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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Gracias a esos políticos

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Javier Arteta

Vuelve la España nacional-católica. La España encapuchada y procesional que guarda luto por la muerte de Cristo. La España recorrida por un revoloteo de sotanas que, poco a poco, se va llevando parcelas enteras de libertad de expresión. La España donde ministros del Gobierno, empezando por su portavoz, se vuelven Caballeros Legionarios y cantan a voz en cuello y en plena calle el himno del Viva la Muerte que tanto le gustaba a Millán Astray. La España de la derecha española de siempre, que, pasito a pasito, parece empeñada en reintegrarnos la moda retro años 40, los años triunfales del Caudillo, como los más viejos del lugar recuerdan.

Y en esta España de la derecha, que recorta libertades al mismo ritmo con que se carga derechos sociales, resuena con éxito el consejo del viejo militar golpista: “Haga como yo, no se meta en política”. Consejo que una inmensa mayoría de nuestra sociedad le ha comprado gustosamente al dictador. Da la impresión de que Franco nos ha dejado, atado y bien atado, este gran consenso nacional: la convicción de que política es una actividad intrínsecamente perversa.

Nadie parece discutirlo. Según el sentir general, ves a un político y has visto a todos, ya que todos están cortados por el mismo patrón y todos piensan en sus propios intereses, y no en los de la ciudadanía a la que tienen que servir. Lo mismo da ser Ángel Gabilondo que Cristina Cifuentes; defender el sistema público de pensiones que promover las pensiones privadas que uno se pueda pagar; crear desde un Gobierno socialista una Sanidad y una Educación públicas que irlas privatizando y deteriorándolas desde el Gobierno actual; poner en marcha las ayudas a la dependencia como derecho social que dejarlas sin recursos; combatir con legislación y medios la violencia contra las mujeres que negar a esta lucha financiación y funcionarios…

No hay desastre nacional perpetrado por el Gobierno de Mariano Rajoy que no se cargue, tarde o temprano, a la cuenta general de “los políticos”. ¿Por afán de moralizar la vida pública, al grito de “caiga quien caiga”? Soy ya un poquito mayor para creérmelo. Sobre todo cuando las que se acaban cayendo con los escándalos y desaguisados de la derecha suelen ser con bastante facilidad las posibilidades políticas de la izquierda.

La cosa es simple. Como todos los partidos y los políticos son iguales, da lo mismo votar a unos que a otros. Al final nada va a cambiar, esté quien esté en el Gobierno. ¿Y qué suele ocurrir cuando ya no hay izquierdas ni derechas ni alternativas políticas? Muy sencillo: que la gente de izquierdas, desanimada, deja de concurrir a las urnas; pero, casualmente (¿o no es tan casual?), quienes apoyan a la derecha votan en masa. ¿Resultado final? Que la derecha sigue gobernando. Y a eso, me temo, es a lo que se está jugando, en España y fuera de España, en los tiempos que corren.

A quienes se han beneficiado de la crisis les viene muy bien que los perdedores de siempre (los que no tienen dividendos que repartir) acaben convencidos de que su derecho al voto (el único del que, al menos de momento, no han sido privados) carece de valor alguno. Es lo que esperan, frotándose las manos, los poderes económicos, para imponer, sin controles de ningún tipo, sus intereses al conjunto del país, ahorrándose el enojoso trámite de pasar antes por unas elecciones. Tienen para ello sus terminales mediáticas trabajando a plena potencia, esparciendo ideología práctica, marcada por la pedagogía de los hechos consumados. Esa pedagogía que dictamina lo que es serio (los requerimientos de los mercados) y lo que resulta frívolo (las opciones electorales de los ciudadanos, cuando reclaman una mayor igualdad); la que establece cuál es el “voto responsable” y cuál el “irresponsable”; y la que, en último término, castiga postelectoralmente, con falta de inversiones, a quienes han votado mal.

Sostener, por añadidura, que todos los políticos son iguales es de hecho el mejor regalo que se le puede hacer a quienes desean que todo siga igual y que nadie saque los pies del tiesto, para que cada cual se quede en su casa y los fondos buitre en la de todos. Al fin y al cabo, de eso es de lo que se trata: de ir desactivando la política para que el Capital siga prolongando su dictadura, cada vez más totalitaria, sin control democrático que pueda frenarla.

Afortunadamente, saltan de vez en cuando noticias alentadoras que nos hablan de que el ejercicio de la política puede cambiar las cosas en beneficio de las mayorías sociales. Por mencionar un hecho reciente, gracias a los políticos de izquierda que están gobernando en la Comunidad Valenciana, la gestión de la Sanidad Pública está dejando de ser un negocio en manos de empresas privadas en que lo convirtieron los Gobiernos del PP.

Gracias a esos políticos de izquierda que hoy gobiernan en abundantes ayuntamientos y autonomías, es posible acabar con la privatización creciente de los servicios públicos; reactivar las ayudas a la dependencia y los programas sociales; combatir la pobreza y las desigualdades más insultantes; poner coto a abusos urbanísticos; y centrarse más en el interés público frente a los abusos de los particulares que tratan de imponer sus propias leyes. Gracias a esos políticos, se está evidenciando que votar sirve para algo más que para lamentarse de lo que han votado otros. Una razón de peso para aconsejar a los descontentos y, más aún, a los desanimados: Por favor, métanse en política. Si no, Franco habrá ganado otra batalla después de muerto.

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