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Atrapados en Ceuta, la ciudad que fue un presidio

Dos sirios descansan en el campamento de la Plaza de los Reyes // Foto: Miguel Heredia

Néstor Cenizo

Ceuta —

En la Plaza de los Reyes de Ceuta hay jaleo. En el lateral que ocupa la Iglesia de San Francisco se levanta un campamento cubierto de cartones y lonas que dan sombra, y de donde salen niños jugando a la pelota, patinando o corriendo, montando jarana. Casi cien sirios, incluidos 41 menores, acampan desde hace dos meses en la plaza más céntrica de Ceuta y recuerdan a todo el que pasa una historia que en la ciudad ya es conocida: quieren llegar a la Península. En ángulo recto, en otro de los lados de la plaza, está la Delegación del Gobierno, que se mantiene inflexible e insiste en que hasta que se resuelvan sus solicitudes de asilo, su sitio está en el CETI de la ciudad. “No salimos de una guerra para meternos en una cárcel”, reza un cartel colocado en una de las esquinas del campamento. Ceuta, que fue ciudad-presidio, ha vuelto a levantar el puente como cuando aislaba su cárcel. Hoy los demandantes de asilo desesperan porque no pueden salir o tardan meses hasta que lo consiguen.

Hay 51,2 millones de refugiados, solicitantes de asilo y desplazados en el mundo, según el último informe de ACNUR, y de ellos 87 fueron a parar a esta plaza de Ceuta, que para ellos no es Europa, sino otra puerta que deben cruzar. Ahmed Kurdo tiene 36 años y tardó seis meses en atravesar Jordania, Egipto, Libia, Argelia y Marruecos. Lleva cuatro en Ceuta. Es el mayor entre los siete kurdos del campamento, escucha con atención, no se altera y es el único que habla un español rudimentario, pero con la fluidez suficiente para mantener una conversación. También domina el árabe, así que intermedia entre los kurdos y los demás sirios, y explica a los demás qué dice el periodista o los miembros de las asociaciones de ayuda que por allí se acercan.

Ahmed viene de Kobani, una ciudad en la frontera con Turquía hostigada por el grupo yihadista ISIS, responsable de las ejecuciones que hace un par de semanas irrumpieron en los informativos de medio mundo. A Ahmed ya no le quedan familiares en su ciudad. Enseña la tarjeta roja que le acredita como demandante de asilo, y explica por qué el apellido que allí figura (Koudoh) no coincide con el que dice tener: en su país no lo reconocen, y como las autoridades españolas copian los papeles sirios, él arrastra por el mundo el estigma de un apellido adaptado: Koudoh. Este martes, a Ahmed le comunicaron que su solicitud había sido atendida: será trasladado a Madrid, y allí buscará un trabajo, casi un año después de abandonar su país.

De todos los que aquí acampan, fue Arash Wati (26 años) quien vio más de cerca la guerra: desertó del ejército cuando estaba destinado en la frontera con Israel. Ahora quiere llegar a Bilbao, donde vive su hermano. Nasser Asaad, de 46 años, representa otro perfil: vivía en Homs, desde donde exportaba sus telas. Tiene ocho hijos, algunos ya en Francia, dos en Melilla y tres en el campamento, donde también está uno de sus nietos. Dice que en Siria se podía permitir esta familia numerosa, porque las cosas le iban bien. Ahora quiere llegar a Madrid o a Barcelona y refundar allí su negocio. Ha pedido el asilo y se siente engañado: “Hay un millón de refugiados en Líbano [oficialmente, 865.000, según ACNUR] y otro millón en Turquía [609.900], y en Europa no somos ni 10.000… Yo no lo comprendo”.

No todos los acampados han solicitado la protección. Hay quien piensa que saldrá antes de la ciudad si no pide el asilo. “Tardan mucho… ¿Por qué nueve meses? En mi país hay guerra. Que tarden tanto no me vale”, lamentaba Kurdo pocos días antes de obtener la condición de refugiado. Así que muchos prefieren esperar a llegar a países en los que tienen familia, o donde creen que obtendrán el estatuto de refugiado con más facilidad.

