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Refugiados sirios malviven hacinados en una prisión en Egipto: “Si nos devuelven a Siria nos matarán”

Fotografía de una de las celdas donde viven hacinados los refugiados sirios en Egipto.

Lluís Miquel Hurtado

Estambul (Turquía) —

La Agencia de Naciones Unidas para los refugiados (UNHCR) indica que hoy hay 3.727.542 refugiados sirios registrados en el exterior. Detrás de las cifras se esconden los nombres de Mahmud Noman Absi, de Ala Adnan Jalil, de Amran Yihad Yarban y de la pequeña Yara Taleb Ahmad. Todos intentaban alcanzar Italia, un lugar seguro para vivir, y acabaron engañados por unos traficantes de personas y abandonados en una embarcación cerca de Egipto. Su rescate no puso fin al sufrimiento: ahora, 16 sirios y 56 palestinos refugiados en Siria viven hacinados en una prisión de Karmus, en Egipto, como reflejan las imágenes que uno de los afectados ha enviado a eldiario.es.

Las fotografías las envía Amran Yihad Yarban, gracias a un teléfono móvil que han conseguido colar en las celdas. De 22 años y natural de Maaret Namal (provincia norteña de Idlib), este joven desertó del ejército sirio para evitar colaborar en la masacre de civiles que ejecuta desde marzo de 2011. Luego regentó un pequeño negocio en su pueblo natal hasta que los toneles de dinamita que lanzan helicópteros del régimen –y cuya existencia Bashar Asad desmintió a la BBC recientemente– lo destruyó.

Yarban huyó a Turquía donde compartió suerte con otro centenar de refugiados. Todos fueron engañados, a mediados de octubre pasado, por una mafia de tráfico de personas formada por turcos y egipcios. “Inicialmente éramos 105 en total. Nos prometieron, previo pago de seis mil dólares cada uno, desembarcar en Italia”, explica por teléfono a eldiario.es Yarban.

“Zarpamos del puerto de Mersin (ciudad al sur de Turquía) y nos llevaron a lo que entendimos eran aguas internacionales. Allí nos trasladaron a otro barco cuya tripulación era egipcia. Allí pasamos, sin apenas comer, unos doce días. Al cabo de este tiempo, nos embarcaron en un tercer bote, esta vez más pequeño. Nos introdujeron a todos en una cámara frigorífica. Navegamos”, continúa.

Fue en aquella oscuridad cuando, a pesar de la falta de cobertura y la confiscación de sus teléfonos móviles, se percataron del timo mafioso. “El GPS del teléfono que uno de nosotros llevaba escondido nos emplazó no rumbo a Italia, como creíamos, sino rumbo a aguas egipcias. Se montó un motín a bordo. Hubo heridos. Los contrabandistas nos amenazaron con pistolas. Cuando surcábamos el mar a la altura de un islote egipcio, los mafiosos escaparon del bote tras dañarlo hasta provocar su hundimiento. En la refriega final nos hicimos con el teléfono satélite de uno de los traficantes, con el cual llamamos a los guardacostas”.

Hacinados en una prisión egipcia

23 de octubre de 2014. Empezaba el siguiente capítulo de la tragedia.

“Los agentes de Egipto nos rescataron y nos pusieron a disposición de la Inteligencia, que a su vez nos llevó ante el juez. Este ordenó nuestra liberación, pero la Policía, lejos de eso, nos encarceló. Solo aquellos que tenían pasaporte fueron liberados. Volvieron a Turquía. Pero el gobierno turco rechazó a quienes no lo teníamos (algo común entre los jóvenes que rechazan unirse al ejército sirio, pues se les retiran los pasaportes). Nos quedamos en Egipto 16 sirios y 56 palestinos refugiados en Siria”.

