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Jornaleras en Huelva: “Aquí se necesita una inspección desde que empieza la temporada hasta que termina”

Ana Pinto y Najat Bassit, dos almas de la organización Jornaleras de Huelva en Lucha

Olga Rodríguez

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Que dos mujeres se conozcan en el momento adecuado a veces puede cambiar su vida y la de otras. Es lo que les pasó a Ana Pinto y Najat Bassit hace unos años. Cuando se vieron por primera vez, en una finca como empleadas para la recogida de la fresa, no imaginaron que años después estarían creando junto con otras compañeras la asociación Jornaleras de Huelva en Lucha para defender los derechos de trabajadoras como ellas.

Pinto pertenece a una familia de jornaleros y ella misma comenzó a trabajar en el campo cuando tenía dieciséis años. Bassit, cuando tenía 23. Coincidieron varios años seguidos en la misma empresa y fueron escalando puestos de responsabilidad, hasta llegar a ser, respectivamente, manijera y listera. Han compartido risas y angustias laborales. Una es española, de Huelva. La otra, marroquí, con permiso de residencia, contratada siempre en España, no en su país de origen. Fueron forjando una amistad que se consolidó en 2018, un año en el que todo cambió para ellas.

“Todo estalló cuando vimos que algunas compañeras marroquíes dieron un paso al frente para denunciar abusos laborales y sexuales que estaban sufriendo. Ahí pensé que si ellas, que eran más vulnerables que yo, se atrevían, ¿cómo no iba a hacerlo yo?”, recuerda Pinto.

“Empezamos a movernos sin darnos cuenta de que estábamos practicando sindicalismo. Nos reuníamos con compañeras marroquíes en los bosques, tomábamos nota de lo que nos contaban y también de lo que nosotras mismas sufríamos o veíamos en el trabajo”, explica Pinto. El papel de Najat es clave, puesto que ejerce de traductora entre las españolas y las marroquíes. A ellas se han sumado otras compañeras marroquíes, españolas o rumanas.

Desde entonces, junto con otras integrantes de la asociación, han documentado casos de abusos y de maltrato, presentado denuncias -ocultando el nombre de las denunciantes, que temen no poder trabajar más en el futuro si se conoce su identidad- y gestionado la cobertura médica de cuatro compañeras que enfermaron en estos años. A cambio han pagado un precio, porque la empresa en la que habitualmente trabajaban dejó de llamarlas. “Entendí que fue por alzar la voz y hablar defendiendo nuestros derechos”, explica Najat.

Exigen mejoras para todas, evitando “caer en la trampa de las divisiones por categorías, que es lo que a menudo las empresas fomentan”. Los pinares cercanos a las fincas de frutos rojos siguen siendo uno de sus puntos de cita habituales. Hoy estamos en uno de ellos.

Nos hicieron firmar varios papeles en español sin entender qué ponía y no nos dieron copias.

Encuentro en un pinar

Nos citamos en un bosque situado a varios kilómetros de Lepe, cerca de un campo en el que trabajan y viven muchas temporeras marroquíes. Algunas se han escapado para venir hasta aquí y poder hablar con Pinto y Bassit sin que sus jefes las vean. Al cabo de unos minutos llegan varias mujeres: Nur, Sayda, Fatima, que piden no ser fotografiadas. Llevan varios años seguidos viniendo a España para cubrir la campaña de recogida de frutos rojos, con el compromiso de regresar después a su país.

“Cuando llegamos este año nos hicieron firmar varios papeles en español, no entendíamos qué ponía porque no hablamos español y tampoco nos dieron copia de esos documentos”, cuentan mientras conversamos entre árboles, en una zona suficientemente oculta para no ser divisada desde un camino de tierra situado a unos 800 metros.

Todas las marroquíes contratadas en origen viven en barracones en las mismas fincas en las que trabajan. Nur, Sayda y Fatima comparten vivienda con otras siete trabajadoras. Son diez en total, cinco por habitación. La luz, la manutención y el viaje de regreso a Marruecos corre de su cuenta. Se quejan de haber estado sin trabajar las primeras semanas tras su llegada.

