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Ir a la cárcel tras la reinserción: “¿Por qué justo ahora? Quiero seguir ayudando a mi gente”

Kiala Manta/ Fotografía: Alejandro Navarro Bustamante

Gabriela Sánchez

“Les aconsejo que no vayan por el mal camino, por el camino fácil. Que busquen ayuda. Pero buscar ayuda es tan difícil”. Lo dice alguien que cometió graves errores, tardó en pedir auxilio, y cayó en un agujero desde el que todo parecía imposible. Tras 20 años atrapado en la drogadicción, que le empujó a la mendicidad y a varias prisiones, lo logró. Kiala Manta ha salido adelante, asegura. Forma parte de colectivos que apoyan a la población migrante en Madrid. Kiala está a punto de entrar en la cárcel por un robo cometido en 2009 cuando, indica, aún no había levantado la cabeza.

Tiene una sentencia firme que le condena a seis meses de cárcel y una multa de 4.500 euros por un delito de hurto y lesiones: intentó robar varios perfumes por valor de 150 euros en El Corte Inglés, según explica su defensa. Uno de los guardias de seguridad que le atraparon asegura que el congoleño le propinó un fuerte golpe en la mano. Kiala se desespera al contar su versión: “¿Cómo pude hacerlo si, cuando me pillaron, me agarraban y me agredían varios hombres?”. Según afirma, el denunciante “tuvo que lesionarse” por uno de los “fuertes golpes” que, dice, le propinó. La justicia dio la razón a los agentes privados.

Sus compañeros de los colectivos sociales en los que ha participado han impulsado un movimiento en el barrio madrileño de Lavapiés contra su entrada en prisión. Cerca de 300 personas han firmado una petición online para apoyar al congoleño, a las que se suman “otras 300” que, según el colectivo MigraPies, han recogido a pie de calle. La Cruz Roja, el Samur Social, el Centro de Atención a Drogodependientes (CAD) del Ayuntamiento de Madrid, o la Parroquia de San Carlos Borromeo son algunas de las 30 asociaciones que han pedido también la suspensión de la pena de prisión.

“En aquel momento vivía en la calle, bajo el puente de Vallecas”, recuerda Kiala en la sede de la cooperativa de economía social, Mbolo Moy Dole, que cofundó junto a otros compañeros años después. Antes del episodio que puede llevarle de nuevo a prisión, había intentado en repetidas ocasiones alejarse de la drogadicción, pero todas fracasaron. Cuando Kiala robó aquellos cuatro perfumes para venderlos en algún lugar, continuaba “en el fondo”. Pero eso ya pasó, dice orgulloso. Su abogado ha solicitado la suspensión de la pena por desintoxicación y por el momento esperan la respuesta de la jueza del caso.

“Vivía en la calle, donde hay guetos que venden drogas. En la calle no puedo estar, la calle es un peligro para mí”, repite varias veces a lo largo de la entrevista, recordando aquella época. “Lo había intentado dejar solo. Tenía voluntad pero es complicado”, cuenta una hora antes de celebrarse una de las asambleas de la cooperativa.

Llegó a España en 1984. Su país, República Democrática del Congo, sufría la dictadura de Mobutu, acusado de graves violaciones de derechos humanos. “Mi padre había sido amenazado varias veces; yo no, pero sabía que no podía desarrollar la vida a la que aspiraba”. Era funcionario sin problemas económicos, cuenta Kiala, pero decidió tratar de conseguir la libertad anhelada en Europa. Viajó en avión a Roma, después a Madrid, donde pidió protección internacional. Su solicitud fue admitida a trámite, lo que le concedía el derecho de obtener una serie de ayudas hasta que respondieran su petición.

“Me daban algo de ayuda pero no era suficiente”, dice Kiala. “Era joven, me gustaban las fiestas y acabé en el mal camino. Vi en las drogas una forma de, además de divertirme, obtener dinero rápido. No sabía que igual que te lo daba, te lo acababa quitando”, reflexiona.

“Llevo 22 años drogándome, lo he perdido todo. Mi familia, mi salud... He tenido amigos que se han muerto en el camino. Un día me di cuenta y dije: tengo que tomar medidas”, explica el congoleño. “Lo conseguí cuando salí de la calle, porque en la calle es imposible”, reitera. “Fui a varios centros para drogodependientes, empecé a participar en colectivos sociales. A mí me gusta esto, me gusta estar involucrado en proyectos, ayudar a gente como yo”, añade.

Hoy vive en un albergue que le aleja de esa calle que tanto teme. Por las mañanas, cuenta, suele ir a diferentes cursos proporcionados por el Ayuntamiento. “Auxiliar de cocina, de informática...”, enumera. “Por las tardes, aquí”. Su cooperativa, el teatro o las asambleas de MigraPies, colectivo que ayuda a las personas migrantes a, por ejemplo, tratar de regularizar su situación o buscar soluciones a su situación de exclusión social.

— ¿Cree que es útil para aquellos en riesgo de caer en la misma situación por la que ha pasado usted?“

— Sí —responde con contundencia— . Cuando encuentro a alguien así, le digo, lo primero, que salga de la calle... Que con los errores se aprende, sí, pero hay errores que no son permisibles, porque te llevan directamente al fracaso. Tengo amigos que han muerto por esos errores. Sí, te llevan al fracaso...

Los errores que él cometió. “Hay gente que no te escucha. Pero bueno, yo se lo cuento igual. A mí nadie me lo contaba, nadie me dijo: 'Por ahí mejor no vayas, te va a pasar esto'. Me di cuenta yo solo, y ya era tarde”, asume. “Me hubiese gustado que alguien me lo hubiese dicho, quizá no le habría hecho caso, pero quizá sí. Por eso lo hago”.

Después de este largo camino, un trayecto de errores, aciertos y mil perdones, Kiala puede volver a la cárcel, donde ya estuvo en tres ocasiones por sus problemas con las drogas y por un robo con intimidación, reconoce con la mirada baja. “Es un lugar horrible. Hay gente que en la cárcel se queda loco, pero también aprendí cosas. Hice muchos cursos. Si no lo haces, la cárcel te come”.

Cientos de personas han pedido su absolución. “Me he quedado sorprendido con la reacción de la gente. No quieren que su compañero entre en la cárcel si ya está recuperado. Aquí luchamos mucho, ayudamos a mucha gente”, dice agradecido, incrédulo todavía por el “enorme apoyo” recibido la noche anterior, cuando los colectivos en los que participa organizaron una cena en solidaridad con su causa.

Entonces, es cuando se hace preguntas. “Todo lo que estoy haciendo, todo lo que estoy aportando se puede acabar... Si entro en prisión, no podré colaborar. ¿Tenía que ser ahora? ¿Justo ahora? ¿Por qué?”

“Hay muchas cosas malas en la cárcel, y nunca sabes lo que puede pasar... Pero la verdadera causa por la que temo tanto entrar, es por todo lo que tengo aquí, todo nuestro trabajo”.

—¿Teme volver a caer si entra en prisión de nuevo?

—No, no, no. No lo voy a estropear. Temo el alto en el camino. Dejar de avanzar en un tiempo. Pero ya no iré para atrás. Eso no. Eso esta decidido. Pase lo que pase, ahora solo iré para adelante.

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