderna que bebe del mejor estoicismo de las Meditaciones de Marco Aurelio y de la modernidad de los Poemas en prosa de Baudelaire. Es la prosa número 39. En ella, Ribeyro dice que el verdadero amigo es dueño de un cajón de escritorio escondido en nuestro ser. Por eso, las primeras amistades son importantes, porque esos cajones que nuestra personalidad contiene van siendo ocupados. En otra prosa, la 97, Ribeyro dice: “Somos un instrumento dotado de muchas cuerdas, pero generalmente nos morimos sin que hayan sido pulsadas todas. Así nunca sabremos qué música era la que guardábamos. Nos faltó el amor, la amistad, el viaje, el libro, la ciudad, capaz de hacer vibrar la polifonía en nosotros oculta. Dimos siempre la misma nota”.

La amistad como algo que nos conforma, que nos salva. De la mediocridad, de ser monocromos, previsibles, de dar siempre la misma nota, como dice Ribeyro. Amigos que nos descubren quiénes somos, que despiertan en nosotros hilos todavía no tocados. Hilos que sabemos que cuando ellos se vayan nunca más serán pulsados, por eso morimos en parte cuando algún amigo desaparece. Todo esto, tan propio del hombre como de la mujer, en la obra no está. Vemos a tres amigos unidos, que soportan los errores y defectos del otro. Deudas, infidelidades, aires de superioridad. Pero las relaciones que establecen entre ellos no van más allá, no se vislumbra entre ellos relaciones profundas surgidas de la confidencia, la intimidad o el diálogo sincero. Tan solo queda un triángulo trufado de testosterona y un tanto superfluo. Podría haber tratado este universo Mayorga con acidez. No lo hace. Prefiere el humor 'blanco' e intentar salvar a los personajes, tratarlos con ternura, llevarlos al terreno de la melancolía del hombre maduro que cae en momentos de blandura propios del peor José Luis Garci. “Cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene”, decía Baltasar Gracián. El problema de la obra es exactamente ese, la muestra plana de la amistad que de esta obra se desprende.

El montaje está producido por el Teatro Español y por Octubre Producciones. Estará hasta el 5 de marzo en las Naves del Español y comenzará una extensa gira que pasará por Valencia, Euskadi y Navarra en marzo y abril y que ya tiene fechas cerradas hasta diciembre. Comedia, actores conocidos y el marchamo de Mayorga. Le irá bien. Es de esperar que la obra vaya cogiendo ritmo y chispa y no aburra tanto al respetable como en el estreno. Por otro lado, Mayorga estrena el 20 de abril en el Teatro de la Abadía nueva obra, María Luisa, dirigida por él mismo.

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