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En busca de una izquierda que no confluya pero sume

Íñigo Errejón junto a Mónica Oltra y Joan Baldoví en un acto de campaña de 'A la Valenciana' en las generales de 2016.

Adolf Beltran

Como hemos comprobado, no es lo mismo un Gobierno de coalición que un pacto de investidura. Tampoco es lo mismo una confluencia que una alianza. En la alianza se establecen acuerdos, en la confluencia se mezclan actores o movimientos. Contra ciertas visiones esquemáticas, Compromís no ha sido nunca una confluencia (tal vez sería más riguroso hablar de “afluente”) del partido de Pablo Iglesias, ni cuando concurrió con Podemos a las elecciones generales. Entre otras cosas porque ya estaba allí antes de que Podemos apareciera (tenía representación en las Corts Valencianes, el Congreso de los Diputados y el Ayuntamiento de València). Mónica Oltra ha dicho alguna vez que su formación es en ella misma una confluencia, aunque su estructura sea la de una coalición de tres partidos (Bloc Nacionalista Valencià, Iniciativa del Poble Valencià y Verds-Equo) y en ese equilibrio radique parte de su éxito.

El hecho es que Compromís ya era una fuerza política clave en la escena valenciana cuando Podemos irrumpió en ella. La alianza de ambas formaciones en las dos elecciones generales de 2015 y 2016 demostró pronto sus limitaciones y los diputados de la coalición valencianista no se integraron en el grupo parlamentario de Pablo Iglesias; se fueron al grupo mixto.

Por separado, en la competencia entre las dos opciones, los valencianistas se muestran mucho más fuertes que Podemos en las autonómicas y locales mientras Podemos supera con holgura a Compromís en las generales y europeas. Un fenómeno que revela que comparten franjas amplias del electorado, aunque un voto dual casi del mismo volumen también se produce con el PSPV-PSOE.

Con debilidades y fortalezas simétricas, Compromís mantiene la convivencia con Unidas Podemos y Esquerra Unida como socios de los socialistas en el Pacto del Botánico, que esta legislatura sostiene por segunda vez al Gobierno tripartito valenciano presidido por Ximo Puig. Por eso la alianza con Más País en las elecciones generales, planteada con un alto grado de autonomía para los valencianistas incluso dentro del eventual grupo parlamentario, llama tanto la atención, porque sacude el tablero y suscita interrogantes.

Més Compromís, que es como se denominará en las tres circunscripciones valencianas la plataforma liderada por Íñigo Errejón, apunta a otra forma de estructurar la colaboración de las izquierdas. Ha influido, sin duda, el hecho de que Más Madrid, matriz de la candidatura, tuvo su origen en la ruptura de la confluencia del grupo que lideraba Manuela Carmena con lo que hoy es Unidas Podemos.

Las denominadas alcaldías del cambio han confirmado en las tres principales ciudades españolas que el distanciamiento del PSOE de amplios sectores de voto urbano no era coyuntural, pero en Madrid, Barcelona y Valencia, con Carmena, Colau y Ribó, el fenómeno se encarnó en fórmulas distintas y con resultados contrapuestos de los que no salió bien parado Podemos.

Además de renovar la alcaldía de la ciudad de Valencia, la de Joan Ribó fue la lista más votada en las elecciones municipales, a diferencia de lo que ocurrió con Ada Colau en Barcelona, que pese a quedar segunda, y no sin dificultades (que salvó el apoyo de Manuel Valls), volvió a ser alcaldesa. Manuela Carmena también fue la más votada en Madrid, pero perdió la alcaldía a manos de la derecha. Ni en Valencia ni en Madrid estuvo Podemos de su parte: más bien en contra en Madrid y en una candidatura propia que no logró representación en Valencia. Solo en Barcelona remó a favor.

Tener en cuenta la potencia y la persistencia de esa diversidad surgida en el gran laboratorio del voto urbano (más que lo ha hecho Podemos) puede ayudar a Más País a encontrar el talante de una alternativa que no confluya, pero que sume. También lo hará la flexibilidad de un enfoque territorial sensible a las Españas, es decir, si es capaz de acomodar a esas fuerzas de izquierda que están comprometidas con encontrar encaje en un Estado de corte federal a culturas, lenguas y naciones, a esos hechos diferenciales que precisamente dan textura al país.

Es muy pronto para concluir nada, pero podríamos especular con el hecho de que Más País, Més Compromís, coincide con el PSOE en que toca hacer viable ya un Gobierno, pero se distancia del españolismo uniformizador y monolingüe (Errejón habla un catalán-valenciano muy fluido) y abomina de la España enfática, de piedra picada, con la que Pedro Sánchez pretende combatir el desafío independentista en Catalunya.

Hay una izquierda a la que no se le llena la boca de España, pero que quiere trabajar por el país, en su concepción territorial y humana, modernizadora y civilizada. Una izquierda que son muchas izquierdas, diversas como las ciudades y plurales como sus gentes. Está claro que el suyo es un espacio político minoritario, como en mayor o menor medida lo son todos, a derecha e izquierda y también en el centro, en la nueva era del multipartidismo. Un espacio que las elecciones delimitarán y los posibles pactos empoderarán.

El gran peligro de la aventura de Íñigo Errejón radica en que quiera parecerse demasiado al partido del que fue uno de los fundadores, que tenga la tentación de mezclar más que de sumar y, en lugar de una alternativa verde y progresista de nueva generación, con las dosis justas (pocas) de populismo y aclamación, derive hacia un Podemos bis.

Hay que tener en cuenta que la mayor aportación de la volcánica formación morada ha sido introducir en la agenda pública ciertos temas, como el derecho a la vivienda, la denuncia de la corrupción y del abuso de poder o la feminización de la política. Más País y sus aliados tendrán que poner nuevos asuntos sobre el tapete, como el traslado de la emergencia climática a la economía, el urbanismo y las obras públicas (una tarea ingente que suscitará muchos conflictos) o la federalización real del Estado español (ardua misión que alguien tiene que impulsar).

Está por ver si esa izquierda es capaz de ablandar las descorazonadoras rigideces de la dialéctica entre el PSOE y Podemos y, lo que es más importante a corto plazo, conseguir que su irrupción contribuya a que el 10 de noviembre surjan de las urnas una mayoría de progreso y un Gobierno que responda a ella.

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