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La nueva vida de los perseguidos por adorar al demonio: “Ya no hay nada que temer”

Una mujer yazadí en los alrededores del temblo de Lalish. / Fotografía: Paul Schemm (AP)

J. Flordelís

Duhok (Irak) —

El bullicio y el ambiente festivo invaden desde primera hora de cada viernes el templo de Lalish. Familias enteras de la minoría religiosa de los yazidíes llegan desde diversos puntos del Kurdistán iraquí, donde se concentra la práctica totalidad de los 700.000 fieles que todavía existen de esta religión persa, que condensa parte de los principios de Zaratrusta y del sufismo.

Al menos una vez al año deben peregrinar hasta Lalish, aunque Zedan viene cada mes. Junto con su esposa, hijas y suegra, cruza la región. Más de cinco horas en coche desde Suleimaniya “para estar en paz y con los nuestros”. Y eso, señala, a pesar de que “ya no hay nada que temer”. Este ingeniero hace referencia a un nuevo tiempo, que comenzó con la andadura del Gobierno Regional del Kurdistán en 1991. Gobierno que les aseguró protección y que, tras la caída de Sadam Husein, en 2003, anexionó a la autonomía kurda las zonas donde viven las dos mayores comunidades yazidíes: Sinjar y Shekhan.

Precisamente en las montañas de Shekhan, se sitúa este templo, 60 kilómetros al norte de Mosul. Entre medio una frontera. Desde que fuera fijado el actual límite entre kurdos y árabes en Irak, en Lalish los yazidies agachan sin temor la cabeza para besar las piedras ennegrecidas por las lámparas de aceite. 365 mechas que no volverían a encenderse a diario, antes del alba, hasta hace 20 años. Porque, hasta aquel entonces, y durante siglos, estos muros y galerías fueron reconvertidas en escuela coránica.

Perseguidos como infieles por adorar al demonio

La expansión del Islam se tradujo en la persecución al culto yazidí, al interpretar que sus fieles adoran a Satanás. En el yazidismo se venera a Melek Taus, el ángel que se negó a postrarse ante Adán por considerar que sólo Dios merecía dicho respeto. De ahí, que la tradición musulmana identifique a este ángel, representado por un pavo real, con el diablo.

A esto se añade, que los yazidíes son seguidores de Yazid. Este califa omeya fue el responsable de la muerte del nieto de Mahoma, el imán Husein, cuyo martirio conmemoran lo chiíes con la fiesta la Ashura. Ambas cuestiones estarían detrás de las 72 matanzas perpetradas contra los yazidíes en Irak, explica Luqman. La última, apunta este periodista que hace de guía para los extranjeros, en una cafetería de Sinjar en 2009. Dos terroristas suicidas detonaron sus explosivos y acabaron con la vida de una veintena de personas. Pero dos años antes, 500 yazidíes resultaron muertos en un atentando con camión bomba en Tel Afar, cerca de Mosul. El ataque fue atribuido a Al Qaeda.

Incluso la taqdiya, el principio que permite a los yazidíes renegar de su fe en público con el fin de salvar la propia vida, no ha evitado una emigración masiva de esta comunidad de fieles hacia Alemania, Rusia o Suecia. Al país escandinavo huyó la familia de Havven. Ella nació en Europa, pero desde allí ha venido a Lalish para bautizar a su hija Shidar.

Así se muestra el vínculo que los yazidíes tienen con la tierra kurda. A ella siguen atados, fuertemente, como los nudos que hacen en las coloridas telas que representan a sus ángeles. Nudos que atan, pidiendo un deseo, y que desatan, para liberarlo. Y así, libres se sienten en la actualidad los fieles del pavo real, que regresan y que habitan esta Región Autónoma del Kurdistan. Territorio en el que por todas partes ondea la bandera con el sol yazidí de 21 rayos, como las cúpulas de Lalish. Los yazidíes ven ahora, desde el otro lado de la frontera, la violencia desatada por la lucha entre las dos comunidades musulmanas. Sólo en el mes de agosto, el enfrentamiento entre chiíes y suníes en Irak se cobró más de 800 vidas.

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