Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Si te dicen que estás despedido
A punto estuvo Rajoy de romper su habitual apatía para lanzar cohetes y celebrar que en España hay 31 parados menos. ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Por qué no se les ha entrevistado celebrando su suerte como se hace con los afortunados por la lotería de Navidad?
Es como si hubieran depositado los nombres de todos los desempleados en el bombo de la suerte y los niños de San Ildefonso revestidos de magos hubieran cantado los nombres de los 31.
Ahora, si nos creemos las cifras oficiales, solo quedan 4.698.783 hombres y mujeres que a diario se preguntan ¿qué pasará con sus vidas?
-Y, ¿si no encuentro trabajo nunca más?
Pero, hay que celebrar que hay 31 personas que abandonaron en agosto la maldita estadística del paro. Dicen que desde el año 2000 no se había dado un agosto tan bueno. ¡Qué alivio!
Hasta que estalló la crisis y los despedidos fueron miles, los medios de comunicación parecían olvidar que detrás de las cifras hay personas con nombre y apellidos: gente que sufre, que se levanta por la mañana sin apenas haber dormido con el desamparo como único equipaje. Que transita las horas con un botín de penas a la espalda.
Hasta que los 'sin trabajo' fueron millones, muchos parados arrastraban una carga añadida: el castigo de poder ser estigmatizados social y profesionalmente:
-Algo habrá hecho para que le despidan.
-Es conflictivo.
-No hace bien su trabajo.
Lo peor es que muchos se lo creyeron porque un despido pone patas arriba tu vida; tu seguridad. Estas acusaciones ocurren cada vez menos. Son demasiados los damnificados para ser declarados culpables. Sin embargo, todavía prevalece esa idea de que el que es bueno, el que se esfuerza, el emprendedor siempre sale adelante.
Pero, no es del todo cierto. Las relaciones familiares y profesionales, los contactos, los medios económicos de que se dispone… son fundamentales para encontrar trabajo en un porcentaje notable de los casos. Al menos, en algunas profesiones. Y, sobre todo, ¿por qué todo el mundo tiene que ser emprendedor?
Así que, estar sin trabajo ya no es un estigma. ¡Es lo que tiene el que haya tantos! Pero, estar desempleado, y hablar en general siempre resulta inexacto, te convierte en ciudadanos de segunda clase. Por ello, muchos prefieren ocultarlo, como si al reconocerlo levantaran la sospecha de su ineptitud, de su falta de recursos.
Ser joven, buscar el primer empleo y no encontrarlo es frustrante e injusto. Sobre todo cuando se han dedicado años de estudio y esfuerzo a prepararse.
Ser despedido, a menudo de manera cobarde y a través de subterfugios indecentes, es una canallada de la que cuesta reponerse.
Porque, en estos tiempos carentes de ética y humanismo, sobre todo por quienes más se empeñan en predicarlo, las formas de despido podrían engrosar las obras de Maquiavelo.
No es suficiente con despojar a una persona de una parte esencial de su vida, hay que hacerlo con maestría. La lista de modalidades es interminable, pero digamos que todo vale: engaños, emisarios que desconocen que ellos serán los próximos; correo electrónico, burofax, tarjetas invalidadas que te prohíben el acceso al que todavía creías que era tú puesto… Tantas como hombres malvados. Cada despedido posee su propia historia de infamias.
Conviene estar prevenido y saber que en esta epopeya del horror, la actitud de los compañeros puede taladrarte el corazón.
Sobreponerse a esa marea negra que lo anega todo requiere una valentía de titanes. La transformación es instantánea. Todo se tambalea. Y, parece que el que fuera desapareciera y otro ocupara su lugar.
Como una invasión de alienígenas apoderándose de los cuerpos mientras permanece el aspecto humano.
Así que, hay que pasar el duelo. Y puede ser largo. Perder el trabajo es transitar un camino de sufrimiento. Una senda que termina en algún lugar pero que es necesario recorrer, aunque sea a trompicones. Y, conviene hacerlo portando una banderola a modo de la que enarbolan los atletas cuando recorren la pista con la alegría del triunfo en el rostro. Una pancarta en la que se lea “la derrota no está en mis planes” porque la resistencia no depende de los triunfos sino de las convicciones.
Puede ser que se acabe el tiempo de cerezas pero el objetivo no declarado debe ser seguir luchando. Como en la película del mismo nombre la vida es bella aunque patrullas de cuatreros se empeñen en destrozárnosla.
Así que, me gusta pensar que esas 31 personas que encontraron trabajo en agosto (convendría saber en qué condiciones) lo han celebrado. Aunque todavía queden 4.698.783 limadas por el dolor y la incertidumbre. Y, eso debe indignarnos y rebelarnos pero no soslayar la alegría, que en tiempos de penumbra es revolucionaria.
Antonio Gramsci escribió: el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos. Que no nos atrapen.
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