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La plaza de toros de Badajoz, entre la destrucción patrimonial y el memoricidio

Proyecto de Luis Pla para la antigua plaza de toros

Francisco Espinosa Maestre

La plaza de toros de Badajoz fue destruida a finales de los años noventa, solo unos años después de que expertos de la ONU definieran el concepto de memoricidio en relación con el caso yugoeslavo. En su lugar se levantó un palacio de congresos cuya actividad –tendemos a suponer– debe justificar su desaparición y el dineral que debió costar. El entonces secretario general técnico de Patrimonio de la Junta de Extremadura, Agustín Sánchez Moruno, llegó a afirmar que, según sus previsiones, el Palacio de Congresos generaría seis millones de euros al año, lo que permitiría amortizar la inversión en dos años. Al frente de la concejalía de urbanismo, clave igualmente para el asunto, se encontraba Cristina Herrera. El daño se hizo y ya no tiene remedio. Aquel lugar, patrimonio histórico monumental de la ciudad y uno de los símbolos más reconocidos, dentro y fuera de nuestro país, del golpe militar fascista de julio de 1936 y de la resistencia democrática, fue sustituido por otra cosa. Aparte del de Badajoz, en Extremadura existen otros cuatro palacios de congresos: Cáceres, Mérida (BA), Villanueva de la Serena (BA) y Plasencia (CC).

La prueba de que fue una decisión equivocada es que desde entonces hay una cuestión pendiente: la exigencia por parte de partidos, asociaciones y movimientos sociales de que se asuma lo que allí hubo antes y la actitud de la Junta desde 2006 haciendo promesas que después incumple. Declaraciones del director general de Cultura y Patrimonio de la Junta de Extremadura Francisco Pérez Urban animan a recordar ciertos hechos y a reflexionar sobre este asunto. A comienzos de junio de 2017, en respuesta a una pregunta realizada en la Comisión de Cultura por el grupo municipal Podemos-Recuperar Badajoz sobre cuándo se tendría en cuenta el pasado oculto en el palacio de congresos, Francisco Pérez Urban respondió lo siguiente:

… no hay una interpretación específica de los hechos que allí acaecieron, pero quiero poner en valor el hecho de que la recuperación de ese espacio, altamente degradado, de la plaza de toros para convertirlo en un espacio cultural tuvo siempre una clara connotación de recuerdo, de memoria, porque podía haberse hecho cualquier tipo de edificio y se respetó aquella forma circular que recordaba y sigue recordando todavía lo que fue aquella plaza de toros. Y hay una escultura, como conocen, de una rosa que proyecta una sombra que tiene una simbología. Posiblemente no tenga… no sea tan evidente la explicación…, nos parece razonable la demanda que se hace desde el Ayuntamiento de Badajoz y nosotros hemos comunicado ya al Ayuntamiento, por escrito de la secretaría general, que asumiremos la realización de este apoyo interpretativo dentro del palacio de congresos.

Aceptar que, por el hecho de colocar un espacio cultural donde antes hubo un lugar de memoria único, existe una clara connotación de recuerdo, requiere un considerable esfuerzo. Considerar meritorio que se respetara la forma circular de lo que hubo antes no lo es tanto si pensamos que se trataba de un edificio dotado con protección estructural. Existían claras limitaciones por estar situada la plaza desde 1859 en el baluarte de San Roque, parte del sistema defensivo histórico de la ciudad. En 2003, en la introducción de La columna de la muerte, inspirándome en el conocido mensaje de Lampedusa en El Gatopardo, escribí que todo parecía indicar que quienes promovieron la sustitución de la plaza por un palacio de congresos habían decidido que todo debía seguir aparentemente igual para que nada permaneciera. Basta recordar las palabras de los arquitectos, José Selgas y Lucía Cano, al ser preguntados (Babelia, julio 2006) sobre cómo abordaron el contexto histórico de un lugar donde fueron asesinadas cientos de personas:

Este tipo de contexto es, efectivamente, latente, porque la gente habla poco de él. Partíamos de una plaza de toros, que venía de otra plaza, que a su vez procedía de otra. Y así hasta la original de madera, que se remonta al siglo XIX. Eso deja una huella clara: un círculo enclavado en el bastión. Y ese círculo encierra una, o muchas vidas. Lo tratamos con respeto.

Pero el periodista insiste en cómo se materializa el respeto:

Formalmente manteniendo el círculo sin más. Es un proyecto muy simple: había un círculo y mantuvimos el círculo.

He ahí la clave de la obra para los arquitectos: según ellos la gente hablaba poco del contexto y ellos se limitaron a dejar el círculo.

