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Solo tres ajustes convierten un lugar insoportable en una sala de cine para las personas autistas

Los Cines Embajadores de Madrid durante una sesión adaptada por la asociación VenTEA para niños y niñas en el espectro autista

Ana Tenías

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La cola del sábado por la mañana en el Cine Embajadores de Madrid es larga: más de 90 espectadores acuden a la proyección de Super Mario Bros: La película, con una audiencia de niños y niñas acompañados de sus familias que asisten al estreno infantil de moda de la primavera. En la puerta de la sala, unas fichas con dibujos que explican con claridad el lugar, la hora, las indicaciones y la actividad en la que se encuentran los asistentes. “Me siento en la butaca, se apaga la luz y estoy en silencio”, se lee.

En la parte trasera de las butacas hay un pequeño foco de luz que ilumina, muy ligeramente, la sala de cine; la película tiene el volumen alto, pero algo menos a lo que acostumbra; la puerta principal está abierta —pero no por eso traspasa la luz ni el ruido del exterior—, y la proyección comienza, sin anuncios, a su hora. Eso es todo lo que se necesita para adaptar una sala de cine a la audiencia del espectro autista, cuyo ocio se ve muy a menudo quebrantado por la falta de sensibilización, inclusión y medios. Pero hay veces, como esta, que es diferente.

A la pregunta de cuántas personas forman parte de VenTEA, Irene Morán García responde: “Solo yo”. Antes siquiera de empezar a hablar, Irene hace una indicación sobre el uso de la terminología. Quiere que el trato sea respetuoso. Explica sus preferencias a la hora de hablar sobre el trastorno del espectro del autismo (TEA) y, posteriormente, elDiario.es se pone también en contacto con la Confederación Autismo España para utilizar un lenguaje atento, inclusivo y plural. Lo que responden es que hay varias formas de referirse a las personas en el espectro autista y que la diferencia, explican al teléfono, depende de la preferencia y situación de cada uno: “Todas las fórmulas son correctas, pero hay quienes prefieren poner la persona primero y usan 'personas con autismo', y quienes lo perciben como una forma identitaria y se refieren a sí mismos como 'autistas'”. Este medio pretende aludir a todas ellas.

El proyecto comenzó hace seis años con su trabajo final de máster, un pase piloto al que acudieron 220 personas entre las que “la mayoría nunca había ido al cine y, si lo habían hecho, habían tenido experiencias terribles”. En pleno centro de la capital, Irene mantiene una conversación con elDiario.es y cuenta que otra asociación en Barcelona ya hacía cine adaptado, pero solo dos pases al año y solo para socios. Lo que quería Irene era “mejorar la ejecución” de la iniciativa y que “en lugar de gestionarlo una entidad de discapacidad, lo gestionara el propio cine”, con la intención de que una actividad tan cotidiana deje de percibirse como un evento extraordinario para las personas en el espectro autista y se convierta así en una propuesta corriente de ocio, a compartir con otras personas que estén o no en el espectro. La asociación organiza, está presente y funciona como una especie de mediadora de la actividad, pero es el propio cine el que saca a la venta entradas para proyecciones adaptadas. La idea, de alguna forma, ya se extiende por todo el país: VenTEA y otras asociaciones colaboran en diferentes ciudades para la adaptación de distintas formas de ocio

Adaptar las salas de cine, algo mucho más fácil de lo que parece

“Es algo muy sencillo, cualquier cine puede hacerlo. Lo único que hacemos es poner un punto de luz en la sala y el volumen un poquito más bajo. Es así de fácil. Todo lo demás, es mérito absoluto de la asociación”, dice Fernando Lobo, uno de los impulsores del Cine Embajadores. Hace dos años Irene se puso en contacto con ellos y “desde el primer momento” acogieron la idea, que ya se llevaba a cabo —y lo sigue haciendo— en otras salas como las de Majadahonda.

Un ocio adaptado ni siquiera sería un ocio adaptado para autistas, sino abierto a todos los públicos

Irene Morán García Fundadora de la asociación VenTEA

Lanzan unos dos pases de cine adaptado al mes —algo que, recuerda Irene, sigue siendo muy escaso—, a los que asiste audiencia con o sin TEA. “De hecho, a veces solo el 20% de los espectadores está en el espectro autista”, dice Irene, lo que le parece también interesante porque de esta manera, personas con y sin discapacidad o diversidad funcional comparten el mismo tiempo y la misma experiencia. “Un ocio adaptado ni siquiera sería un ocio adaptado para autistas, sino para gente que tuviera trastornos del procesamiento sensorial e incluso para gente que se agobia o le molesta el sonido y otras cosas en las actividades corrientes”, asegura. Los pases son abiertos a todos los públicos. En esta proyección, muchos niños en el espectro autista vienen con sus compañeros de clase.

“Que mi hija venga al cine con sus amigos que no tienen autismo es una actividad de socialización, de integración. El resto de niños entiende que así ella está más tranquila, así que luego, en su día a día y en una interacción normal con ella, ya saben que no pueden gritar, que le sientan mal los ruidos, las sorpresas…”, indica María en una conversación con el periódico a la entrada del cine. “Habíamos intentado ir al cine ordinario y fue imposible. Con esas edades y recién diagnosticada, te da vergüenza lo que la gente pueda pensar de una niña que se tira al suelo y grita. Le daba miedo entrar a una sala de cine, se echaba a llorar. La primera vez que fuimos al cine adaptado sabía que se podía mover, salía un rato a jugar, volvía a entrar… Allí es cuando ella vio que era diferente y que se encontraba muy bien. Ahora ya disfruta con la peli”, cuenta. 

