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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Objetivo electoral: sacar a los bandidos de sus guaridas

Isabel Camacho

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La primera vez que votas en unas elecciones es como el primer amor: la ilusión cubre la realidad. Te encaminas emocionado a las urnas como al encuentro del deseo. Depositas la papeleta como si fueras a cambiar el mundo y cuando pasa el tiempo ves que nada es lo que imaginabas. Pero, en ambos casos, repites. Y confías que la próxima vez será mejor.

Hay personas que son tan leales a un partido que hacen suyo el compromiso de ‘hasta que la muerte nos separe’. Porque, más allá de análisis sociológicos, no hay quien entienda que lo que históricamente se conoce como ‘clase trabajadora’ vote a partidos de derechas: esos que comparten a modo de tatuaje “uno de los nuestros”.

Mientras, que ‘los otros’ son tan invisibles como los muertos de la película de Amenábar del mismo título. Están pero solo se ven entre ellos. ¿Cómo comprender que la insaciable corrupción y desfalco público no terminen con la guaridas de bandidos que gobiernan?

A veces, las elecciones te hacen sentir como si te hubieran practicado una trepanación sin anestesia. Oyes como un eco amenazante a quienes desde sus poltronas de oro siguen arrojando mentiras como los faquires lanzan fuego por la boca.

Las campañas electorales sirven para que los partidos critiquen a sus oponentes, cuando no enemigos directamente, y convenzan al electorado de las bondades de su programa. Aunque no tengamos ni idea de qué va su programa. Debería bastar con comprobar lo que anunciaron que harían y lo que realmente han hecho. Una ligera observación de su gestión tendría que ser suficiente para aprobar o suspender el examen. Y, en este caso, descartarles. Pero no. Por algo relacionado con lo ilimitado de la estupidez humana, a parte de la ciudadanía le gusta caer en la misma piedra una y otra vez. Y luego lamentarse.

En estas elecciones municipales y forales, como siempre que se vota, nos jugamos mucho. No solo porque sean preámbulo de las generales, sino porque en los municipios y diputaciones –como en el caso del País Vasco- se adoptan decisiones vitales para los habitantes de cada ciudad y comunidad.

Por ello, nada más peligroso que pensar que todos los partidos son iguales; que todos son corruptos y que da igual a quien votas. Como en las pasiones, también en la política nos dejamos llevar por la fantasía. Pero, una imagen o unas palabras de prestidigitador no las convierten en realidad. Solo son falacias que pagamos muy duro.

La gestión de la crisis económica y la corrupción sin límites deberían servir para echar a los truhanes y dar la bienvenida a quienes realmente se preocupan por las personas, por su dignidad, por hacer un mundo mejor. Estamos asistiendo a un baile de máscaras bajo las que se esconden hombres y mujeres sin piedad. Mentirosos patológicos, malvados sin corazón capaces de llenar sus cuentas bancarias y brindar con champán al tiempo que provocan desahucios, despidos, el éxodo de miles de jóvenes o la expulsión de inmigrantes. Caso elegidos al azar de un interminable listado de vilezas.

Los militantes no dudan a quien votar. Como en las bodas religiosas, han firmado fidelidad y eso es suficiente. Pase lo que pase. Los hay quienes rompen las cadenas pero son los menos. Para el resto, la gran mayoría, no siempre es fácil votar; más bien lo contrario. La falta de opciones nos empuja a veces a elegir al menos malo de la lista. La abstención también es un derecho pero ocurre que lo que pretende ser una actitud de protesta o indiferencia suele favorecer a quien menos conviene.

Por ello, puede resultar más tranquilizador votar. Votar a quien nos ha convencido con su gestión diaria que lo merece o apostar por los recién llegados que pueden traer aire fresco y han venido para quedarse. Porque, como en el amor, parafraseando a Gabriel García Márquez, dile que sí, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir si le contestas que no. Sabemos que mientras no nos rendimos, no estamos derrotados.

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