El arrecife de vino
¿Es posible un arrecife hecho de vino, y que además genere vida marina? Sí, es posible y está a tan solo 700 metros de la costa de Vizcaya, en la bahía de Plencia. Hace casi cuatro años, Bajoelagua Factory, una empresa del País Vasco dedicada a la divulgación del medio marino a través de diversas actividades, pensó que la mejor forma de estudiar el lecho marino era crear una bodega submarina a la que le colocarían diferentes sensores. Unos monitorizarían el comportamiento de las botellas, procedentes de 14 denominaciones de origen españolas, a 20 metros de profundidad y los otros, la vida del fondo de la bahía.
En menos de cuatro años, la bodega submarina se ha convertido en un arrecife artificial donde ya hay censadas 1.000 especies diferentes de vida marina, entre microscópicas y otras más grandes, y ha logrado criar ejemplares a su alrededor que prácticamente habían desaparecido de este ecosistema del mar Cantábrico.
Para facilitar la financiación del laboratorio submarino, cuya vida interior iba creciendo con el tiempo, la empresa decidió comercializar su propio vino, Crusoe Treasure. El arrecife tiene un registro sanitario que hace que pueda funcionar como bodega. Tras pasar un tiempo en barricas en tierra, el líquido se embotella, se coloca en el arrecife y luego se comercializa como “un tesoro sumergido”, numerado y único. La etiqueta es un conjunto de escamas o botellas apiladas, según se vea, que forman la “t” de treasure, tesoro en inglés. “El 10% de lo que vendemos se emplea en el mantenimiento del laboratorio submarino y para la investigación del arrecife”, explica Borja Saracho, director gerente de la empresa. Sus clientes proceden en su mayoría de Rusia y China, pero también de Alemania y Suiza. “Todos los propietarios de las botellas pueden seguir la evolución del arrecife a través de unas claves que les facilitamos y así les hacemos partícipes de la vida que están ayudando a crear”, subraya Saracho.
Recogida de muestras cada seis meses
El equipo de biólogos de Bajoelagua Factory recoge muestras cada seis meses y en los dos últimos años se les han unido investigadores externos, del CSIC, de la Universidad del País Vasco y de la Universidad de Alicante, para estudiar todo el ecosistema que se está formando alrededor del arrecife artificial. “En cuatro o cinco años tendremos las suficientes tendencias para sacar las primeras conclusiones de todo lo que ocurre ahí y cómo afecta al resto del ecosistema”, explica el director gerente, quien cree que estos datos pueden ser muy “valiosos” para estudiar los efectos del cambio climático.
Por el momento, los sensores de este laboratorio natural han podido medir los siete temporales que han azotado la cornisa cantábrica durante el invierno. “Toda la fuerza se ha quedado en superficie porque, aunque han sido muy largos en el tiempo, ninguno ha superado la intensidad de la corriente submarina de uno que registramos en octubre de 2010”, cuenta Saracho. Es decir, toda la fuerza que se pudo ver y sentir este invierno en la superficie afectó en menor medida al fondo marino.
Los pescadores de la zona, explica Saracho, si bien se mostraron reticentes al principio, ahora ven con buenos ojos el proyecto. “La bahía estaba muy esquilmada, sobre todo debido a los pescadores amateur, pero ahora se está repoblando de nuevo, y se pesca más que antes porque el arrecife atrae más vida”, dice.
El nuevo proyecto de la empresa, que comenzó en 2004 con una página web de divulgación sobre todo lo relacionado con la mar, es crear “un centro didáctico en tierra” sobre el arrecife artificial, como señala el director gerente. El suyo es uno de los 21 finalistas de Momentum Project, una iniciativa de ESADE y BBVA que selecciona los mejores proyectos de emprendimiento social con formación especializada y financiación. “Si no es de esta manera, lo lograremos de otra”, confía Saracho.