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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Comunidad o sociedad educativa?

El alumnado de toda España está llamado desde hoy miércoles hasta el viernes a secundar una huelga convocada por el Sindicato de Estudiantes (SE) con el objetivo de exigir una vuelta "segura" a los centros educativos frente al coronavirus. EFE/ Ismael Herrero

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Cada vez somos más quienes apelamos al término “comunidad educativa” para agrupar al conjunto de personas que sentimos una cierta identidad si se tratan asuntos relacionados con la educación. Vemos en él una forma natural de sentirnos integrados/as en un entorno conocido, quizá hasta protegido, desde el que comentamos, protestamos, ensalzamos y hasta nos felicitamos, de vez en cuando. En su nombre, creemos defender una comunidad de rasgos que nos unen más de aquellos otros que nos separan. Profesorado, familias y alumnado -a regañadientes solemos aceptar a administraciones y patronales educativas, objetivos habituales de las quejas-apelamos a un bien común que nos naturaliza y a modo de pin en camiseta nos protege y diferencia de otras comunidades, como la científica, literaria o la política.

En un ejercicio de benevolencia, rebajando la gravedad que pudiera existir, señalamos lo común, como su nombre prescribe, minorando diferencias entre alumnado y profesorado o familias y profesionales educativos. Lo importante es preservar los objetivos comunes (igualar oportunidades, progresar conocimientos, priorizar metas) sin dejar que conciliaciones laborales y familiares o apetencias formativas estudiantiles, entre otros, nublen horizontes mayores.

La educación nos une, protege, conforma nuestra profesión, personalidad y deseos. En ocasiones, utilizamos esa comunidad en un sentido excluyente que suele conllevar más peligros que oportunidades. Nos sorprendemos ante quien se considera no formar parte de la misma y armamos nuestros mejores argumentos para convencerles de su equivocación.

Pero el mundo en el que vivimos, pese a nuestras intenciones, se obceca en demostrar que se puede vivir al margen de la educación. Algunos ejemplos, extraídos de los diarios de cualquier lugar y momento:

La creciente oleada de los movimientos negacionistas, que la pandemia mundial actual ha fortalecido y puesto de moda, como si fuese recién inventada. Lo de menos es su credibilidad sobre el COVID, las vacunas, la emergencia climática o el paseo de Armstrong por la Luna, en 1969; lo peligroso es la extensión de la falta de confianza que trasluce en el conocimiento científico y en las instituciones democráticas que nos hemos dado.

Quienes han hecho del cuestionamiento de la ciencia su modo de vida, restan importancia al vivir mejor y más tiempo, desacreditación la curación de ciertas enfermedades, la mejora de las necesidades básicas humanas, la democratización del uso de la energía o el valor creciente del deporte, la música y el ocio en general. Niegan el peso de la ciencia en la minoración del sufrimiento humano.

 Es muy grave que políticos de talla mundial (Trump y su cuestionamiento de la OMS, Bolsonaro y Johnson o la ridiculización del virus) diezmen el papel que desempeñan las investigaciones científicas y los mensajes de prevención sanitaria; pero, no lo son menos que se haya tenido que reprender y amenazar a las familias de algunos centros educativos por el descuido en el seguimiento de las medidas profilácticas de sus vástagos, ni las peleas campales en algunas citas del botellón, incumplidoras de las instrucciones sanitarias. A partir de aquí se abre un peligroso conflicto con las teorías conspiranoicas extremistas de ambos signos ideológicos que sólo puede ayudar a ser vencido desde una educación abierta, crítica y responsable.

Otro ejemplo de “escasez educativa” ha venido estos días de las noticias relacionadas con la fusión bancaria entre Caixabank y Bankia y, más concretamente, de las declaraciones de Goirigolzarri, futuro nuevo gestor de la entidad, si resulta fusionada. En la actualidad, la máxima figura del banco saneado -gracias al abundante dinero público entregado- ha declarado que no debe considerarse fracaso no recuperar los casi 25.000 millones€ invertidos por el Estado (léase, por la ciudadanía española). En aquel momento (crisis del 2008) ayudaron a “salvar personas” y ahora servirán para “mejorar la expectativa de devolución de los recursos públicos”. Una forma discreta de expresar que el banco naciente no considera prioritaria la devolución de un dinero que ayudaría en gran medida a aliviar la sangría económica que está suponiendo la COVID al Estado y al conjunto de la sociedad española. 

Desconozco si el escaso matiz solidario manifestado por el antiguo alumno de la Comercial de Deusto es una lacra de su formación estudiantil o un aprendizaje posterior profesional. De lo que no cabe duda es de que faltó a aquella clase de latín que explicaba la diferencia entre “do ut des” (“doy para que des”) y “quid pro quo” (“algo sustituido por otra cosa”). Sus declaraciones manifiestan una absoluta falta de sensibilidad con los millones de personas que con sus impuestos permitieron aquel ingente préstamo bancario, del que ahora parece nadie ser deudor.

Los dos ejemplos expuestos demuestran una ausencia plena de Educación, que no de Escuela, como explica brillantemente Juana M. Sancho, catedrática de Tecnologías Educativas de la Universidad de Barcelona. En su artículo “¿Hablamos de escuela o de educación?” la docente cuestiona el modelo actual de Escuela, desfasado, escasamente motivador, incapaz de reformarse, frente al de Educación, concepto mucho más allá del mero consumo de información. 

“(La Educación) empieza en el momento de ser concebido el individuo (el estado anímico y físico de los progenitores ya marca la diferencia) y sigue sin solución de continuidad a lo largo, lo ancho y lo profundo de la vida- argumenta la docente-. Está configurado por todas las vivencias, experiencias, afectos, intercambios, posibilidades, carencias…, que jalonan nuestra vida, una parte de ellas relacionadas con la Escuela”

De ahí se deduce que nadie pueda quedar ajeno de la Educación, aunque no esté formando parte de esa Comunidad Educativa tan centrada en los pormenores diarios de sus miembros. Así, la propuesta de cambio de concepto, de superación (pasar de la Comunidad a la Sociedad educativa) cobra un sentido distinto. Hablar de Educación, con mayúsculas, concierne a toda una sociedad. Ya lo expresaba un antiguo proverbio africano que otorgaba a la tribu completa la responsabilidad de formación de las personas, aunque debimos esperar a que José Antonio Marina lo popularizara en nuestro mundo occidental y Jacques Delors en su célebre Informe a la Unesco (“La Educación encierra un tesoro”, 1996) lo actualizara para el siglo XXI

Sociedad Educativa: S.E. ¿Quién sabe? Quizás su simplificación a siglas con aspecto económico permita su difusión y aceptación. No olvidemos que, pese a que la Educación incida en otros valores y forme definitivamente la personalidad de cada individuo, es la Economía la que parece mover el mundo, tal y como nos repite insistentemente esta sociedad neoliberal nuestra. Al menos, así lo manifiestan alumnos necesariamente “educados”, como Trump, Bolsonaro, Goirigolzarri…

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