“Encerradas en las fincas aunque no estén trabajando”

Si no trabajan, no cobran, pero sin embargo permanecen en un régimen “casi de encierro”, en fincas situadas a kilómetros de pueblos, a los que solo pueden llegar atravesando bosques o caminando por carreteras secundarias, lo que les puede llevar una hora de ida y otra de vuelta. Han pedido sin éxito un servicio de autobús. “Atraviesan pinares solas, en otro país, con otra cultura y otro idioma, por lo que están mucho más expuestas a situaciones de vulnerabilidad”, señala Ana Pinto.

“Imagínate que te contratan para trabajar en una plataforma petrolífera”, explica Perico Echevarría, periodista local de Huelva que lleva años documentando la explotación de los trabajadores del campo, y en concreto de las jornaleras. “Llegas un jueves pero no te dan tarea hasta el lunes siguiente. Estás allí encerrada, sin posibilidad de salir, pero solo te pagan el día que trabajes. Pues bien, así están las jornaleras marroquíes que vienen a trabajar a las fincas de esta provincia”. Por eso el lema elegido por la organización Jornaleras de Huelva en Lucha es Abramos las cancelas.

Me duele una muela y el encargado me ha pedido 50 euros a cambio de llevarme al médico

Nur, de unos 40 años de edad, con tres hijos en Marruecos, cuenta que lleva varios días con un dolor en una muela. “Le he pedido al encargado que me lleve al médico y me ha pedido a cambio cincuenta euros”, denuncia. “Este tipo de abusos son habituales”, explica Najat. Sayda y Fatima se preguntan por qué cada mes les restan una cantidad diferente en su salario, bajo un término denominado Seguro.

“Desconocen para qué sirve ese seguro, porque cuando enferman a menudo tienen que pagar ellas mismas los medicamentos. Muchas quisieran no tener que pagarlo, pero cuando hemos ido al banco para suspenderlo descubrimos que se trata de un seguro que la empresa contrata con el banco y que así está estipulado en el contrato que ellas firman. A veces les quitan 200 euros al mes”, explica Najat.

Hay mujeres que se quedan un día, dos o tres sin trabajar con la excusa de que no han sido muy productivas. Si no trabajan, no cobran.

Castigos por nivel de productividad

“Hay varias medidas coercitivas que afectan a todos, españoles y de fuera: se trabaja con un GPS incorporado, por decirlo así, un bolígrafo electrónico que va apuntando cuántas cajas llenas, cuántas trasladas. Después, hacen la media y han llegado a enviar por WhatsApp a las trabajadoras el listado con los resultados. Las más productivas, en la primera mitad de la lista. Y un mensaje de advertencia: quienes estén por debajo de la mitad se arriesgan a no trabajar al día siguiente. Es una amenaza, y a veces la cumplen. Hay mujeres que se quedan un día, dos o tres sin trabajar tras ello y, por tanto, sin cobrar. Eso es sancionable desde un punto de vista jurídico, según nos dicen expertas”, explica Ana Pinto. 

Existen normas estrictas sobre lo que se puede y no se puede hacer en horario de trabajo. “Hace unos años podíamos llevar camiseta de tirantes o pantalón corto, con lo que se aguanta mejor el calor. Pero ahora hay empresas que no te lo permiten, te imponen una vestimenta determinada. Tampoco podemos escuchar música con cascos ni ir al baño cuando lo necesitemos. Eso es un problema, a veces hay una urgencia y sin embargo no permiten saltarse el turno. Lo mismo ocurre con los horarios para beber agua. Puedes estar deshidratada y, como no sea la hora del agua, no te lo permiten”, indica Pinto.