También aludía Pérez Urban a la cercana escultura, cuyo significado nos explicó en su momento su autora, Blanca Muñoz:

… cada 14 de agosto, aniversario de la toma de la ciudad, proyectará una galaxia espiral dentro de los límites de su base y que está formada por una serie de líneas que quedarán casi todo el año desordenadas sobre el suelo, salvo los días en torno a la fecha.

El título de la obra es “Eclíptica II”, término que nos remite a la astronomía: circunferencia máxima de la esfera celeste descrita por el movimiento aparente del sol en el curso del año, que corta el ecuador en ángulo de 23 grados y 27 minutos. Ante el carácter esotérico, tanto del significado de la obra como de su título, poco cabe decir. La impresión que da es que igual pudo servir para la celebración de unos juegos olímpicos como para un congreso eucarístico.

Una vez asumida la propuesta de Recuperar Badajoz, Francisco Pérez Urban añadió:

Cuestión distinta es saber si en aquel momento, cuando se hizo el proyecto, había que combinar un espacio cultural con un espacio de memoria o no. O el espacio de memoria podía haberse hecho en otro lado, es decir, analizar las cosas con la perspectiva que nos da hoy el desarrollo que ha tenido, precisamente impulsado por las políticas del partido socialista, la ley de memoria histórica, pues posiblemente nos llevaría a otro escenario en la configuración de aquel espacio cultural, pero digamos que la idea de recuperar para la cultura un espacio de barbarie no era nueva tampoco para nosotros. Se hizo en el MEIAC, es decir, yo creo que hay un mensaje, es verdad… si me apura pues es subliminal, pero a veces las palabras y los mensajes subliminales tienen la potencia de lo que se percibe y no se ve. No se trata aquí de discutir eso. Nosotros vamos a asumir el compromiso […].

Digamos que, aunque sea tarde y de manera un tanto confusa, el hecho de que la Junta de Extremadura se comprometiera a recordar qué hubo y qué pasó en aquel espacio ahora rutilante tanto a través de una placa como a través de una exposición permanente, significa que algo se hizo mal. En cualquier caso Pérez Urban, que se comprometió a tomar ciertas medidas, no fue el responsable de aquel despropósito. También hay que agradecerle que no haya repetido lo que se dijo en su momento sobre el proyecto ganador de los arquitectos José Selgas Rubio y Lucía Cano Pinto en el sentido de que se había valorado especialmente “el cuidado con el que trata la historia y la memoria del lugar”. Por su parte Francisco Muñoz Ramírez, entonces consejero de Cultura, declaró con motivo de su inauguración en septiembre de 2006 que le parecía “muy sutil”. En la tarjeta de invitación al acto constaba que “era en memoria de las víctimas de la guerra civil”, pero fue un acto frío en el que no se pronunció ni una palabra en memoria de las víctimas ni en recuerdo de lo que hubo allí antes. Por no haber no hubo ni un minuto de silencio.

Una decisión personal que no admitía discusión

Memoria sí, pero hasta su justo límite.

Mª Antonia Trujillo en nombre de J.C. Rodríguez Ibarra (Zafra, 2002)

El proyecto se remonta a noviembre de 1998, momento en que Rodríguez Ibarra propuso al alcalde de Badajoz, Miguel Ángel Celdrán Matute, demoler la plaza de toros y construir en su lugar un palacio de congresos. Cabe imaginar cómo recibió la noticia Celdrán, alcalde del PP entre 1995 y 2013, ante la propuesta. Para justificar lo que se iba a hacer Rodríguez Ibarra y otros mantuvieron que en realidad no había nada que conservar, ya que la plaza estaba prácticamente derruida. Esto, que no era cierto, fue lo que mantuvo Justo Vila en el documental La batalla de Badajoz, de Irene Cardona, en 2004. Lo que nadie se había planteado hacer en décadas venía ahora de la mano de un presidente de la Junta del PSOE. El hecho es que a finales del año siguiente se adjudicaban las obras del palacio de congresos.

En cierta ocasión me comentó Luis Pla Ortiz de Urbina que, cansado del absurdo concurso de ideas y de los interminables debates en torno a la plaza de toros, propuso al alcalde Manuel Rojas un proyecto para convertir la plaza en monumento que recordara para siempre lo que allí ocurrió. Sin embargo el proyecto fue rechazado por los técnicos municipales. Pla, que muy pronto pasó a apoyar la decisión de Rodríguez Ibarra, lo planteó como un lugar de memoria. También me contó que el deterioro sufrido por la plaza se debió a las desafortunadas intervenciones realizadas durante años, intervenciones enteramente ilegales dada la catalogación del edificio. Curiosamente, pasado el tiempo y cuando ya había fallecido el alcalde, la Junta decidió dar el nombre de “Manuel Rojas” al nuevo edificio, pero esto daría para otra historia.

