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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Tribulaciones veraniegas

Facebook identifica nuevas campañas de desinformación desde Irán y Rusia

Pablo García de Vicuña

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Se acabó el verano y con él –confío- las incertidumbres que me han provocado alguna de las lecturas realizadas. Intentaré explicarme con un cierto orden escasamente cronológico.

A punto de hacer las maletas que nos devolverían a la rutina urbana, ojeé en una librería el último trabajo publicado por el joven historiador israelí Yuval Noah Harari quien, con solo dos obras (Sapiens y Homo Deus), ha causado un profundo impacto en los medios sociales. Su tercer libro comienza con la siguiente afirmación: “En un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder” ('21 soluciones para el siglo XXI'. Debate, 2018).

Y así, con esa simple frase, me llegó la decepción. Hasta ahora, habíamos crecido convencidos del argumento –entonces nos parecía irrefutable- de que la información era poder. La frase se le atribuye al célebre filósofo inglés Francis Bacon, que se empeñó en elaborar una teoría sobre la necesidad empírica del conocimiento, mientras dedicaba un tiempo a elaborar frases para la posterioridad como la citada.

Desde aquel lejano siglo XVI hasta el instante en que Harari redactaba su tesis, parece que hemos sido muchos los que hemos vivido en el error. El mantra no era la información, sino la claridad. No se trataba de acercarnos, a través del conocimiento, a una mayor información; no debíamos buscar las fuentes del saber para aprender a diferenciar lo mejor, no. Todo lo contrario; teníamos que habernos dejado aconsejar por quienes son capaces de separar la paja del trigo. No malgastar nuestro tiempo en una formación que al único lugar al que nos conduciría sería al de la confusión.

Cuando la información era cuestión de pocas personas, su valor era extraordinario porque era un objeto deseable para el resto y poseerlo significaba estar en el grupo selecto, en el elegido, entre los poderosos. La generalización de las tecnologías informáticas, especialmente la 'democratización' de Internet a millones de seres humanos permitió adquirir la sensación de que podíamos estar en el umbral de una era irrepetible, en la que vencer las enfermedades nos acercaría al concepto de semidioses, tan buscado desde la antigüedad clásica. El propio Harari indagó en esta tesis en su anterior obra, poniendo especial empeño en generar dudas sobre si el progreso concedido a través de la información sería una ventaja o un gran inconveniente.

Ahora, con su nueva obra, nos sume de nuevo en la incertidumbre al indicarnos lo lejos que estamos de tener cierto control sobre lo que nos rodea. Tenemos la información, pero no controlamos la claridad, que sigue estando en muy pocas manos ¿Visionario o derrotista?

La lectura 'Contra la democracia' (Deusto, 2018), de Jason Brennan fue otra muesca más en las dudas veraniegas. La tesis del profesor y filósofo de la Universidad de Georgetown, no por original deja de ser inquietante: ante el bajo nivel democrático que están demostrando en los últimos tiempos algunos países considerados como referentes de esta forma política (EE.UU y Reino Unido, según el autor –algo cuando menos discutible desde otras perspectivas-) ha llegado el momento de experimentar con otras alternativas, la epistocracia, por ejemplo; es decir, el gobierno de los expertos.

El autor –que se considera fan de la democracia teórica- pone los ejemplos recientes del Brexit o del triunfo de Trump para justificar que una gran parte de las personas que depositaron su voto en esos procesos electorales no tenía el nivel político suficiente para hacerlo. De ahí extrae que es necesario experimentar con un nuevo sistema que reduzca esta opción, dejándola en manos de votantes que demuestren competencia política suficiente. Brennan divide a los y las votantes entre 'hobbits' (apáticos e ignorantes de la política que carecen de opinión sólida en la mayoría de los temas) y 'hooligans' (hinchas fanáticos de la política, con visión sólida respecto de sus creencias, pero incapaces de aceptar otros puntos de vista). Se lamenta además de que apenas haya en las democracias actuales más avanzadas lo que define como 'vulcanianos', personas que piensan en política de forma científica y racional, a partir de ideas sólidamente fundadas.

Más allá de la originalidad o pertinencia de la reflexión, llama la atención que entre las más de quinientas páginas descritas Brennan no encuentre argumentos suficientes para valorar el papel fundamental que una buena educación debe jugar en la recuperación de los valores democráticos. En vez de optar por una reformulación adecuada de los desvíos que una formación deficiente puede estar provocando en un número indeterminado de votantes; en lugar de indagar en conocer las causas que expliquen la desigualdad formativa de las personas, el filósofo estadounidense prefiere exponer los elementos que deberían constituir las bases de un sufragio restringido, como, por ejemplo el tipo de examen que marcaría la cualificación del y de la votante. ¿Marcará tendencia Brennan o será una teoría más con escaso recorrido social en esta etapa de vaivenes impredecibles democráticos?

El último escalofrío veraniego ha llegado recién iniciado el periodo laboral. En la Enseñanza, y aún sin alumnado en las aulas, la semana pasada era el tiempo de preparar apuntes, afilar lápices y ultimar las novedades con las que sorprender en el nuevo curso. La viceconsejería de FP del Departamento de Educación del Gobierno Vasco no ha querido quedarse atrás y ha organizado en cada territorio histórico un acto dedicado a su profesorado con la sana intención de transmitir impulso en esta nueva fase. Por mucho que el mensaje no haya sonado del todo novedoso, no han faltado estímulos, alabanzas a la profesionalidad docente e ideas que se pretenden implantar, con profusión de gestos optimistas.

Algo falló, sin embargo, en la puesta en escena. Algo que se esperaba oír reiteradamente y que, desgraciadamente, casi pasó desapercibido. Mientras se oían en varias ocasiones términos esperados (motivación, innovación, cambios trascendentales, empleo, productividad,…) y obligatorios (competencia, crisis, inversión, recursos, salario, rendimiento,…) tan sólo citó en dos ocasiones (minutos 15 y 30) otros referentes a las personas, dimensión humana, formación humana o educación. Ciñéndonos sólo a la intervención del viceconsejero, de treinta minutos, dedicó exactamente uno para hablar de estos conceptos finales ¿No es un bagaje escaso para un discurso dado por y para docentes? ¿Alguien se ha olvidado de explicar que antes –o si se me apura, a la vez- de formar profesionales en cualquier sector productivo tenemos que ayudar a construir personas, seres éticamente formados en valores como la igualdad, el respeto, la crítica y/o la libertad?

Dudas, inquietudes, tribulaciones que llegaban en momento de asueto, tranquilidad y recarga de fuerzas. Seguramente ahora, con la rutina laboral rápidamente instalada, la terca realidad nos allane el camino hacia la sensatez y la alegría.

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