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Sacar a tu familia de Afganistán a 8.000 kilómetros de distancia: “Ya están en Madrid, lo hemos conseguido”

La familia de Ahmad.

Gabriela Sánchez

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Sentado en el salón de su casa de Madrid, Ahmad permaneció horas pegado a su teléfono móvil. La pantalla mostraba una ubicación real próxima al aeropuerto de Kabul, aunque alejada al mismo tiempo. Su padre, su madre, sus hermanos y su cuñada intentaban llegar en un taxi a la única vía de escape de Afganistán sin chocarse con los controles talibanes. A más de 8.000 kilómetros de distancia, este exintérprete del Ejército español, residente en España desde 2012, indicaba al conductor el mejor camino a seguir para esquivar posibles problemas.

Sabía que llegar al aeropuerto no sería fácil, y había pedido a un buen amigo que acudiese a la zona para comprobar aquellas áreas más “despejadas”. Era solo un día más de una semana de trámites, llamadas, ruegos y noches sin dormir para hacer lo posible para sacar a su familia de Afganistán, escasos días después de la toma de Kabul.  

Los combates se recrudecían en Herat, cuando Ahmad, que trabajó como traductor para las Fuerzas Armadas y para periodistas españoles en distintas ocasiones, empezó a hacer las primeras gestiones. Entonces, aún pensaba que podrían migrar con un visado, por la vía habitual. Los talibanes se hicieron con su ciudad natal, Herat, el 14 de agosto, y todo empezó a complicarse. Aún no imaginaban lo rápido que llegaría la toma de Kabul y, con ello, el cambio definitivo. 

“Cuando tomaron Herat, todavía no se había hecho realidad esa pesadilla. Tenían la esperanza de que el Gobierno hiciese algo y no llegase a tomar Kabul. Cuando cayó ya pensaron: ya está hecho, no hay posibilidades de arreglarlo. El nivel de pesimismo sube y la gente entra en estado de alerta, en busca de una vía para de poder escapar”, reflexiona Ahmad, que estudió Ingeniería Informática en su país.

Preocupado por su hermana

Desde Madrid, dice, la incertidumbre le traía muchas imágenes a la cabeza, pero sobre todo una: la de su hermana. No quería que la adolescente, de 13 años, creciese en un régimen talibán. “Estaba especialmente preocupado por mi hermana. Viendo como tratan a las mujeres, viendo los comunicados donde amenazaban con casar a las adolescentes con los soldados talibanes… todo eso no me dejaba dormir”. 

Los talibanes, cuenta, ya habían empezado a “señalizar” algunas casas de afganos que “habían colaborado con el enemigo”. Y en su barrio, Ahmad era conocido. “Si preguntan por la casa del intérprete, te señalan la casa de mi familia. Me daba miedo que les pasase algo por ello”. 

El avance talibán les cerró la puerta para obtener los visados por la vía habitual pero, tras la toma de Kabul, se abrió otra. “Desde el día en que se estaba tomando Herat, empecé a mover todos los hilos posibles y a intentar sacar los pasaportes, aún sin haber plan de evacuación. Cuando cayó Herat, las oficinas de pasaportes cerraron. Menos mal que se inició el plan de evacuación, si no, no hubiera ninguna posibilidad”. 

Y para salir por esa única puerta, su familia necesitaba llegar a ella. Necesitaba llegar a Kabul. Mientras empezaba a llamar a sus contactos en las Fuerzas Armadas y la Embajada española, Ahmad preparó el viaje de su familia desde Herat, situada a más de 1.000 kilómetros de distancia en coche. 

Cambiar de hotel cada dos días

Todo debían dejarlo como si no fuesen a marcharse. La pequeña tienda de su padre, se quedó tal y como la dejó el último día. En la casa donde crecieron, no podía haber mucho movimiento. Debían ser discretos: “Les prohibí hacer ningún tipo de actuación, que denotase que intentaban irse a algún sitio”. 

Las cerca de 15 horas en autobús, cuenta, transcurrieron sin problemas. En el vehículo, su familia temía un control de las fuerzas talibanas, a las que en ocasiones observaban a través de la ventanilla. Desde Madrid, Ahmad esperaba noticias nervioso: “Veían soldados, pero no les llegaron a revisar lo que llevaban encima… A mí me preocupaba el tema de los teléfonos. Les pedí que borrasen todo: todas las fotos que les he mandado desde aquí, por ejemplo, de vacaciones con alguna amiga… Cosas simples que, allí, pueden ser pena de muerte si lo encuentran en tu móvil. Pero no pasó nada”. 

Ya, en Kabul, explica Ahmad, a su plan le faltaba la llave que abría esa única puerta para salir del país: un salvoconducto de la Embajada española. Por seguridad, la familia solo pasaría dos noches en cada hotel. “Una familia que acaba de llegar a un hotel con maletas es una señal muy obvia de que iban a ir para el aeropuerto, y me daba miedo que le relacionasen con colaboradores de extranjeros”, dice el joven, quien ahora trabaja para un despacho de abogados en Madrid. “Pensé que lo mejor era no estar mucho tiempo en un mismo sitio. Por si, en alguna salida, les identificaban y volvían a por ellos. Por eso, cada dos días, cambiaban de sitio”. 

