Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El estornudo educativo de Betsy DeVos
“Cuando EEUU estornuda, el mundo se constipa” es una frase recurrente de los/as economistas cuando tratan de argumentar sobre el peso específico que las decisiones de ese país suponen en el resto de los y las terrícolas. De ser cierta la profecía, todas las noticias producidas desde el nombramiento como presidente de D. Trump, deberían provocarnos insomnio permanente. Pero no es así. Nos movemos entre la incredulidad por lo que acontece al otro lado del Atlántico y la ingenuidad de pensar que nada puede ser tan perverso. No acabamos de decidirnos. Por si ayuda a esclarecer de qué lado se decantará la balanza, vaya la última noticia conocida, el nombramiento de la nueva secretaria de Educación estadounidense, la multimillonaria Betsy DeVos. (Por cierto, puesto obtenido gracias al voto de desempate del presidente del Senado, tras el inédito empate a 50 votos entre republicanos y demócratas).
No es el conocimiento de sus datos biográficos –que, también-, sino la información que nos llega de algunas perlas en sus declaraciones sobre la educación: partidaria acérrima de la privatización, del abandono de la tutela del Estado de la enseñanza pública, firme defensora de la teoría creacionista –tan en boga ahora entre los nuevos miembros de la Administración Trump- y de la difusión de la religión evangelista en las escuelas.
Que el sistema educativo estadounidense no se encuentra entre los mejores no es ninguna novedad. Llevan décadas buscando soluciones que generen confianza en la red pública, con escaso éxito. El propio Obama no ha mejorado de forma notoria la educación de su país en los ocho años de mandato recientemente finalizados. La razón principal que arguyen los expertos es el asfixiante peso ideológico del capitalismo en esa sociedad, lo que provoca dos consecuencias directas: una, la impaciencia por los resultados inmediatos –característica propia de esta ideología liberal, mal acostumbrada a la rápida ecuación causa/efecto y que va en perjuicio de un sistema educativo que necesita tiempo –años- para valorar adecuadamente el resultado de las acciones emprendidas; y dos, que se ha tratado casi siempre de iniciativas locales, escasamente apoyadas desde las administraciones estatales, poco convencidas de dotar con presupuesto público cuestiones donde la iniciativa privada husmea presa fácil.
Sobre todo ello, opina con conocimiento de causa el pedagogo M.W. Apple ('Educar como Dios manda'. Paidos, 2002) cuando afirma, “… estas tensiones –por un lado, el capitalismo destruye las religiones tradicionales y elimina todo sentido de tradición y, por otro lado, el capitalismo y ciertas religiones se apoyan mutuamente- se resuelven de una manera creativa en el movimiento evangélico conservador. El capitalismo es ”la economía de Dios“. La libertad económica y las economías de mercado en la educación y en la sociedad en general reciben una justificación bíblica. (…) de modo que la opción individual de ”renacer“ se refleja en un mercado que sanciona la acumulación personal de riquezas y la capacidad de elección”.
Además, el sistema capitalista de vida estadounidense tiene otra característica que incide de forma negativa en la forma de percibir la educación: su excesivo individualismo. Si en algún sitio una máxima identifica a todo un país, cuál mejor que ese “American way of life”, donde libertades públicas y privacidad individual deben convivir sin grandes conflictos si se desea un país próspero. De ahí el valor supremo que se otorga al emprendizaje, al hacerse uno/a mismo/a, al triunfo desde la nada. Y no estaría mal si este proceso de aprendizaje no entorpeciera la adquisición de otras competencias; si no se sacrificara todo en beneficio de convertir al alumnado en sujeto únicamente condicionado por el éxito.
Y ahí radica el error: el aprendizaje debe realizarse acompañado. Entre iguales y distintos; los primeros, los propios compañeros/as del proceso, quienes aprenden en paralelo; los otros, la sociedad, a través, básicamente de la familia y de la escuela, que transforma la información en conocimiento significativo a través de la experiencia.
Los últimos descubrimientos del funcionamiento del cerebro demuestran que cualquier aprendizaje para ser positivo es mucho más rápido si se hace en compañía que cuando se realiza individualmente. De ahí la importancia del aprendizaje emocional que permite compartir estados subjetivos que enlazan espacios de colaboración. Lo decía recientemente la profesora Teresa Terrades ('Sin vínculos ¿aprendemos?'. Diario de la Educación, 10-02-20172): “Todo nos hace pensar, pues, que la idiosincrasia de nuestra especie es profundamente relacional y que la experiencia del aprendizaje se fundamenta precisamente en esta característica. Porque cuando la experiencia del saber no se vive a través de los otros no la recibimos como un aprendizaje de valor. (…) Aprender de manera significativa es dignificar nuestras vidas”.
De ahí que desconfiemos firmemente de cuantas recetas preconicen aprendizaje segregado, desde planteamientos reduccionistas o religiosos y/o con objetivos de resultados cortoplacistas, como los que se anuncian desde el corazón del imperio mediático. No anuncian nada bueno para la educación.
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