A veces fumigan, ellos con protección, nosotras no. Tras ello hemos llegado a tener mal estómago o dolor de cabeza

También denuncian que en algunas fincas hay normas en las que se especifica por escrito la prohibición de hablar de temas que no estén relacionados con el trabajo. Y lamentan que la hora extra se pague en algunos casos a solo seis euros, y nunca al 75% de la hora normal. Además subrayan el impacto que puede tener el uso de productos químicos cuando ellas están trabajando:

“Mientras recogemos frutos a veces fumigan, con tractor o un tío con la mochila, él protegido con su mascarilla y su traje especial y nosotras sin protección. O han fumigado de noche con el tractor y todavía permanece. Así que estás agachada, recogiendo frutos, y oliendo ese veneno al lado. A veces hemos tenido mal estómago tras las fumigaciones, fuertes dolores de cabeza o la garganta afectada”, señala.

El ministerio de Trabajo ha multiplicado por cinco el número de inspecciones en el campo y ha hallado fraude en una de cada tres. Algunas voces del sector agrario subrayan que los casos de fraude son excepciones, pero las cifras hablan por sí solas. Desde Jornaleras de Huelva en Lucha consideran que hay que vigilar más aún: “Aquí se necesita una inspección de trabajo constante, desde que empieza la campaña de recogida hasta que termina”, indica Ana Pinto.

Las españolas

Cuando terminan los meses de campaña de recogida muchas jornaleras españolas se dedican a otra tarea esencial para la vida: los cuidados. “Yo cuando no soy jornalera, soy kelly”, explica una trabajadora española que lleva cuarenta años compaginando el empleo en el campo con el cuidado de ancianos, niños y limpiezas de casas.

“Hay mujeres de sesenta años de edad en el campo. Cuando tú tienes sesenta y tu cuadrilla es de gente de veinte o treinta años, pues dime tú todo el día compitiendo lo que eso supone. De eso se habla poco. De las mujeres mayores de los pueblos españoles que, debido a la miseria y la precariedad, no tienen más remedio que seguir. Y si tienes suerte de conseguir la peonada y de poder pagar los 130 euros de sello agrícola todos los meses, puedes cobrar paro durante seis meses, 430 euros. Pero con eso no se vive. Malamente”, denuncia Pinto. “Si la gente que hace las leyes tuviera que estar con esa edad en el campo seguro que se les pasaría por la cabeza cambiar la ley”.

De las mujeres de los pueblos españoles mayores de 60 que no tienen más remedio que seguir trabajando en el campo se habla demasiado poco.

“Fíjate que yo soy joven, tengo treinta y cuatro años, he trabajado dieciséis en el campo y tengo la espalda reventada. Así que gente que lleva toda la vida… Aún así echamos sentido del humor. Teníamos una compañera que todos los años decía que había cumplido 61 años. Tenía ya por lo menos 63. La agüelita, la llamábamos. Y le decíamos: ‘¿Otra vez por aquí? El año que viene te vienes con el carrito de ruedas y te enganchamos para que eches los arándanos a un lado y la caja en el otro’. Y se reía. O te lo tomas a cachondeo o si no es duro”, relata.

“Tenemos un enfoque feminista en nuestro trabajo, no nos queda otra, porque el 80% de las personas que trabajamos en el campo somos mujeres, precisamente porque aprovechan nuestra vulnerabilidad y, sobre todo, la de las que vienen de otros países”, explica.

Si las marroquíes enferman

Cuando una jornalera marroquí tiene un accidente puede seguir viviendo en la finca, pero la manutención corre de su cuenta: “Como dejan de cobrar porque no pueden trabajar, viven de la caridad, de lo que aportan sus compañeras para que puedan comer”, explica Pinto.

“Hace un par de años una compañera marroquí, buena amiga, empezó a encontrarse mal. Al cabo de un tiempo fue diagnosticada con un cáncer. Fue tremendo, porque permaneció encerrada en la finca, sin atención, sin nada, hasta que fuimos a rescatarla. El encargado nos interceptó con su furgoneta, diciéndonos que no podíamos llevárnosla. Estuvo hospitalizada. Denunciamos a la empresa y conseguimos que un año después cobrara la baja médica con carácter retroactivo”, recuerda Pinto.