En el hall del cine, Jarana duerme cerca de una mesa con juguetes, fichas descriptivas y otros objetos de entretenimiento. Es un perro de socialización, y forma parte del espacio de descanso que Irene monta para que los niños y niñas salgan a distraerse, cuando lo deseen, de la película. Normalmente llevan ellos mismos sus objetos preferidos, pero aun así tiene una selección de materiales lúdicos esenciales para que los niños se entretengan si se cansan o se calmen en una posible situación de estrés.

La hija de Nuria también está viendo el filme del famoso videojuego. Su relato y el de María comparten muchas cosas, pero llama la atención la sensación de impertinencia, molestia o culpa que han tenido durante mucho tiempo en los espacios públicos: “Sientes que siempre estás molestando, que la gente te está mirando. Mi hija ahora suele ver bastante bien la película, pero al principio eran gritos, salir corriendo, saltar, gritar. En una sala donde la mayoría de gente no sabe lo que es el autismo o no entiende que un niño pueda tener este tipo de conductas, prefieres no estar ahí para pasar un mal rato o molestar a la gente”. Por eso, es importante que la actividad sea compartida. “Eso, aquí, no pasa”. 

No hay ocio para las personas en el espectro autista

Que las personas en el espectro autista no tengan ocio es un problema grave. Explica Irene que las familias no lo demandan “porque no existe”: “Como nunca lo han tenido, no se les ocurre pedirlo”. Nuria cree que si su hija “llama la atención” en una sala con gente sin TEA es porque “el principal problema siempre es que la sociedad en general desconoce lo que es el autismo”, y por eso lleva por bandera: “Hay que visibilizar que somos invisibles”. Quizás normalizar ciertas situaciones de las discapacidades o diversidades funcionales desde la infancia sea clave. “Cuando tú vas a una sala de cine habitualmente no ves a ningún niño con discapacidad o con ese tipo de conductas. No saben que hay niños con este tipo de necesidades. Y para mí eso es lo más importante: que no tengamos que tener una sala o una sesión diferente, sino que podamos ir a cualquiera y la gente vea lo que es un niño con una necesidad especial. No somos extraterrestres ni marcianos, podemos estar completamente integrados”, defiende. 

Lo más importante es que no tengamos que ir a una sala diferente, sino que podamos ir a cualquiera y la gente vea lo que es un niño con una necesidad especial

Nuria Madre de una menor con TEA

Irene explica que las veces que ha proyectado películas para adultos, el cine se ha quedado vacío. Si VenTEA está destinado al público infantil, es solo porque no encuentra la forma de hacerlo viable para otras edades. “Viene muy poco o nada de público. Y todo lo que sea para niños, marketinianamente entra mejor. Si tu cine ofrece una cosa para niños, la gente pensará: '¡Qué majos! ¡Qué guay que cuidéis la infancia!', pero para los mayores es mucho más difícil”. De hecho, apenas hay alternativas. “Mis amigas autistas de 35 años no han ido nunca al cine”, relata Irene, “porque no lo soportan sensorialmente o simplemente porque necesitan cinco minutos de parón a mitad de peli: descomprimir y volver a entrar. Pero los cines, por menos de 15 entradas vendidas, dicen que no”.

Aunque las salas que llevan a cabo la propuesta se encargan de los gastos de la proyección —como hacen, en cualquier caso, con todas las películas, ya que adaptarlo a la audiencia TEA no tiene costes— y parte del precio de la entrada de esta sala va destinado a VenTEA, Irene corre con todo lo demás. “La movilidad, la comunicación, los carteles, la asociación, la publicidad, la gestoría, la plataforma online… Cada sesión me cuesta alrededor de 300 euros”, afirma.

Al principio, lo costeaba con sus ahorros. “Cuando me los gasté todos y dejé mi otro trabajo de fotógrafa, la asociación empezó a mantenerse con los contratos que nos hacen algunos ayuntamientos” explica Irene, “y eso que va en contra de lo que queremos hacer, que es ver cine en el cine y no en las casas de cultura, pero tengo que hacer caja para luego venir aquí y que esta sesión salga rentable”. VenTEA acaba de firmar un contrato “para adaptar nueve de los museos municipales de Madrid”, otro de los planes de ocio que llevan a cabo —también hay parque de bolas y un encuentro para comer— y que Irene espera que pueda ser una fuente de ingresos para seguir adelante.

¿Por qué tenemos que hacer un esfuerzo adicional al que hacen otras familias?

María Madre de una menor con TEA

“Cada vez que queremos hacer algo con el resto de niños hay que hablar con los monitores, explicarles lo que es”, relata María. “Muchas veces la gente está dispuesta a ayudarte, pero tienes que buscarlo tú. ¿Por qué tenemos que hacer un esfuerzo adicional al que hacen otras familias?”. Desde VenTEA se insiste en que el ocio adaptado para niños y para adultos es esencial, porque “normalmente se hacen estudios desde lo clínico, pero no desde lo social, y se nos olvida que es una parte fundamental de nuestras vidas”.

Irene vuelve a repetir que un ocio adaptado es un ocio inclusivo. De igual manera que en el caso de los cines los pases serían abiertos para todos los públicos y que “lo único que haría falta es que las salas se presten a ello”, con el resto de actividades debería ocurrir igual. Solo hace falta sensibilización, inversión económica y normalización. Al acabar esta conversación, todos los niños y niñas siguen en sus butacas. No quitan la vista de los dibujos animados. Y el lunes, en el recreo del colegio, hablarán de la película. Todos.

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