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La ruta de Don Quijote, en bicicleta: niebla entre gigantes

Un molino asoma entre la densa niebla

Julen Iturbe-Ormaetxe

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La temporada de otoño-invierno en Castilla-La Mancha es diferente. Entre otras cosas, las nieblas suelen ser relativamente habituales. Y a mí la niebla siempre me ha gustado. Me parece que transmite paz y tranquilidad, un sosiego que se agradece en estas vidas aceleradas que el siglo XXI se empeña en proporcionarnos. Lo pude comprobar desde el primer día, saliendo de Puerto Lápice.

Otra particularidad de esta ruta en época de posibles lluvias, como puede serlo en diciembre, es su terreno arcilloso. Ese tono rojizo tan característico, por ejemplo, de muchas zonas de La Rioja, puede convertirse en una verdadera trampa para quienes vamos pedaleando. Hay que estar atento porque adentrarse en según qué lugar puede convertir la ruta en un pequeño calvario.

Puerto Lápice - Pedro Muñoz (88,70 km)

Como decía, decidí comenzar la ruta en Puerto Lápice. “Y hablando de la pasada aventura siguieron camino de Puerto Lápice porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero”. Podía haber elegido otro, pero este es un lugar bien comunicado y al que se puede llegar en coche de forma cómoda. Si, además, Cervantes lo incluyó en el periplo de sus dos personajes, razón de más. Así pues, Puerto Lápice podía ser un buen lugar desde el que partir.

¿Había dicho niebla? Primeras pedaladas al fresco del final del otoño. La niebla me hace compañía. Se ve que aún debía llevar las legañas bien puestas porque, en vez de coger dirección Herencia, he sido capaz de recorrer un par de kilómetros en sentido contrario. Cosas veredes, amigo Sancho. En fin, corramos un tupido velo sobre semejante forma de comenzar una ruta. Vuelta al lugar de origen y ahora sí, ahora voy en busca de la niebla buena, la que lleva a Herencia.

Por supuesto, quien dice niebla, dice frío. Pero eso ya lo teníamos previsto y nada como hacer uso de las plantillas calefactables. Esto sí que es un gran paso para la humanidad y lo demás tonterías. Para un friolero de pies y manos como yo, son bendición divina. 

La ruta no presenta ninguna complejidad técnica. Ahora que tan de moda se ha puesto el gravel, diría que es ideal para hacer kilómetros con este tipo de bicis. Se pedalea por mucha pista agrícola que da acceso a los cultivos de cereal, a las viñas y a los olivares. Solo hay que tener en cuenta si han caído lluvias recientes. En este caso, quizá mejor si buscas rutas alternativas.

La niebla me acompaña. Luego de dejar atrás Herencia, el destino es Alcázar de San Juan. Ahí están. Los gigantes. ¿Son de verdad? Quietos, inmóviles hasta el extremo, fantasmas de otra época. El primero comienza a dibujarse allá arriba. Se muestra como un imán hacia el que no queda sino acercarse. En silencio. La niebla y el silencio. Nadie alrededor. Él, yo y la bici. Ni rastro de Sancho Panza. Tampoco se ve al caballero andante. El primer encuentro siempre marca. Alcázar de San Juan son sus molinos en la niebla. Sus gigantes silentes.

Cerca queda Campo de Criptana. El día comienza a abrirse. Más gigantes. Claro que el paso del tiempo ha dejado huella. Los molinos son reclamo turístico. Es la economía, estúpido. Así que allá arriba hay oferta para el turisteo. Sara Montiel queda más abajo. Aquí arriba, entre los gigantes, un bar abierto. Estamos salvados. Hay que reponer carbohidratos. Tonterías. Cae una ración de queso manchego. Ha sido consumo compulsivo, desde luego.

De Campo de Criptana hacia El Toboso, en busca de “la moza labradora de muy buen parecer”. De ti depende: ¿Aldonza Lorenzo o Dulcinea del Toboso? De nuevo realidad y ficción. Callejeo por El Toboso haciendo un poco de tiempo. Solo nos quedan quince kilómetros hasta Pedro Muñoz, nuestro primer final de etapa. El día ha pasado en un santiamén. 

En Pedro Muñoz hay que lavar la bici. A ver quién es el guapo que se acerca al hotel con este emplasto sobre la bici. Hay que descansar. Pero abajo, en el bar del hotel, sin embargo, la algarabía se apodera del local. Un Barcelona-Madrid de fútbol es la causa. Gritos, insultos y el noble arte de jurar. País.

Pedro Muñoz - Ruidera (76,60 km)

Vuelta y vuelta en la cama. Pereza. Dios, cómo llueve ahí fuera. Pereza. Otra vuelta. ¿Alguien dijo tierra arcillosa y lluvia? Se impone un plan B para esta segunda etapa. Conquistaremos Tomelloso por carretera. Traducido: rectas aburridas. Bueno, aburridas si no fuera porque la lluvia me mantiene entretenido. Empapado, con viento de frente; menos mal. Entre pedalada y pedalada, lo típico: ¿qué hago en esta recta asfaltada con coches y camiones que, aunque escasos, pasan a toda velocidad? Y un convoy de la Benemérita. Misterio. Tomelloso espera. Y luego Argamasilla de Alba, donde se supone que estuvo preso el mismísimo Cervantes, en la cueva del Medrano.