En el segundo hotel, no pudieron aguantar mucho tiempo: “Había talibanes en la habitación de al lado. Así que salieron y se fueron a otro sitio a dormir”. Un mail de la Embajada les confirmó que podrían viajar a partir del 22 de agosto. El día anterior se dirigieron al aeropuerto. Ahmad, pendiente de todas las informaciones publicadas en los medios, sabía que no sería fácil. 

Se le ocurrió un plan. “Conozco la ciudad de Kabul y pude saber dónde tienen los talibanes los controles. En la 'zona verde' o 'la zona segura', donde estaban las embajadas y oficinas del gobierno, estaban los controles”, detalla Ahmad. Le pedí a un buen amigo el favor de si podía acercarse por esa zona, con un taxi a dar una vuelta y ver cómo estaba el ambiente. Vimos que la vía por la que se podía ir, era otra, de calles grandes, que sí daba acceso al aeropuerto“. 

Cuando su familia estaba en el taxi, la voz de Ahmad sonaba en el interior del vehículo a pesar de encontrarse en su casa de Madrid. Muy pendiente de la localización a tiempo real enviada por sus allegados, el afgano daba las indicaciones precisas al taxista, que logró acercaros hasta donde les permitió la muchedumbre de afganos desesperados por salir del país, agolpada a las puertas del aeropuerto: “Todo esto desde mi salón, pegado al teléfono”.

Siguiente obstáculo: entrar en el aeropuerto

La cantidad de gente agolpada les impedía acercarse al punto de encuentro con las tropas españolas.

“Se aproximaron hasta lo máximo posible, hasta un punto que estaba a unos metros de la entrada, pero era muy difícil. Mi padre consiguió ver a un soldado español, y me pasó el teléfono, porque él no habla nada de español ni inglés: le expliqué todo y conseguimos que fueran a buscarles”, cuenta. Eran las siete de la mañana. Habían pasado casi 24 horas desde que salieron hacia el aeropuerto. “Y eso es tener suerte, porque muchos se quedaron atrás...”.

Según explica, para lograr entrar en el recinto fue fundamental el apoyo recibido por los periodistas Mónica Bernabé, con la que trabajó, y Antonio Pampliega, a quien pidió ayuda tras leer el hilo de otros ciudadanos afganos de los que el reportero había denunciado su situación a través de Twitter. 

Llegada a Torrejón

Aquella noche, Ahmad no tuvo contacto con sus seres queridos. Pasó la noche en vela esperando noticias, hasta que el teléfono sonó: “Estamos en el avión”, dijo al otro lado su padre.

Ahmad durmió apenas unas horas, y siguió el rumbo del vuelo donde, esperaba, viajaba su familia. Estuvo pendiente todo el día de una aplicación de rastreo de vuelos. Cerca de las ocho de la tarde de este martes, confirmó el aterrizaje. Los medios empezaron a publicar noticias sobre la nueva llegada de refugiados a Madrid y Ahmad se dejaba los ojos buscándolos en algunas de las imágenes difundidas.

La impaciencia pudo con Ahmad, que se plantó en la base de Torrejón. “Me acerqué hasta el aeropuerto, pero no pude entrar. He hablado con ellos por teléfono. Están bien”, decía a elDiario.es por mensaje pocas horas después de la llegada de sus allegados.

La mala conexión a Internet del campamento impide a los afganos recién llegados hablar con sus familiares con facilidad. “Todo el rato se entrecorta, pero al menos ya sé que están aquí y están bien”. 

Ahmad aún no ha podido abrazar a sus familiares. Tampoco hablar con su hermana pequeña. Este miércoles, intentaba contactar con su padre para, de nuevo, darle indicaciones sobre el siguiente paso: aunque vive en Madrid, el afgano había pensado que el mejor lugar para que sus seres queridos creasen una nueva vida era Zamora, una ciudad donde cuenta con redes de apoyo y donde creía que sería “más fácil” salir adelante. Así lo trasladó su padre en la entrevista que mantienen todos los refugiados con miembros del Ministerio de Inclusión y ONG, pero no hubo suerte. 

Su próximo destino, según le ha contado su familia en las entrecortadas conversaciones, será Bilbao o sus alrededores. Ahmad aún espera una confirmación más clara del lugar adonde serán enviados para comprar el primer vuelo con destino al País Vasco. No le importa que no estén tan cerca de él ni de sus redes como esperaba. 

“Estoy contento. Comparar donde estaban ellos con España... Me da todo igual. Me encanta Bilbao, creo que es un buen lugar. El único lío para mis familiares es que acaban de llegar a un nuevo país, y van a tener que aprender español y también vasco. Menudo lío”, dice entre risas. Al día siguiente, este jueves, recibe nuevas noticias. Hay un cambio de planes, según ha podido saber elDiario.es tras la publicación de la primera versión de este artículo. Se van a Zamora.

“Estoy feliz”, dice pendiente de cada nueva de información, ansioso por plantarse en cualquier lugar donde les envíen y comprobar con sus propios ojos que ya están a salvo. “La sensación de impotencia de no poder estar ahí ha sido horrorosa... Los riesgos eran muchos y tenía mucho miedo, pero ya están en Madrid. Lo hemos conseguido”.

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