Entre los que se manifestaron públicamente a favor de la conservación del monumento habría que destacar al arquitecto e historiador local Javier Teijeiro Fuentes, que además estaba convencido de que, desde el punto de vista urbanístico, el lugar apropiado para el palacio de congresos no era el casco antiguo sino el ensanche de la ciudad. Con sus artículos en Hoy en defensa del patrimonio y de la legalidad urbanística consiguió detener la demolición durante un tiempo, el necesario para que PSOE y PP modificaran el Plan General Municipal aprobado por el propio PSOE en 1989, con el propósito de eliminar la protección estructural que impedía el derribo del histórico edificio. Por otra parte desde IU, según me contó Alfonso González Bermejo, intentaron recoger firmas mostrando fotografías del interior en las que se veían las bóvedas de cañón. En el mismo sentido Teijeiro afirma que, ya iniciadas las obras y como reflejó la prensa, se dejaron caer los arcos que sustentaban el camino donde se colocaban los cañones de la cara derecha del baluarte.

Seis años después, en abril de 2006, se inauguraba con cierta prisa el palacio de congresos. En medio se produjo un silencio que se rellenó con discusiones baladíes sobre, por ejemplo, cómo debería llamarse el futuro palacio. Como excepciones destacan los artículos aludidos de Teijeiro entre otros, la iniciativa de IU o el cartel con el que amaneció la ciudad el 14 de agosto de 2002 en memoria de lo ocurrido en aquella plaza en 1936, que hubo de hacerse en Elvas ante la negativa de las imprentas de Badajoz y al que se hizo desaparecer desde primeras horas de la mañana. Las críticas vinieron después, cuando al concluirse se percibió plenamente que un lugar de memoria había sido sustituido por un lugar de olvido. De ahí surge la idea de la escultura: la actuación había sido tan brutal que se hacía necesario algún detalle de cara a la galería. Mi opinión sobre lo que se había hecho la expuse por escrito en la introducción de La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz (Crítica, 2003) cuando la obra estaba en pleno apogeo. De sus consecuencias hablaré después.

Tras la inauguración, en septiembre de 2006, coincidiendo con la colocación de la escultura y la exposición sobre el 70º aniversario de la Guerra civil, el consejero de Cultura Francisco Muñoz Ramírez, sin duda debido a las críticas, dijo que con los restos de esta se crearía un espacio en el hall del palacio de congresos. El comisario de dicha exposición fue el profesor de la Universidad de Extremadura Enrique Moradiellos. Pese a celebrarse en el lugar que ocupó la vieja plaza de toros no hubo en ella un apartado específico dedicado a Badajoz ni la menor mención a aquel escenario. Sería como si esa misma exposición, de haberse celebrado en Guernica, no hubiese mencionado el bombardeo. En octubre de 2008 fue el Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura, en el que intervenían la Junta y el también profesor de la Uex Julián Chaves, el que anunció la creación de tres espacios: uno sobre el proyecto educativo de la II República, otro sobre el universo carcelario franquista y un tercero sobre la represión, que se ubicarían respectivamente en Navas del Madroño, Castuera y Badajoz. Pero pasaron los años y nada se supo de estas iniciativas ya anunciadas en 2006.

La raíz del problema está en su origen: la plaza de toros de Badajoz no debió ser destruida sino recuperada como monumento y al mismo tiempo lugar de memoria y espacio de cultura, porque ambas cosas hubieran cabido. El palacio de congresos pudo hacerse en otra zona de la ciudad más indicada para ello. El responsable final de que esto no ocurriera fue el entonces presidente de la Junta de Extremadura Juan Carlos Rodríguez Ibarra, quien en sus memorias no dedica ni una sola palabra a estos hechos (tampoco en la web de su fundación). No ha quedado memoria oficial de aquello. En su momento me llegó de fuente cercana que había existido entre algunos líderes socialistas cierto deseo de salvar la plaza de toros, pero que desapareció de raíz el día en que el propio Ibarra los reunió para comunicarles que en su lugar iría un palacio de congresos, lo cual fue aceptado sin discusión. No es de extrañar pues que la Consejería de Cultura, al publicar las bases del concurso, no exigiera tener en cuenta el hecho por el que la plaza de toros era conocida en todo el mundo.

La Junta de Extremadura ante La columna de la muerte

A la Junta de Extremadura le interesó La columna de la muerte desde el primer momento. Tanto que, con la obra ya en marcha según el calendario establecido por la editorial Crítica y después de haber visto las pruebas unos meses antes de la publicación, entre Diputación y Cultura decidieron adquirir mil cien ejemplares de una obra cuya primera edición constaba de cinco mil. La presentación en Badajoz –entre abril y mayo hubo otras en Sevilla, Zafra y Cáceres– estaba prevista para el 13 de mayo de 2003 a las 20 horas en la Biblioteca de Extremadura. Las tarjetas de invitación ya realizadas por la editorial indicaban que al acto asistirían, aparte del autor, Juan Maria Vázquez (Presidente de Diputación), Francisco Muñoz (Consejero de Cultura), Francisco Fuentes (Secretario Provincial del PSOE) y Justo Vila (Director de la Biblioteca). Pero en medio había ocurrido algo.

