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“Los hombres nos respetan más desde que trabajamos”

Un grupo de mujeres colocando trozos de mango para su secado en hornos. La Asociación Wouol ha apostado por la transformación del mango y anacardo para la venta local y la exportación./  Fotografía: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón

Maribel Hernández

Burkina Faso no suele captar la atención de los medios de comunicación. Este país del África Occidental, habitado por unos 14 millones de personas, está ubicado en el Sahel, una región que a duras penas trae a la memoria alguna historia más allá de las hambrunas y emergencias humanitarias de los últimos años. Sin embargo, incluso en uno de los países más pobres del planeta (en la posición 177 de 182, según el PNUD), encerrado entre Níger, Costa de Marfil, Ghana, Togo y Benín, sin salida al mar y castigado por los rigores del clima, ahora agravados debido al cambio climático, es posible encontrar ejemplos de comunidades que salen adelante con la mejor de las dignidades, aprovechando al máximo lo poco que da la tierra. Esta historia de cambio en Burkina Faso es una historia de mujeres y de mangos.

Ouattara Alimata es la vicepresidenta de una de las cooperativas de mujeres que trabajan en los centros de secado del considerado por muchos como el rey de las frutas. “En nuestra región hay muchos mangos, algunas mujeres lo solían vender por la calle pero a mediados de los 80 nos reunimos para pensar en posibles formas de trabajarlo”, explica en conversación telefónica a Desalambre. Comenzaron por elaborar jugo de mango pero aquella opción, al tratarse de una fruta estacional, pronto evidenció sus límites. Un tiempo después, alguien tuvo la gran idea: secar el mango. Ése fue el inicio del cambio, recuerda Alimata.

“Hacia 1987 y 1988 decidimos secar el mango. Lo hacíamos al aire, con el sol, pero entonces nos dimos cuenta de que teníamos también el problema del clima. A partir del mes de mayo el tiempo cambia en Burkina Faso y ya no podíamos seguir secándolos al sol, así que continuamos investigando para encontrar la forma de poder hacerlo cuando cambia la estación”.

Entonces llegaron los hornos de secado, cuenta esta mujer, orgullosa del crecimiento que en estos años ha experimentado tanto su cooperativa como la propia producción. Y con ello, lo más importante, la vida de una comunidad de 900 personas. “Al principio teníamos solo un par de hornos de secado pero poco a poco hemos ido incorporando más. Hoy en día tenemos 22 y nuestra producción este año ha sido de 35 toneladas”, remata.

La cooperativa de mujeres de Ouattara Alimata forma parte de la asociación Wouol, una organización con la que colabora Oxfam Intermón y que aglutina a 46 grupos de productores. El 70% de sus miembros son mujeres, más de 600 trabajan en estos centros de secado de mango. El procedimiento es sencillo. Una vez recolectadas, las piezas son trasladadas a las instalaciones donde van pasando por las distintas fases: limpieza, pelado, corte, secado, clasificación en distintos niveles de calidad, empaquetado y almacenamiento. Esas pequeñas láminas anarajandas acabarán principalmente en los mercados de Inglaterra, Holanda, Alemania o España.

“Los hombres ahora nos admiran y respetan”

Al secar los mangos, estas mujeres han ido nutriendo y dando forma a un cambio que va más allá de lo meramente económico. Su trabajo en la cooperativa está transformando las relaciones de género. “Las mujeres están muy contentas de trabajar con nosotras, ganan dinero y son más independientes. Además, los hombres de nuestro pueblo ahora sienten una gran admiración y respeto por las mujeres de la cooperativa”, destaca Alimata.

Este proceso de empoderamiento tiene también consecuencias directas sobre la educación de los más pequeños. Según Karime Seré, representante del Programa de Medios de Vida Durables de Oxfam, “al ganar un salario y disponer de una economía propia, estas mujeres pueden decidir en qué gastar ese dinero y lo emplean principalmente en mejorar la nutrición y la educación de sus hijos”, detalla al otro lado del teléfono desde Burkina Faso.

Es precisamente ese “poder de compra” lo que las hace “ganar poder” en el seno de la familia, “cosa que no sucedía antes”, puntualiza Seré. “Nuestros maridos ahora nos ayudan más, por ejemplo cuidando de los niños hasta que llegamos a casa”, cuenta Alimata.

Enfrentar los retos del futuro

La sostenibilidad de este tipo de proyectos en un país donde el 70% de la población es analfabeta, nueve de cada diez personas viven de la agricultura, y prácticamente la mitad de la población sobrevive con menos de un euro al día, requiere, según la directora de la Asociación Nutrir sin Destruir, la burkinesa Fatu Batta, una apuesta decidida por la educación.

“La educación es importante para inspirar un cambio de actitud en la agricultura. Unos campesinos y campesinas alfabetizados y educados son más proclives a adoptar innovaciones agrícolas y tendrán un mejor acceso a la información que pueda fortalecer sus sistemas productivos”, recalca esta especialista en Salud Pública, que ha ocupado también distintos cargos en el Gobierno de su país relacionados con el desarrollo de políticas de planificación familiar.

Ouattara Alimata es consciente de estas necesidades. “Una de las dificultades que tenemos ahora mismo es la necesidad de modernizar los hornos. Aquellos con los que trabajamos funcionan con gas, nos ayudaría mucho si pudiéramos tener hornos eléctricos, con los de gas no podemos atender la cantidad de mangos que hay y la demanda que tenemos”, afirma.

La popularidad de esta fruta seca, en cambio, no es tan común dentro de sus propias fronteras, una cuestión que para el experto Karime Seré, constituye uno de los principales desafíos de la cooperativa. “El consumo de mangos secos no está muy desarrollado todavía en Burkina Faso, eso conlleva que dependen casi exclusivamente de mercados extranjeros”, advierte. Para Seré, el futuro pasa por promover el consumo del mango seco en el mercado nacional, que el cambio que está produciendo la transformación de esta fruta se quede también dentro de ellos.

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