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¿Comedores escolares? No de cualquier manera y solo como medida de emergencia

Imagen de archivo de un comedor escolar. / Efe.

Gabriel González-Bueno

Responsable de políticas de infancia de UNICEF Comité Español —

Normalidad: los niños y niñas en verano deben comer en su casa, con su familia y, si es posible, disfrutar al menos de unas breves vacaciones con ella. También deben aprovechar, disfrutar (o dilapidar si quieren) su bien merecido tiempo libre durante el verano.

Pero la crisis económica y su impacto en los hogares hacen que en los últimos años, por estas fechas, surja de nuevo la demanda de mantener abiertos los comedores escolares para garantizar la alimentación a muchos niños y niñas que no pueden hacerlo en casa. Hace sólo unos pocos días, la institución del Defensor del Pueblo ha recomendado a las Comunidades Autónomas que establezcan programas para garantizar que los niños y niñas en situación de riesgo disfrutan del servicio de comedor también durante el verano.

Estas demandas desde el Defensor del Pueblo y otras instituciones y organizaciones responden a una necesidad real. No hay todavía datos, a nivel nacional, de cuántos niños pueden estar teniendo dificultades para tener una alimentación suficiente y adecuada a su desarrollo. Pero la experiencia de las organizaciones de intervención social y muchos indicadores de pobreza y privación en los hogares con niños nos dicen que hay dificultades para atender necesidades básicas en demasiados hogares.

Según Eurostat, en 2014 un 3,7% de los hogares con niños en España no pudieron permitirse una comida con carne o pescado cada dos días. Puede parecer una cifra no muy alta, pero no deja de ser llamativa en un país que se encuentra entre los más ricos del mundo.

Otros indicadores contribuyen a dibujar el panorama de la privación material en los hogares con niños y niñas: un 11,2% no ha podido mantener su casa adecuadamente caliente durante el invierno; un 45,5% no puede permitirse un gasto imprevisto (de unos 650€), y un 48,5% no pudo permitirse una semana de vacaciones fuera de su lugar de residencia. En todos ellos las cifras para hogares con niños son mayores que las del conjunto de la población.

Este breve escenario de la privación tiene su corolario en las muy altas cifras de pobreza infantil, que este año han mostrado las estadísticas del INE: un 30,5% de los niños y niñas en este país están en bajo el umbral de la pobreza.

Creo que debemos reconocer la oportunidad de medidas como la de los comedores escolares en verano, pero no en cualquier condición y siempre como una medida de emergencia social que nunca se debiera haber tenido que tomar.

Las condiciones para abrir estos comedores deben ser claras para evitar el riesgo de estigmatización de los niños y niñas: no deben ser sólo para los niños con estas necesidades, y no deben ser sólo para comer. Una solución adecuada sería la que integra a estos niños y niñas en campamentos de verano (por ejemplo, con otros niños cuyos padres están trabajando) y en los que la comida es parte de un programa de actividades culturales, de ocio y de tiempo libre en la que todos participan.

Excepción: este tipo de acciones, aunque adecuadas, al final actúa sobre una de las consecuencias de la pobreza en los hogares, en lugar de actuar directamente sobre algunas de sus causas. La lucha contra la pobreza y la privación infantil no es sólo en verano ni debe ser una medida excepcional.

Son fundamentales políticas de alto calado para luchar contra este problema: reforzando los ingresos de las familias (con empleo, con prestaciones), garantizando los servicios básicos de los hogares, teniendo en cuenta a los niños y sus opiniones, y empoderando a las familias con recursos y habilidades para que sean ellas las que puedan atender a sus hijos.

A los niños y niñas en riesgo de pobreza hay que proporcionarles una alimentación adecuada, pero sobre todo hay que nutrirles de oportunidades para una vida digna, para el desarrollo de sus propias capacidades en hogares que puedan atender las necesidades que la pobreza, el desempleo, y una sociedad cada vez más desigual les niega.

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