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Rigidez de codo, entre la pérdida de movilidad y de calidad de vida

Una persona con molestia en el codo

Mercè Palau

El codo es una articulación que actúa como una especie de bisagra. Une el brazo con el antebrazo y está formado por tres huesos: el húmero, el cúbito y el radio. Cada hueso tiene un cartílago en el extremo que los ayuda a deslizarse uno sobre el otro y transmitir las cargas. 

El codo proporciona dos tipos de movimientos: uno de flexión-extensión, que permite acercar o alejar la mano del cuerpo; y otro de pronación-supinación del antebrazo, que nos ayuda a orientar la palma de la mano hacia arriba o abajo. La función de los nervios y la fuerza de los músculos alrededor de la articulación permiten realizar dichos movimientos y estabilizar la mano en el espacio.

Se ha demostrado que los rangos de movimiento funcionales que permiten realizar el 90% de las actividades son 30º-130º de extensión-flexión —siendo 0 la extensión mínima, y 145 la flexión máxima—y de 50º de pronación y de supinación —siendo 75º la pronación máxima, y 85º la supinación máxima—. 

Estos movimientos son exclusivos del codo y nos permiten mantener nuestra independencia en el día a día. Una reducción del 50% del movimiento del codo puede llegar a reducir la función de las extremidades superiores en casi un 80%. Lamentablemente, las demás articulaciones del miembro superior —hombro, muñeca—, no permiten reemplazar la movilidad del codo. Si no podemos flexionar el codo nunca llegaremos a tocar nuestro cuerpo con la mano, y si el codo no se estira, tendremos que acercarnos mucho a los objetos para manipularlos. La falta de pronación puede impedir que usemos un teclado, y la falta de supinación hará que no podamos lavarnos la cara, por ejemplo. 

Cuando esto ocurre, hablamos de rigidez de codo o codo rígido.

Cómo se manifiesta la rigidez de codo y por qué suele aparecer

“Cualquier enfermedad y lesión que afecte al codo puede acabar causando rigidez en esta articulación”, afirma el Doctor Antonio M. Foruria, jefe asociado de Cirugía reconstructiva y miembro superior del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz, y especialista de codo. 

La mayoría de lesiones de esta articulación son de origen traumático como luxaciones y fracturas que pueden dejar secuelas como inestabilidad o rigidez articular. Según su causa, una rigidez que puede manifestarse de varias maneras. Puede ocurrir que aparezca de forma temporal y que se resuelva espontáneamente —es común en el caso de un derrame articular tras sufrir un golpe—.

También puede ocurrir que aparezcan brotes con fluctuaciones de la movilidad, como en el caso de la artritis o artrosis del codo o, en los casos más graves, que la rigidez sea permanente. En este último caso la mayoría de las veces las causas son secuelas de fracturas y luxaciones, tratamientos quirúrgicos o problemas o enfermedades que obliguen a mantener el codo quieto durante mucho tiempo. 

Es importante destacar que la propia genética de la persona determina en gran parte la cantidad y la calidad de la cicatriz interna, es decir, que “dos personas pueden tener respuestas distintas al mismo tratamiento”, puntualiza el Doctor Foruria.

En una persona que sufre rigidez de codo es importante conocer el inicio, la duración, el carácter y la progresión de los síntomas, así como cuál es la causa.

Un tratamiento basado en la comunicación y la implicación

A pesar de contar con múltiples técnicas de tratamiento, el objetivo principal es siempre el mismo: recuperar la movilidad del rango articular funcional sin dolor para cada persona. Y para que este sea efectivo es imprescindible que el paciente entienda la secuela que presenta, cómo se ha desarrollado, el tratamiento que necesita y los resultados que puede obtener. Es fundamental, por tanto, la comunicación entre médico y paciente para que este pueda entender el mecanismo por el que tiene rigidez y sus particularidades para plantear el mejor tratamiento. 

Las medidas que deben aplicarse serán distintas en función de las necesidades. Es el médico especialista en codo el que determinará —a través de una entrevista para conocer la sintomatología, una exploración física y otras pruebas como radiografía, resonancia magnética o tomografía computarizada— cuál es la mejor para cada caso particular.

Cuando la rigidez es permanente y no es posible tratarla con otros medios conservadores como la fisioterapia, el tratamiento quirúrgico es una buena opción, pero solo si la movilidad impide llevar una vida normal y cuando el paciente lleva entre cuatro y seis meses de tratamiento no quirúrgico sin mejoría, según la Sociedad Española de Cirugía Ortopédica y Traumatología (SECOT). Debe tenerse en cuenta que se trata de una opción que no está exenta de riesgos.

La cirugía se puede realizar a través de una incisión abierta o con artroscopia que permita eliminar la rigidez preservando al máximo la integridad de las estructuras normales como huesos, músculos, ligamentos, cartílago, nervios y vasos sanguíneos. Igual de  importante que la calidad de la cirugía es el tratamiento postoperatorio, dirigido a disminuir la capacidad del codo operado de volver a quedarse rígido. 

Aquí es fundamental “la motivación e implicación del paciente y un tratamiento individualizado”, enfatiza el experto. En el caso de la cirugía es especialmente importante contar con un paciente colaborador ya que el tratamiento posterior y rehabilitador es clave para un resultado óptimo. Este debe entender cuáles son los requerimientos para que la mejoría sea más efectiva. 

La recuperación, aunque varía de una persona a otra, suele durar entre tres y cinco meses, tras los cuales la mayoría de personas llegarán a recuperar al menos 100º en los dos movimientos del codo.

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