Los diez grandes retos pendientes de la industria alimentaria española
- Finaliza la serie sobre la crisis de la industria alimentaria en la que se analizan los principales retos y dificultades que atraviesa el sector
Las empresas alimentarias españolas ingresan casi 86.000 millones de euros, el 14% de lo que factura todo el sector industrial, y representan cerca del 7,6% del PIB español. Unas cifras que en ocasiones hacen olvidar los problemas del sector, la necesidad de transformación y, en cierta medida, de profesionalización de su gestión. Las crisis de Nueva Rumasa, Panrico, Pescanova, Sos Cuétara o las luchas por el poder en Vega Sicilia o Gullón son el síntoma de las dificultades de unas empresas que no serán iguales una vez se supere la crisis económica. Pero ¿qué necesita el sector para sobrevivir y, si es posible, ser más fuerte? En el último capítulo sobre la crisis de la industria alimentaria se analiza su futuro.
1. Inversores con vocación de permanencia. Hacer dinero comprando y vendiendo empresas que se dedican a vender pan, bollería o embutidos es complicado. Algunos lo han intentado. Como Panrico, que se ha convertido, muy a su pesar, en el ejemplo de cómo el capital riesgo puede poner patas arriba una empresa donde la ambición de sus gestores era muy superior a la capacidad de generar nuevo negocio.
En el sector alimentario, los márgenes de beneficio sobre ventas son muy reducidos. “Esto no es como la industria automovilística, donde si vas a comprar un coche y no te gusta o no te convence el precio, te vas a otro concesionario. En la alimentación, todos los coches, de todas las gamas y muchas veces hasta modelos que son casi iguales, están en el mismo concesionario: el súper. Y cada cliente elige en una fracción de segundo, cada céntimo cuenta. Aquí no hay negocio para los especuladores”, explica un empresario de la industria láctea.
2. Profesionalizar la gestión. O cómo quitarse de encima el fantasma de Nueva Rumasa. La dudosa gestión que en los últimos años ha llevado ante la Justicia no sólo a la familia Ruiz Mateos, sino también a quienes fueron directivos de multinacionales consideradas modelo a seguir y a ejemplares empresas cotizadas en bolsa: Pescanova, bajo la gestión de Manuel Fernández de Sousa; y Sos Cuétara, bajo la batuta de Jesús Salazar. Ellos han acaparado titulares tras dejar en el aire el futuro de sus empresas y de sus trabajadores con gestiones que han derivado en presuntos delitos de apropiación indebida, estafa o, incluso, esquemas piramidales al estilo Madoff.
3. Para bien o para mal, un tejido compuesto por pymes. Ser una pequeña o mediana empresa no es ni bueno ni malo. Todo depende del modelo de gestión y de ajustar tamaño y ambición. “Nuestro sector está compuesto por casi 30.000 empresas, la mayoría de ellas (96,2%) pymes y microempresas. Sólo 59 emplean a más de 500 profesionales”, aseguran desde la patronal del sector, la Federación de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB).
Así, en España, el sector está más atomizado que en cualquier otro país de nuestro entorno. En Alemania, por ejemplo, menos de 6.000 empresas se dedican al negocio alimentario pero éstas logran facturar más de 163.000 millones. En Francia hay cerca de 10.000 empresas y en Italia, unas 6.300, y en ambos casos nos superan en ingresos, alcanzan 157.000 y 127.000 millones, respectivamente. Por ello, una de las soluciones que se plantea es la concentración. “Es inevitable que se produzca cierta concentración. Es necesario afrontar un proceso que favorezca una mayor integración empresarial con el objetivo de crear un tejido industrial más competitivo”, señala un directivo. Sin embargo, la situación actual tiene aspectos positivos. Más de la mitad de las empresas de alimentación españolas están localizadas en el medio rural y son, por tanto, un factor de vertebración económica.
4. Final de los culebrones. Además de pymes, la industria alimentaria española está compuesta, fundamentalmente, por empresas familiares. Y, como en todas las familias, los trapos sucios hay que lavarlos en casa. Una frase que ha cobrado actualidad gracias a las guerras por el poder que han vivido, o aún viven, grandes empresas como Gullón o Vega Sicilia. La lucha por el control accionarial de una de las principales empresas galleteras o de la que quizás sea la enseña vinícola más emblemática de España ha llevado a airear, a través de los medios de comunicación, las rencillas entre padres e hijos, que muchas veces entran más en el terreno personal que en el estrictamente profesional. En gran medida, el problema de estas sociedades es que no se han preparado para crecer o, al tener un consejo de administración familiar, no se han dotado de protocolos que garanticen un traspaso de poder ordenado o, al menos, tranquilo.
