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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La ciudadanía vasca a un metro y medio por delante del Gobierno

Vista exterior del hospital de Txagorritxu

Julen Bollain y Juan Luis Uria

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El pasado 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo especial hincapié en que el coronavirus es un problema global y que todos los países van a tener que poner mucho de su parte para poder contener estar pandemia.

Euskadi, como en tantas otras cosas, tampoco es un oasis frente al coronavirus. El número de personas afectadas por el coronavirus en nuestro Comunidad Autónoma sigue al alza. Ya son 521 personas quienes han dado positivo y se ha elevado a 19 el número de fallecidas. El dato esperanzador, por contra, es 9 personas ya se han curado según el Departamento de Salud del Gobierno Vasco.

Pero, ¿cómo ha actuado el Gobierno Vasco hasta ahora? Con demora en la toma de decisiones, en ocasiones con insuficiencia de recursos y con una patente descoordincación en la gestión de la crisis. Con Europa como el epicentro de la pandemia mundial de coronavirus y con Vitoria-Gasteiz como epicentro del coronavirus en Euskadi, ha sido la propia ciudadanía quien ha tenido que dar pasos responsables para atajar la propagación del virus. Y es que el sábado 14, siendo conscientes del daño económico que esta decisión causa, Vitoria-Gasteiz se ha despertado desierta. Desierta y sin oasis en el desierto. Por responsabilidad, para garantizar la salud de trabajadores y de clientes y sin, hasta el momento, una directriz institucional concreta (como si ocurre en Madrid o Catalunya).

Vivimos en una época en la que es necesario aprender de las experiencias pasadas. Ya en 1918, en la conocida como “gripe española”, el Gobierno Civil de Burgos prohibió las fiestas populares y reuniones entre el vecindario ante la rapidísima difusión del número de casos y planteó, entre otras recomendaciones, abstenerse de permanecer en locales cerrados, mal ventilados y donde se reúne mucha gente como tabernas o cafés. Sin embargo, para atajar la propagación del coronavirus ha sido la ciudadanía quien, ante la falta de liderazgo político, con responsabilidad y sentido común ha puesto en marcha la campaña #YoMeQuedoEnCasa. Campaña secundada por multitud de personas relevantes del Estado español y en la que incluso se celebrará un festival de música online con artistas como Andrés Suárez, Rozalén o Funambulista para “acompañar en estos tiempos convulsos, entretener al público y concienciar de la importancia de mantenerse en casa”. Es de agradecer a todas estas personas por ser ejemplo y por tratar de concienciar sobre todo a las personas más jóvenes de la importancia de quedarse en casa durante estos difíciles días. Más aún cuando son los propios artistas quienes han tenido que cancelar giras o retrasar salidas de discos. Esta epidemia ha puesto en primer plano la necesidad de la solidaridad social para solucionar nuestros propios problemas. Es la sociedad organizada, es la gente, son las redes sociales, las que deben tomar un papel activo para enfrentar el ascenso del número de contagios.

Tampoco podemos, como sociedad, dejar de agradecer lo suficiente todo el trabajo que realizan los equipos de salud de los centros sanitarios jugándose sus vidas a diario. Pediatras, médicas y médicos, profesionales de enfermería, auxiliares clínicas, auxiliares administrativas o el personal de limpieza están dando un claro ejemplo de que sin ellas y ellos nuestro sistema de bienestar social no tendría sentido. Que este agradecimiento no quede en un agradecimiento puntual y lo recordemos orgullosos y orgullosas cuando nos “desesperemos” porque nos toca esperar 30 minutos para que nos atienda nuestra enfermera. Porque, mientras algunos insensatos y cretinos sacan columnas en periódicos afirmando que “los recortes le sientan bien a la Sanidad Pública”, la gran mayoría de nuestra ciudadanía es plenamente consciente de que los recortes derivados a raíz de las criminales políticas de austeridad han sido decisiones políticas parricidas que no pueden volver a repetirse nunca más. Nuestra Sanidad Pública es uno de los ejes de la dignidad de nuestro pueblo. El impacto de la epidemia sobre el Sistema sanitario es muy relevante pues el periodo de incubación donde las personas son contagiosas es de cinco días. El número de casos tiene un crecimiento exponencial. Un porcentaje elevado requerirá hospitalización por su clínica, vigilancia o aislamiento. Los pacientes serán aislados hasta no ser contagiosos, lo que requerirá un sistema de Vigilancia Epidemiológica y de Salud Pública potentes. El Sistema Público de salud está demostrando que cuando hay un serio problema de salud es el único con capacidad de respuesta. Mientras, el sector privado se encuentra desaparecido tal y como siempre lo hace cuando hay problemas potencialmente graves y la rentabilidad económica no está garantizada. Es un buen momento para que el sector público intervenga el sector privado, por ejemplo aumentando las hospitalizaciones o gestionando directamente el Sistema Urgente de Transporte Sanitario, actualmente privatizado, dimensionando adecuadamente sus equipos o aumentando las ambulancias de Soporte Vital Básico medicalizadas.