“El problema es que muchos trabajadores no están bien informados de sus derechos, si no estamos encima ocurren cosas que podrían evitarse”. “No olvido un año en el que al segundo día otra compañera marroquí enfermó y murió a las pocas horas. Le dolía el estómago, era muy joven. Le daba miedo llamar a la encargada porque esta había insistido en que no la molestáramos para nada”, recuerda Najat.

Nur se acerca para mostrarnos un vídeo que tomaron hace un par de años, cuando todas trabajaron en la misma finca. En él se la ve en el suelo, diciendo en español “muerta, muerta”, y todas riendo a su alrededor. “Sentido del humor no nos ha faltado nunca. Si no, es difícil tirar p’alante”, dice Ana Pinto. “Nur se hacía la muerta en broma con nosotras porque la empresa le debía dinero. Habíamos cobrado todas menos ella. Así que decía que como no recibiera el sueldo, se iba a hacer la muerta. Vaya risas que nos echamos”, rememora.

Lavar el coche del encargado a cambio de una Fanta

“Los abusos son cotidianos. Por ejemplo, una encargada le dice a alguna jornalera que lave el coche del jefe a cambio de una Fanta. No lo hace por la Fanta, sino por miedo a represalias. O un encargado propone una fiesta para los jefes y para ello pregunta quién quiere poner dinero para montar la fiesta, y ves a todas las trabajadoras dando cinco euros, no por voluntad genuina. O cuando van a comprar una encargada les dice ”tráeme un paquete de tabaco“”, explica Najat.

“Si protestan, no vuelven, y lo saben”, dice Pinto. “Por eso estamos hablando aquí escondidas”. “Solo nos dan unas sábanas”, lamenta una de las jornaleras marroquíes, Nur. “Las camas de los barracones están duras y gastadas, ponemos cartones debajo para suavizar. Cuando regresamos a Marruecos nos piden cincuenta euros para reponer el material, dicen, pero al siguiente año cuando volvemos hay los mismos platos, vasos y sábanas. Por eso traemos todas las cosas nosotras”.

En su finca trabajan de siete de la mañana a dos de la tarde, de lunes a sábado. “Los domingos nos hacen limpiar todo, las casas, siempre con la excusa de que va a venir un control, luego nunca viene nadie”.

El impacto ecológico

Huelva es una de las huertas importantes de Europa, una buena parte de la provincia vive de la agricultura y por eso desde Jornaleras en Lucha subrayan que el boicot a los frutos rojos que allí se siembran y recogen no es la solución. “Lo que hay que hacer es mejorar las condiciones y transitar hacia otro modelo que trate bien a la gente y que no dañe los recursos. En mi pueblo durante un par de meses abrías el grifo y lo que salía parecía café, porque el pantano que nos abastece quedó completamente seco”, indica Pinto.

Desde organizaciones como Ecologistas en Acción llevan tiempo advirtiendo de los daños en el ecosistema en un lugar donde terrenos de secano han pasado a ser de regadío, con el uso de pozos subterráneos ilegales y acuíferos afectados por todo ello. También se subraya el impacto que puede tener el empleo de productos agrotóxicos cuando los trabajadores están en el campo.

Desde que han hecho públicas sus denuncias las integrantes de Jornaleras en Lucha han recibido presiones y amenazas a través de redes sociales. “Hay días que temes represalias y que estás quemada. Yo a veces me pregunto cuánto tiempo resistiré. Pero por otro lado queda mucho por hacer, hay que estar con la gente, ayudando”, dice Ana Pinto. Su inseparable Najat refuerza esa idea: “Es una tarea necesaria. A día de hoy Ana es mi compañera de trabajo, de lucha y mi amiga”.

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