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Tres libros llenos de haikus visuales para estimular la mente sin psicotrópicos

'Paseando con Samuel', la primera gran obra de Tommi Musturi

Francesc Miró

Antes de que Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, jugase con el haiku japonés, ya lo habían cultivado otros nombres -tanto o más ilustres-, del verso en castellano como Benedetti, Borges o González Lanuza. Pero fue el mexicano quien definió el arte como nunca antes se había hecho. “El haiku se convierte en la anotación rápida, verdadera recreación de un momento privilegiado; exclamación poética, caligrafía, pintura y escuela de meditación; todo junto”, decía en su obra Las peras del Olmo.

Esto mismo, palabra por palabra, es lo que parece hacer Tommi Musturi con sus viñetas. Este historietista finlandés, nacido en Juupajoki en 1975, suele decir mucho con muy poco y su forma de entender el arte secuencial le ha convertido en una de las voces más destacadas del panorama europeo a base de publicar en fanzines, realizar ilustraciones para revistas, libros y discos y mostrar su trabajo en exposiciones por todo el mundo.

En España podemos encontrar las tres obras del dibujante finlandés, publicadas todas por Aristas Martínez. Cómics y también colecciones de haikus visuales que caminan entre la belleza y el horror para revelarse como recreación de un momento presente que solo existe en la mente de quien lo dibuja. Un auténtico placer para los ojos y un estimulante mental exento de sustancias psicotrópicas.

Paseando con Samuel

Paseando con Samuel

Su portada, más que una ilustración sugerente, es un aviso: estamos ante un laberinto narrativo semejante al que planteaba el videojuego Monument Valley al que tanto le gustaba jugar a Frank Underwood. La diferencia es que aquí nosotros no controlamos los pasos del personaje principal, solo podemos observar, ajenos a sus avances y retrocesos pero atentos a los conceptos que enfrenta en cada viñeta.

Su nombre es Samuel. Es una figura gris y antropomorfa con un solo ojo que camina y conoce mundos que unas veces se parecen al nuestro y otras no. Con él, viajamos a través de épocas y estaciones, observando su entorno y descubriendo lo mismo que él, que lo vive todo por primera vez: la creación, la relación del ser con la naturaleza, el otro, la construcción de ídolos, la alienación urbana... todo con una estructura cerrada de cuatro viñetas por página que, como pantallas de una ensoñación lisérgica, se acercan y huyen de la narrativa lógica a placer.

El resultado es una experiencia que estimula por lo que propone sin segundas ni atajos, reflexiones breves pero profundas sobre los más variados temas solo a través de la imagen. Composición cuadrada en la que, como los versos de un haiku, nada de lo que aparece es accidental y todo, “pasa antes en nuestra mente y en nuestra imaginación”, que diría Will Eisner.

Sr. Esperanza 

Sr. Esperanza

Para muchos, el cómic más conseguido de Tommi Musturi no lo protagoniza Samuel, sino una pareja de jubilados que vive retirada en el campo. Se trata de Sr. Esperanza, una obra absolutamente encantadora que sigue las andanzas de un señor mayor hastiado y cansado que no se siente orgulloso de lo que ha conseguido ni de lo que le queda por vivir.

Retrato preciosista del impasse entre dejar de ser útil y dar la bienvenida a la muerte. Desventuras de la vejez que vive quien no tiene otro objetivo que seguir vivo sin que eso suponga una molestia para nadie. También, extensa reflexión sobre el pasado común, el que no pertenece a nadie pero que encierra infinitas historias individuales llenas de vida y de aprendizajes. De etapas y decepciones.

Si para Ingmar Bergman envejecer era como subir una montaña en la que a medida que alcanzas altura pierdes fuerzas pero ganas en amplitud de miras, para Tommi Musturi sería subir esa misma montaña sin ver nada más que tus pies tropezando con piedras imposibles de flanquear.

Sr. Esperanza podría ser el reflejo deforme y satírico de ciertas obras de Jiro Taniguchi por su mirada a la relación entre naturaleza y ser humano, el paso del tiempo y el retrato de los detalles más nimios tan llenos de belleza como el paisaje más espectacular. Pero también, un cómic sobre las posibilidades de la imaginación, único refugio de un cuerpo caduco, que convierte al protagonista en un villano de western, un punk de pro o un hippie capaz de hablar con los pájaros.

“Espero que no pasen más días sin que nadie me abrace.
Espero no recibir más malas noticias.
Espero no tener que pensar como un viejo.
Espero que no haya tiempos ni planes mejores que los anteriores.
Espero que allí,
en algún lugar,
exista algo auténtico”.
Sr. Esperanza. Tommi Musturi.

Simplemente Samuel 

Simplemente Samuel

La obra más experimental de Musturi vuelve sobre los pasos de Samuel para acompañarlo en nuevas aventuras cada vez menos pegadas a ninguna realidad, más anárquicas y libres. Una exploración del lenguaje del cómic que excede las reflexiones de Paseando con Samuel y obvia el discurso mantenido en Sr. Esperanza. Aquí lo único que vale son las posibilidades de la forma, el movimiento y el color entre viñetas y sin bocadillos.

Samuel toma una nueva dimensión como recurso narrativo y expresivo. Casi como contestación a la democracia de las formas y las líneas claras del cómic europeo clásico -como el de Hergé-. Él encarna una pequeñísima revolución sin sentido sobre cómo una imagen no tiene por qué valer más que mil palabras, sino ofrecer algo que las palabras no puedan dar.

“Encerrar en diecisiete sílabas, y además con escisiones predeterminadas, una sensación, una duda, una opinión, un paisaje y hasta una pequeña anécdota, empezó siendo un juego. Pero de a poco uno va captando nuevas posibilidades de la vieja estructura”, decía Benedetti en Rincón de Haikus. Musturi juega con las nuevas posibilidades de la vieja estructura del lenguaje del cómic: la viñeta.

Con ellas, de cuatro en cuatro, construye imágenes que esconden mucho más de lo que significan a primera vista. Que imaginan, reflexionan y viajan, sin apenas abrir la boca. Que nos llevan a mundos que, si se parecen al nuestro, nos dicen que tal vez estamos más vacíos de lo que queremos aparentar. Y si no se parecen en nada nuestro, por lo menos dibujan uno en el que nos gustaría vivir.

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