Dios aprieta pero no ahoga. La segunda parte de la etapa, desde Argamasilla de Alba hasta Ruidera, es harina de otro costal. Deja de llover. Doy con el Camino Natural del Guadiana —muy recomendable echar un vistazo a la web de los caminos naturales— y enseguida alcanzo el castillo de Peñarroya, con el embalse a sus pies. Por allá me voy, hacia las lagunas de Ruidera. Mañana las pedalearemos. Hoy, para finalizar, nuevo adecentamiento de la bici. Que no se diga que damos problemas en los alojamientos.

Ruidera, en una tarde de primeros de diciembre, era pura tristeza. Encontré el centro de interpretación de las lagunas (casi) cerrado. Llegué a las 17:50 y plegaba diez minutos más tarde. Hubo tiempo de preguntar un par de detalles para pedalear camino de las lagunas. Aclarado el entuerto, ya tenía el plan para la tercera jornada.

Ruidera - Villanueva de los Infantes (82,93 km)

Comienza el pedaleo con tiempo amenazante, pero sin lluvia. Me dirijo hacia la Laguna Conceja, que es la que el chaval del centro de interpretación me dijo que había que ver sí o sí. Eso supone pasar antes por las del Rey, La Colgada, Batana, Santo Morcillo, Salvadora, Lengua, Redondilla, Tinaja y Tomillo. Ahí es nada la colección. Decido que no ha sido suficiente. Una vez en la Laguna Conceja, veo en el mapa que me queda la Laguna Blanca. Que no se diga que no la tachamos de la lista. Toda esta zona es muy entretenida. Se comienza a rodar por pista y luego, poco antes de llegar a la Laguna Redondilla, el camino se hace sendero para, enseguida, cruzar al otro lado y continuar en busca de la Laguna Tinaja. Durante un tramo se pedalea por asfalto hasta que la carretera muere y comienza de nuevo una solitaria pista que continúa siendo el Camino Natural del Guadiana. Y es así como vuelvo al kilómetro cero: de nuevo estoy en el pueblo de Ruidera.

Me tomo un azucarillo de autoestima en un bar del pueblo en forma de medio bocadillo de queso manchego bien regado con aceite de oliva y planifico el resto del día. De premio obtengo una lluvia fina nada más coger la bici de nuevo. Lluvia fina al principio. Luego lluvia. Elimino de lo de “fina”. Pues nada, plan B otra vez. Villanueva de los Infantes, espera un momento, que llego enseguida por carretera. Pero a medio camino, por fin, deja de llover. El viento pega de culo. La vida es bella.

Así que me animo a tomar el desvío del Santuario de la Virgen del Salido por una pista que conduce también hacia Villanueva de los Infantes. Aunque ha llovido con ganas, es una pista bien compactada que no da mayores problemas. Para la hora de comer estoy en el pueblo. La liturgia se impone: limpiar la bici y a guarecerse del fresco. Hoy la casa rural en que me hospedo me reconcilia con la buena vida. La señora que me atiende se encarga de hacer la colada. Va directa a los altares.

Villanueva, que no es pueblo sino ciudad, rebosa de casonas blasonadas, palacios, iglesias y cuenta con una plaza mayor bien coqueta, con sus soportales, su ayuntamiento, su iglesia y su obra escultórica dedicada a, sorpresa, Don Quijote y Sancho Panza. Pues sí, se ven turistas. Quizá tenga que ver con el hecho de que aquí hay quienes sitúan el famoso «lugar de La Mancha» cervantino. Hasta japoneses había, no digo más.

Villanueva de los Infantes - Almagro (86,24 km)

La cuarta etapa me conduce, tras un comienzo con algún que otro lío entre las callejuelas del pueblo de la ciudad, hacia San Carlos del Valle. El día está precioso. Los brotes de cereal verdean y las encinas se reparten solitarias aquí y allá con las lomas de fondo mientras el sol comienza a repartir sus bendiciones.

El idilio termina con un festival de barro por una pista agrícola en la que los tractores trabajan entre las viñas. Estupendo. Bueno, nada nuevo bajo el sol. Pasado el tramo asesino, termino por encontrar una pista bien compactada. Ahí enfrente se ve ya Bolaños de Calatrava. Almagro, el fin de etapa de hoy, está cerca. Ya en la famosa plaza mayor del pueblo —ojo, con entrada en la Wikipedia, eso es nivel— lo primero es lo primero: a lavar la bici. El sol acompaña y las terrazas que lo reciben están casi repletas. Enfrente, las que viven a la sombra en la plaza, desiertas. Ley de vida: los caracoles, al sol. Me acurruco en una esquina y me pido de ración un pisto manchego.

Almagro - Puerto de Lápice (76,98 km)

Solo me queda la última etapa, que me devolverá a Puerto Lápice pasando por Daimiel. Probabilidad de lluvia: 0%. Así sí; así se pedalea de otra manera. Es día para disfrutar. La niebla de la mañana deja paso poco a poco a un día de cielo abierto. Buen momento para fotografiar alguna que otra encina solitaria. El camino ofrece un tono rabiosamente rojizo antes de dar paso al entorno del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. Allí las pistas se vuelven arenosas. Aparecen los observatorios para el avistamiento de aves, con el Guadiana y su afluente, el Cigüela, como culpables de todo este gran humedal.

Solo queda pasar por Villarrubia de los Ojos antes de llegar a Puerto Lápice. Cinco días de pedaleo tranquilo entre gigantes en la niebla. Una ruta de la que tengo un estupendo recuerdo.

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