Mahmud Noman Absi, de Ala Adnan Jalil, de Amran Yihad Yarban, de Aysam Ahmad Afara, de la pequeña Yara Taleb Ahmad, de Mohamed Mustafa Musa, de Nishir Abderrahman Karmun, de Ozman Ahmad Malak, de Yazal Bashar Yawish, de Yusef Mohammed Salhadi, de Mustafa Mahmud Saad, de Mohamed Taleb Ahmed, de Somar Sleyman Gadir, de Mohamed Mustafa Musa, de Amer Mohamed Jalil y del niño de once años Jaled Burhan Fetahi. La menor tiene siete meses; el mayor, 55 años. Proceden de las provincias de Lataquía, de Idlib o de Damasco. Muchos son activistas alzados o desertores de las Fuerzas Armadas de Siria. Junto a ellos, los 56 palestinos refugiados en Siria que han residido en los campos de Handarat o Yarmuk.

Los encarcelaron en la cochambre de prisión de Karmus. Todos los sirios no palestinos –el resto está en otro lugar en las mismas pésimas condiciones— duermen hacinados en un cuarto paupérrimo. Apenas los alimentan, y sólo logran comprar algo de lo que necesitan con el dinero que les pasan algunos familiares. Cada veinte días se les permite salir a un patio con luz natural a estirar las piernas. “Durante el día no hacemos absolutamente nada”. Un equipo de Médicos Sin Fronteras los somete periódicamente a revisiones médicas. “Nos prohíben los teléfonos móviles”, explica Yarban, “pero conseguimos colar uno en secreto en la celda”. Es solo gracias a la cámara de ese aparato que eldiario.es ha logrado publicar las imágenes de ese antro que es su casa en el exilio.

“Condiciones miserables” de los refugiados sirios

Organizaciones humanitarias como Human Rights Watch (HRW) han denunciado en continuas ocasiones la xenofobia, las “condiciones miserables” que en Egipto se brinda –paradójicamente, ya que es el mayor país árabe– a los refugiados sirios. Especialmente a los palestinos de Siria, a los que la policía bloquea las peticiones de asilo y trata de deportar al Líbano, donde no pueden quedarse más de 48h,  o de vuelta a Siria.

El ejecutivo egipcio calcula que hay unos 300.000 refugiados sirios en el país. La ONU tiene registrados a poco más de la mitad. A quienes llegan se les otorga una visa de un mes que, a menos que los refugiados huyan, acabará caducando. A partir de ahí, detenciones arbitrarias, acoso de las fuerzas de seguridad y amenazas de deportación a Siria. “Hemos exigido en repetidas ocasiones a las autoridades egipcias que liberen a los solicitantes de asilo que han sido detenidos por permanencia ilegal o por intentar escapar a Europa”, subraya la investigadora de HRW en Oriente Medio Lama Fakih.

Amrad Yihad Yarban sigue esperando una respuesta para él y los suyos. “La policía nos dice que esperan a que algún país nos acepte. Pero ninguno lo hace. Hemos pedido al secretario general de la ONU Ban Ki Moon que se nos aloje, al menos, en un campo de refugiados. Nada. Hasta el embajador en Egipto de la Coalición Nacional Siria –ente político opositor al régimen sirio fuera del país– nos ha dicho que no puede hacer nada por nosotros”.

La huida a otro país es la opción desesperada. La que pone a gente como Yarban y el resto del grupo a merced de las mafias y de una muerte muy posible bajo las aguas del Mediterráneo. Entre 2013 y 2014, cuando las organizaciones y los medios internacionales todavía visibilizaban el drama de las víctimas inocentes de la guerra de Siria, HRW calculó que, de 1.500 refugiados detenidos, al menos 1.200 habían sido coaccionados a partir de Egipto.

El riesgo de deportación a la tierra de origen pesa, como una espada de Damocles, sobre la testa de Yarban. “Si nos devuelven a  Siria nos matarán, porque el gobierno nos busca. Ya uno de nuestros compañeros, desesperado ante la situación, intentó suicidarse. Todos llevamos siempre con nosotros una cuchilla de afeitar para cortarnos las venas en cuanto se nos comunique la orden de deportación. Estamos preparados”.

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