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Política y Educación crítica

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La revolución neoconservadora está ya lanzada. Hay un consenso bastante amplio entre quienes secundan tal afirmación, porque sobran los ejemplos. Todo apuntala la idea de que la derecha más rancia acabará llegando al Palazzo Chigi, sede del gobierno italiano. Hace unos días, la hasta ahora primera ministra sueca anunciaba su retirada política, tras la confirmación de la victoria del ala conservadora, en un país tradicionalmente de centroizquierda. Junto a estos, otros gobiernos europeos, como Hungría o Polonia, llevan tiempo siendo investigados por las autoridades comunitarias ante los déficits democráticos que demuestran continuamente.

Si cambiamos de continente, los ejemplos también aparecen. Los pronósticos electorales en EE.UU. por ejemplo, que pronto renovará gran parte de sus cámaras legislativas, anuncian una ajustada, pero previsible victoria del partido republicano, del que el inefable Trump sigue siendo su principal exponente (pese a las sospechas de su participación activa -al menos en grado de incitación- en el asalto al Congreso que vivió el país en enero del año pasado). A esto habría que añadir que países no democráticos, como Rusia o China, en vez de caminar hacia posiciones más tolerantes y cercanas a la participación ciudadana, están pretendiendo ensanchar sus fronteras físicas o económicas por espacios no propios, olvidándose de lo que supone ser una democracia.

Sin salirnos del país, las últimas elecciones autonómicas -Andalucía y Castilla y León- han reafirmado este carácter conservador que ya es tildado en círculos políticos interesados como de síntoma inequívoco de cambio de tendencia en el electorado español para las próximas generales. Nada parece frenar esta ideología conservadora, necesitada en ocasiones de la ultraderecha para asentarse en los gobiernos. Sea asoma cada vez más fuerte, más crecida, más exultante, sin miedo a la derrota, convencida de que es su momento.

¿Qué puede hacer la Educación en este entorno neoliberal donde la globalidad ofusca cualquier otro planteamiento? ¿Es posible trabajar en clave comunitaria, combatiendo el pensamiento individualista? Ante estas y otras muchas preguntas un par de centenares de universitarios, intelectuales y personas inquietas en general se han reunido el pasado fin de semana, en torno al II Congreso internacional de Educación crítica e inclusión, organizado por la Universidad de Valladolid en el campus María Zambrano de Segovia. Varias ponencias, mesas redondas y un interesante número de comunicaciones han buscado dar respuesta educativa contundente a la realidad consumista y desesperanzadora que nos invade y pretende atenazarnos.

La filósofa Marina Garcés y el profesor Enrique J. Díez Gutiérrez, por ejemplo, dieron claves para poder movernos entre la servidumbre adaptativa -que atenaza sectores amplios educativos, especialmente universitarios- y el afán de aprender. Para ellos, la educación crítica no puede ser sólo gestual, sino que debe intervenir en la acción directa. Se trata de un proceso largo en el tiempo que conlleva un aprendizaje tenaz para poder movernos con una cierta seguridad en este mundo tan convulso de fake news e ídolos efímeros.

Garcés se preguntaba abiertamente sobre las razones por las que hoy en día se hable menos de crítica en general, de lo que se hacía un par de décadas antes. Su respuesta iba en la línea de encontrarnos en un escenario deliberadamente caótico e incierto, auspiciado por fuerzas neoliberales que han encontrado también en la educación un nicho de inversión (de más de dos billones de dólares, según algunas fuentes) y el complemento ideal para la materialización de su filosofía conservadora.

Enrique Díez, por su parte, animaba a la subversión universitaria para evitar que la universidad acabe convirtiéndose en “Ubersidad”. Una universidad en España que no abre centros públicos desde 1997, mientras que siguen creciendo las privadas (27, con la inclusión de la más reciente, Euneiz, en Vitoria-Gasteiz). Según el profesor Díez el problema no está en que pongan límites que condicionan nuestra forma de enseña, sino en la falta de estímulos para superarlos. Coincide de esta manera con la activista Bell Hooks cuando nos emplazaba a despertar del letargo en el que la ideología conservadora nos estaba introduciendo. “En la actualidad, apenas hay un debate público entre los estudiantes sobre la naturaleza de la democracia. La mayoría tan solo asume que vivir en una sociedad democrática es un derecho innato; no les parece que tengan que trabajar para conservarla” (1).

Si el motor del pensamiento crítico -por cierto, concepto que viene de criterio, no de descontento o juicio negativo de cuanto se exponga- es el anhelo de saber, de comprender la vida, de abrir los ojos para poder tomar decisiones con garantías, mantener la mente abierta será un requisito fundamental. Y esto, guste o no a la derecha triunfante, a la que aspira a llegar pronto al poder o a quienes interesadamente se manifiestan torticeramente por su declive definitivo (entre ellos el catedrático de Historia de las Doctrinas económicas, Pedro Schwartz (2), únicamente aparece con garantías en la Escuela Pública. Una escuela de todas y de todos, integradora, inclusiva, laica y equitativa. Sólo desde este prisma poliédrico podremos optar a educar en libertad, fuera de dogmatismos y rankings de productividad. Acierta Luis García Montero cuando apuesta por la educación, “si no queremos que la globalización sea una época de barbarie tecnológica, de superstición y costumbrismo tecnológico al servicio de la ley del más fuerte” (3).

Empezamos hablando de la situación política y acabaremos hablando de la política en la educación. Frente a las voces que claman por su despolitización, pretendiendo así evitar que exista opinión, que se dé voz al alumnado y se le permita pensar al margen de las líneas dominantes en cada momento, la Educación -y más aún la educación crítica- pretende utilizar la política como elemento integrador de la vida cotidiana de cualquier ser vivo. “La Escuela es política -nos enseña Jaume Carbonell- porque es el primer espacio donde se cultiva el diálogo, donde se siembran las primeras semillas de una ciudadanía crítica y activa” (4).

1.- “Enseñar pensamiento crítico”, Rayo Verde,2022

2.- Entrevista en El Mundo 24/09/22

3.- VVAA. “La emoción de educar”, SM,2010

4.- “La Educación es política”. Octaedro, 2019

La revolución neoconservadora está ya lanzada. Hay un consenso bastante amplio entre quienes secundan tal afirmación, porque sobran los ejemplos. Todo apuntala la idea de que la derecha más rancia acabará llegando al Palazzo Chigi, sede del gobierno italiano. Hace unos días, la hasta ahora primera ministra sueca anunciaba su retirada política, tras la confirmación de la victoria del ala conservadora, en un país tradicionalmente de centroizquierda. Junto a estos, otros gobiernos europeos, como Hungría o Polonia, llevan tiempo siendo investigados por las autoridades comunitarias ante los déficits democráticos que demuestran continuamente.

Si cambiamos de continente, los ejemplos también aparecen. Los pronósticos electorales en EE.UU. por ejemplo, que pronto renovará gran parte de sus cámaras legislativas, anuncian una ajustada, pero previsible victoria del partido republicano, del que el inefable Trump sigue siendo su principal exponente (pese a las sospechas de su participación activa -al menos en grado de incitación- en el asalto al Congreso que vivió el país en enero del año pasado). A esto habría que añadir que países no democráticos, como Rusia o China, en vez de caminar hacia posiciones más tolerantes y cercanas a la participación ciudadana, están pretendiendo ensanchar sus fronteras físicas o económicas por espacios no propios, olvidándose de lo que supone ser una democracia.