Es el caso de Ahmed Hussein, que estudiaba Economía en la Universidad de Alepo. Pagó 2.000 euros por un pasaporte falso, y prefiere pedir asilo en Alemania, donde ya está su hermano: “No sabía que iba a quedar atrapado. Pensé que estaría un mes…”. “Es un viaje muy largo para llegar hasta aquí, así que para muchos no es tan importante esperar en la calle. España está a menos de una hora: un papel, una hora”, comenta. El Gobierno aduce que la aplicación del Acuerdo Schengen le obliga a mantener “controles de identidad y documentos” en las conexiones marítimas y aéreas desde Ceuta y Melilla. Que llegar a Ceuta, a estos efectos, no es lo mismo que llegar a Europa.

Los sirios acampados abandonaron el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de la ciudad porque creen que aquel no es lugar para ellos. Se quejan de que en el centro se separa a las familias, de que varios niños enfermaron allí y de que otros internos les roban la ropa y las mantas. “En la calle soy libre, y eso es mejor que cien días en el CETI”, dice Ahmed Kurdo.

Cada mañana, los servicios municipales limpian el campamento, donde se apilan las mantas y a veces cuelga la ropa mojada. En un rincón apartado hay un gran perol que contiene un engrudo de color marrón, una pasta de lentejas que ha aportado una mezquita de la ciudad y que apenas han tocado. Traen el agua en garrafas desde el aparcamiento subterráneo que hay bajo el campamento y se asean en la playa. Unos cuantos vecinos de Ceuta ayudan a duchar a los niños alguna vez por semana. Alguno de estos niños patina mejor de lo que anda, porque alguien regaló varios pares de patines en línea de un color rosa chicle. La más pequeña de todos es Nasira: tiene menos de un mes y nació en esta ciudad.

Los acampados afrontan un expediente administrativo abierto por la Consejería de Medio Ambiente de la ciudad autónoma, por el posible incumplimiento de la Ordenanza de Buen Uso de los Espacios Públicos. La resolución advierte de que les podría ser impuesta una multa de hasta 1.500 euros y anticipa la posible retirada de las tiendas. Ellos alegan, en un escrito que ha preparado ADPHA, que si acampan es porque quieren salir de Ceuta.

“Somos refugiados que escapamos de este conflicto [por la guerra de Siria] y que buscamos acogernos a la protección que a los refugiados de guerra conceden los países civilizados como España”, se lee en el documento. El expediente deberá ser resuelto próximamente, y con ese horizonte temporal breve se van produciendo salidas como por goteo. “Es un problema fácil de solucionar si se reconocen sus derechos. Son refugiados y se sabe de sobra. Tienen su documentación y están acreditados”, razona Amin Souissi, de ADPHA. Ocho de los acampados han obtenido el estatuto de refugiado durante la última semana, pero el resto mantiene su intención de no regresar al CETI si no se mejoran las condiciones que allí se les ofrece.

Después de dos meses, han llegado a ese punto en el que su presencia en la plaza ya se da por descontada, como si fueran un elemento más del mobiliario urbano que a algunos disgusta, otros toleran y unos pocos cuidan. Hamsa, un muchacho de 18 años integrado en la asociación ceutí Pedagogía Ciudadana, les muestra varios de los diseños que prepara para sus graffitis. En uno de ellos aparece un guerrero musulmán a caballo. “Saladino, Saladino”, le dicen entonces, en referencia a uno de los grandes mitos (sirio de origen kurdo) del mundo islámico. Por la noche, se los lleva a jugar al fútbol hasta bien entrada la madrugada. Al día siguiente comienza el Ramadán, que ellos pasarán, si nada cambia, bajo la sombra de unos cartones. “Esto es la calle, no una casa”, dice Ahmed Kurdo; “el mundo es esto, igual con papel que sin él. En cuatro meses sin papeles, no me he muerto de hambre. Pero sí vi a la gente morir en la guerra”.

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