El libro, aparte del prólogo de Josep Fontana, contenía una introducción mía que no estaba lista cuando les fueron enviadas las pruebas en noviembre de 2002. Y ahí radicó el problema: el libro les interesaba, pero el hecho de que en la introducción se criticara lo que se había hecho y se estaba haciendo con la plaza de toros no les gustó nada. Las instituciones afectadas por el asunto, Cultura y Diputación, delegaron su trámite en Justo Vila. Aunque tuve alguna opinión más, la primera que me llegó fue la suya al decirme que consideraba “extraordinario” el libro, aunque “no estaba de acuerdo con algunas líneas de la introducción”. También Carmen Pereira, por entonces Jefa de Servicio de Diputación de Badajoz y presidenta de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura, se manifestó en el mismo sentido. Una semana antes de la presentación, con el acto ya cerrado y todo listo para el 13 de mayo, se desentendieron de ella con el pretexto de que convenía posponerla para después de las elecciones autonómicas de 26 de mayo. Cuando les dije que tal cosa era imposible respondieron diciendo que existían “un montón de imponderables”. Y cuando el día 14 se presentó La columna de la muerte en la feria del libro ninguno de ellos consideró oportuno hacer acto de presencia. Pero la verdad era otra.

La realidad, como pude saber por algunas conversaciones, es que el libro ponía en duda la decisión tomada por Rodríguez Ibarra y debía ser ninguneado. Alguien de dentro me dijo que “todos” habían leído la introducción y mirado el libro. Les había interesado mucho pero tenía ese problema: una de las 560 páginas del libro no les gustaban. Quienes habían decidido la adquisición de ejemplares habían quedado en mal lugar. Todavía tres años después de su publicación, con motivo de la inauguración del palacio de congresos, uno de los dirigentes (Francisco Muñoz) hablaba de la “irritación y malestar” que les causó la obra. Daba igual que se tratase del primer trabajo que documentaba con rigor y objetividad lo ocurrido en la provincia de Badajoz a causa del golpe militar de julio de 1936. Daba igual que por primera vez se hicieran públicos los nombres de miles de víctimas del fascismo, en su mayoría del PSOE. El honor de Ibarra estaba por encima de todo, incluso de la libertad de expresión. Es posible que el veto también afectara a su distribución provincial. Lo que no pudo evitar la Junta de Extremadura es que el libro vendiera seis ediciones desde 2003, la última de 2017. Y ahí sigue estando desde entonces la introducción denunciando el despropósito ordenado por Rodríguez Ibarra y acatado por sus subalternos.

Final

Entre 2009 y 2013 se produjo otro gran atentado contra la historia de Badajoz. Por motivos urbanísticos se ocultó con un gran murallón el muro externo del cementerio en el que fueron asesinadas cientos de personas, muro inmortalizado por la cámara de René Brut. Para anular las críticas surgidas en la ciudad, desde el PSOE se mantuvo que ya bastaba con el monumento interior y que no era cuestión de colocar una placa cada quince metros. El encargado de dar la cara fue de nuevo Justo Vila. También se aludió, mostrando el trasfondo del asunto, a que no se podía detener el avance de la ciudad. Se ocultaba que lo que se buscaba era tapar el muro y con él al cementerio de cara a los bloques de viviendas que se iban a construir. En este caso el PSOE tenía además un serio problema: una vez destruida la plaza de toros carecía de autoridad moral para pedir que se impidiera la construcción del muro. Y es que la decisión de Rodríguez Ibarra había dejado al PSOE extremeño sin discurso sobre su propia historia y fuera del debate social abierto en España desde fines de los noventa sobre la memoria histórica.

En “Sobre el concepto de historia” afirmaba Walter Benjamin que no hay documento de cultura que no lo sea, al mismo tiempo, de barbarie. Leíamos más arriba a Francisco Pérez Urban diciendo que lo que se hizo en Badajoz fue convertir un espacio de barbarie en otro de cultura y yo digo, parafraseando al primero, que el caso del palacio de congresos de Badajoz constituye la prueba de que hay monumentos de cultura que pueden ser al mismo tiempo monumentos de barbarie por la función que han cumplido. Es más, la destrucción de aquel lugar de historia y memoria fue ocultada mediante una construcción material e ideológica desde la que se proponía la negación del pasado –concretamente de la República y de su destrucción mediante el golpe militar, la guerra y la dictadura– y la creación de una nueva memoria colectiva ligada exclusivamente al régimen del 78.

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