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Políticos: Héroes o villanos
¿Qué sociedad es ésta en la que unos padres desesperados piden ayuda municipal porque no tienen ni para dar de comer a sus hijos y en lugar de prestársela les quitan a los niños?
¿Hacia dónde miramos cuando una mujer se arrebuja en su cama de cartón junto a un cartel en el que se lee ‘vivo en la calle´?
¿Dónde esconde Mariano Rajoy su sentido de la ética, de la responsabilidad cuando responde con un “ya tal” a una pregunta sobre el encarcelamiento de Bárcenas.
¡Por dios! Era el tesorero del PP hasta hace unos meses. El máximo responsable de las finanzas. El mismo que entregaba sobre millonarios a los dirigentes de su partido con dinero de procedencia altamente sospechosa.
. ¡Y, el presidente del Gobierno de España no tiene nada que decir!
¿Respondería lo mismo Rajoy ante un juez? No extraño que su gestión sea rechazada por un 91% de los vascos. Entre ellos, los de su propio partido.
Y, ¿si actuáramos los ciudadanos de esta misma manera en el desempeño de nuestro trabajo?
Imaginemos una escena cotidiana.
-¿Por qué no entregó el trabajo a tiempo y se cogió la tarde libre sin pedir permiso?
-Pues mire, jefe, de lo primero, nada y de lo segundo, y tal y cual.
La ciudadanía debería erigirse en fiscal de un presidente que no les respeta, falta a la verdad y aboca al país al abismo. Y, ¿Cómo responde el primer partido de la oposición? Debe andar en sus cosas.
En la calle se oye.
–Todos hacen lo mismo. Son todos iguales.
Pero, no siempre es cierto, aunque a veces cuesta ver las diferencias.
España se ha convertido en un vertedero de la inmoralidad.
Resulta indignante asistir al espectáculo diario de tener que tragar una nueva píldora envenenada de políticos que hace tiempo demostraron que sus trucos de prestidigitador no surten efecto.
Vivimos tiempos en los que los mercaderes de la política han arrinconado cualquier atisbo de lucha por el bien común para proteger sus intereses y los de sus homólogos ideológicos.
Cada día más personas sufren las consecuencias de una estrategia que ignora a los seres humanos y se entrega en brazos del poder económico y monetario. El mundial y el suyo propio.
Jóvenes y mayores, mujeres y hombres… todos caminando sobre una infinita cuerda floja mientras los elegidos esperan cual deidad que el pueblo, agradecido, les arroje confites de colores a su paso.
Y siendo amargo. Lo peor de todo no es que haya jóvenes que desesperen en busca de su primer empleo; mayores que lloren a escondidas ante la falta de perspectivas laborales; padres y madres obligados a pedir ayuda para alimentar a sus hijos; inmigrantes que han perdido esa esperanza que un día encontraron huyendo de la miseria… No, lo peor no es este mapa de la desolación.
Lo realmente aterrador es que en el otro lado del espejo están ellos. Son esos que fueron elegidos por la ciudadanía para defender sus derechos. Pero que si no eres uno de los suyos te puedes quedar fuera. Cobran de las arcas públicas pero son capaces de saquearlas sin que se les remueva la conciencia.
Sus ansias de poder y dinero son insaciables. Aunque, han empezado a devorarse entre ellos. Sospecho que el festín terminará felizmente. Siempre ganan los mismos.
Como si de una película de ficción se tratase, vemos deslizarse fotograma tras fotograma las fechorías de ladrones de cuello blanco a los que nos obligaban a llamar “señor”.
Personajillos acostumbrados a recibir sonrisas y aplausos de pleitesía de una corte de esbirros. Oligarcas que un día traspasaron la tenue línea que separa la autoconfianza del autoengaño.
Listillos que creen que sus delitos no son tales sino beneficios derivados de su talento y poder.
No todos los políticos son corruptos, claro. Los hay honrados y sacrificados. Pero, apenas conocemos sus nombres.
La política hace mucho que dejó de ser un arte, si alguna vez lo fue en este país, para convertirse en una forma de vida.
Un gran porcentaje de esos prohombres y mujeres que ostentan cargos institucionales no se han esforzado en su vida más que por dominar los entresijos del aparato de su partido para medrar o, al menos, mantener su silla.
Muchos carecen de formación universitaria. Alguno hace dudar de que incluso posea el título de bachillerato. Hacen el ridículo cuando intentan hablar en otro idioma. Y, con cierta frecuencia, incurren en fatales errores en su propia lengua.
Su curriculum profesional comienza y termina en la esfera política o como consejero de empresas que nunca hubieran pisado si no es por las siglas de su partido.
A pesar de ello, su talento es tan grande que pueden intercambiar puestos con la misma facilidad que se atusan el pelo.
El que un día fuera concejal, consejero o ministro de Cultura, en la siguiente legislatura puede ostentar su cartera de Economía o Defensa con absoluta dignidad.
Su ingenio va tan lejos que cambian de partido y se enorgullecen de la defensa de postulados de los que en otro tiempo abominaban. ¿Se les ocurre algún nombre?
Hay políticos que recuerdan al protagonista de Zelig, la película de Woody Allen
El personaje es una especie de camaleón que adapta la apariencia de su interlocutor. Que está con un judío, le crece barba y tirabuzones. Con un obeso, pues se infla y si su colega es un negro, se le tiñe la piel y hasta la voz. El caso es hacerse querer.
En términos generales, la clase política goza de poder, prebendas, ingresos muy por encima de la media y un futuro económico garantizado. Eso sí, a cambio, nos recuerdan que su profesión es muy sacrificada. ¿Sera por eso que se perpetúan hasta el descaro?
Recuerdo el enfado de un alto cargo del anterior Gobierno vasco socialista. Estaba en pleno balumba del ‘caso Camps’ y sus trajes a medida.
-No entiendo por qué se critica tanto a los políticos y no a los futbolistas, que ganan muchísimo dinero y nadie dice nada.
-Bueno, también se les critica. Pero, hay una diferencia. La función de los políticos es servir a la sociedad que les ha elegido. Y, fundamental, cobran y manejan dinero público.
-Yo llevo toda la vida en política y nunca me he quedado con nada. Siempre me he ganado lo que he trabajado. Y ya se lo que gano yo y lo que ganas tú.
-La cosa se empezaba a poner fea.
A pocos políticos les interesa que les digan la verdad. Solo esperan que les den la razón. “Miénteme, dime que soy el mejor”.
Quizá deberían saber que en política las victorias duraderas no existen. Solo el devenir implacable de los acontecimientos.
Aunque, pienso en algunos políticos vascos que han logrado vencer a molinos y gigantes y salir airosos de mil batallas. Ahí siguen, mandando.
A ver si aciertan. Una pista: uno de ellos formó parte del Gobierno vasco. Contaban sus sucesores que cuando abandonó el cargo comentó:
- El coche y el chófer podré seguir teniéndolo. ¿No?
Les pasa como con el dinero. Se creen que es suyo.
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