5. Falta financiación. En el caso de las empresas de alimentación, sobre todo en las grandes, se han enfrentado a la reestructuración de las cajas de ahorro regionales. Por ejemplo, las cajas gallegas fueron el respaldo financiero de Pescanova, lo mismo que Caja Madrid lo fue de Sos Cuétara; en este caso hasta convertirse, tras la caída de su presidente, Jesús Salazar, en su principal accionista. Hoy cuesta más conseguir financiación y eso lo sufren tanto los grandes como los pequeños fabricantes. Pero estos últimos también se quejan de que muchas veces lo que necesitan no son créditos, sino tener sus líneas de producción a pleno rendimiento. Y eso no lo consiguen si el consumo, el bolsillo de sus clientes, no recupera la alegría.
“Se necesita financiación y apostar por esta industria. Desde el Gobierno se reconoce al fin el peso del sector pero, a pesar de ese reconocimiento, hay que facilitarle más apoyo, más respaldo y más financiación. Esta industria está respondiendo a la crisis porque, simplemente, hay que comer todos los días pero estamos perdiendo una gran oportunidad porque éste podría ser uno de los sectores que nos saquen de la crisis”, asegura Sebastián Serena, secretario del sector de alimentación, bebidas y tabaco de UGT.
6. Impuestos sobre el consumo. Todos los sectores se quejan de soportar más impuestos que el resto o que les impiden ser competitivos. “Pero los impuestos no siempre ahogan; por ejemplo, sólo pagas el impuesto sobre beneficios si los tienes y ya me gustaría tenerlos”, asegura el dueño de una pyme alimentaria.
Pero no todos los impuestos son iguales. La última advertencia en materia impositiva, en la que la industria va de la mano de la distribución, tanto del pequeño como del gran comercio, es el temor a un nuevo aumento del IVA. La pasada semana afirmaron en un comunicado conjunto que cualquier subida o reclasificación de este impuesto puede tener un “impacto muy negativo, no sólo en los sectores dependientes del consumo sino en la incipiente recuperación económica, dado que un nuevo parón en el consumo podría provocar un freno en seco para el país”.
7. Innovar, innovar e innovar. Tomate con Omega 3, patatas fritas con ondulaciones y sabores que escapan a la naturaleza o yogures que curan el colesterol. Con mayor o menor fortuna, el sector invierte en innovaciones, aunque podría hacerlo mucho más. Según datos de 2011, los últimos disponibles, sólo innova el 10,1% de las empresas del sector, que en conjunto invirtieron alrededor de 655 millones de euros. Ante estas cifras, nueve de cada diez empresas de alimentación no hacen nada por fabricar productos mejores o nuevos o por hacerlos a menor coste o con mayor eficiencia energética.
8. La internacionalización. En los últimos años, es habitual escuchar a grandes empresarios del sector alimentario quejarse de que, mientras grandes cocineros de renombre conquistan estrellas Michelin, y con ello acaparan titulares, a nadie le importa si lo que se cocina en sus fogones procede de la huerta de Murcia o de La Rioja. Sin embargo, el sector no puede decir que lo esté haciendo mal. En 2012, las exportaciones de alimentación y bebidas crecieron un 9,4% y superaron los 22.000 millones de euros. Además, el saldo comercial fue positivo por segundo año consecutivo en más de 3.000 millones.
El problema es, no obstante, que estas exportaciones están muy concentradas: el 71% se vende a otros países de la Unión Europea. A Estados Unidos y Canadá sólo destinamos el 6% de las ventas exteriores de estos productos, mientras que el 9% acaban en países asiáticos. “También hay que tener en cuenta que se ha llevado a cabo una devaluación salarial que nos ha permitido ser más competitivos y por eso exportamos más que antes, más que por la innovación y el crecimiento de la propia industria”, explica Sebastián Serena de UGT.
9. Lograr el glamour francés o la imagen de calidad del ‘prodotto realizzato in Italia'.glamour Es otra de las históricas quejas del sector. Podemos intentar crear la imagen de Marca España pero, mientras los productos de alimentación españoles no logren el mismo reconocimiento internacional que, por ejemplo, los vinos franceses o el aceite de oliva italiano, no habrá manera de conquistar los supermercados extranjeros. “Esta industria es el primer productor mundial de aceite de oliva o de aceitunas, o, por ejemplo, el principal productor en Europa de pescado.
10. La distribución: no hay peor enemigo que el de casa. Es un peaje, pero es imprescindible. Los productos de alimentación, bebidas o gran consumo no llegan a la despensa de los consumidores sin pasar por los súper, híper, mercados tradicionales o tiendas de barrio. Y son estos los que al final marcan el precio y tienen la capacidad de tratar mejor a uno y otro fabricante. Sin olvidar las marcas blancas, las que se comercializan bajo el nombre del distribuidor y que ya acaparan el 36% de las ventas. Marcas que en muchas ocasiones están hechas por los mismos fabricantes que las critican. Una de las soluciones a las disputas entre distribución y fabricantes puede venir de la Ley de la Cadena Alimentaria, uno de los proyectos estrella del Gobierno en materia de consumo y que está por ver si finalmente su funcionamiento satisface a todas las partes implicadas y logra la anhelada competitividad.