Es necesario fomentar el protagonismo de la población y su colaboración en los procesos de detección de casos y aislamiento de los diagnosticados y sus contactos. Hace falta priorizar a la población más vulnerable, las personas mayores, y tomar decisiones prudentes con las Residencias y asociaciones de gente mayor. Asimismo, es conveniente aumentar la intervención de los equipos de atención primaria, de los centros de salud y organizar de una vez por todas la participación ciudadana en los procesos de atención a la salud, tanto en las medidas preventivas como en la organización de las medidas asistenciales. Si pretendemos atajar la extensión de la epidemia hay que apoyar y colaborar con medidas radicales de aislamiento ya que hasta ahora son las únicas que han demostrado su eficacia.

Más allá de la crisis sanitaria nos encontramos, sin duda, ante una crisis económica mundial. Un sistema económico muchísimo más débil y frágil que aquél desarrollado en 1918 cuando azotó la “gripe española” tras la Primera Guerra Mundial. Tanto la deuda privada como la deuda corporativa se encuentran en picos excesivamente altos y nuestro modelo capitalista es más rentista que nunca. Es decir, mientras “los propietarios” reciben la mayor parte de los beneficios, existe una gran mayoría social que está sumida en la inseguridad económica y que no ve satisfecha su existencia material.

En economía está ecuación es muy lógica. Por una parte, una gran caída en los mercados bursátiles y la inseguridad en los sistemas de producción nos llevará indudablemente a que esas personas millonarias obtengan menos dinero y no puedan pagar sus deudas. Por otra parte, la gran mayoría de la ciudadanía demandará cada vez menos bienes y servicios y, por lo tanto, crecerá exponencialmente el desempleo. Es la incertidumbre y la fragilidad de los mercados financieros lo que estamos observando como causas, entre otras, de la crisis económica internacional que se está ya presentando.

Sin embargo y como decíamos anteriormente, estamos ante la oportunidad de no repetir los errores del pasado. La ciudadanía cuenta con unas condiciones materiales mucho más degradadas que las que tenía justo antes de la crisis de 2008 y, por lo tanto, sería un error repetir las mismas políticas que nos llevaron a enormes tasas de desempleo, a un grandísimo número de personas sin hogar, al degradamiento de nuestro Estado de Bienestar o al crecimiento masivo de los niveles de pobreza. Recordemos que en Euskadi, desde el año 2008 al año 2018, creció un 65% el número de personas en situación de pobreza grave y más de un 20% el número de personas en pobreza relativa. Asimismo, se ha incrementado un 105% la privación material, el 83,7% el número de familias que no pueden cubrir sus gastos básicos y un 122,5% los impagados o atrasos en los pagos de alquileres o hipotecas.

Ante esta realidad parece claro que el camino a recorrer no puede ser el mismo. Hemos visto que la implantación de políticas de austeridad junto a la inyección de miles de millones de euros por parte del Banco Central Europeo en los mercados solo ha conseguido polarizar más a la sociedad e incrementar las desigualdades sociales. Es decir, que mientras los muy ricos se han hecho aún más ricos, las personas no estrictamente ricas han sido condenadas a ser cada vez más pobres. Éste es el problema de priorizar los mercados frente a las necesidades sociales y que, sinceramente, es incomprensible. Los más fervientes defensores del liberalismo económico afirman que el mercado se autoregula y, por lo tanto, no tendría sentido que le inyectáramos dinero público que sale de los bolsillos de todos y todas. ¿No era el mercado, amigo? Es más necesario que nunca otro entorno laboral, otra organización del trabajo que esté más de acuerdo con los intereses de las mayorías sociales. Fortalecer y profundizar en nuevas formas de conciliar la vida familiar y la vida laboral, el papel del teletrabajo, o la revisión de los horarios de trabajo. Se necesita otro modelo de organización laboral donde la calidad de la vida sea el centro de las decisiones.

En este sentido, y para hacer frente a las turbulencias de las próximas semanas y a la crisis económica venidera, es necesario no distorsionar el sector financiero con la intervención del Estado y utilizar esos recursos públicos para rescatar a las personas. ¿Cómo podemos hacerlo? Muy sencillo: garantizando como derecho de ciudadanía que todas las personas tengan un mínimo vital para poder vivir dignamente. Una Renta Básica Incondicional permitiría que todas las personas pudiéramos tener unos ingresos mensuales que garanticen nuestra existencia material y que permitan que nuestra supervivencia no tenga por qué depender de la situación económica mundial, de nuestra dependencia ante alguien o de si tenemos un empleo (de mierda) o no. Pero es que además, conseguiríamos dar un revés a este sistema capitalista sustentado en el desarrollo y el crecimiento sine die, apostando por un modelo económico que ponga en el centro las personas, los cuidados o el ocio. En definitiva, un modelo económico que frente al desarrollismo ponga la libertad de las personas en el centro. Donde podamos elegir qué queremos hacer sin que nadie juzgue si estamos contribuyendo al incremento del PIB o no. Un modelo económico que, sin duda, es más democrático y más justo para todas las personas y para el medioambiente.

(*) Julen Bollain es el presidente de la comisión de Salud del Parlamento Vasco y Juan Luis Uria ha sido portavoz sanitario de Elkarrekin Podemos

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