Arantzazu Amezaga, bibliotecaria y expolítica: “Las mujeres sostienen la vida, mientras los hombres hacen la guerra”
Arantzazu Amezaga (Buenos Aires, 1943) es probablemente la persona que mejor conozca los secretos que se esconden en la Biblioteca del Parlamento Vasco, puesto que ella la fundó en los años 80. Nació en Argentina después del exilio de sus padres en la Guerra Civil, por ser, como ella dice sin tapujos, “fusilables”. De Argentina pronto se trasladaron a Uruguay, donde pasó su infancia y, después a Venezuela, donde pudo estudiar en la universidad la carrera de Biblioteconomía y Archivística.
Amezaga se casó con Pello Irujo, sobrino de Manuel Irujo, y ambos decidieron regresar en los años 70 para que sus cuatro hijos aprendieran euskera y estudiaran en una ikastola, aunque en aquella época aún estaba prohibido por el franquismo. Se instalaron en Navarra, donde desde dentro del PNV, impulsaron el Napar Buru Batzar (NBB) él y el grupo Nafarroa Bai, ella, coalición de nacionalistas vascos y partidos de izquierda. Su legado, además de sus escritos, es su trabajo al frente de la Biblioteca del Parlamento Vasco, que fundó en 1980 y que en 1985 ya albergaba más de 10.000 libros sobre historia, política y cultura vasca, muchos de ellos en euskera, los que sobrevivieron tras el saqueo franquista. A pesar de ello, el mensaje que quiere lanzar a la sociedad es que no cree en el odio. “No conozco la palabra odio, ni al hablar de Franco ni de ETA, porque el odio te consume. Es muy diferente vivir con ganas de hacer cosas, de empujar proyectos. Eso es muy bonito, es energía. Yo no conozco el odio porque te consume y no quiero eso en mi vida”, sostiene.
Sus padres se exiliaron a Argentina durante la Guerra Civil, donde usted nació. Meses después se trasladaron a Uruguay donde pasó su infancia ¿qué le contaban de aquello?
Se exiliaron cuando cayó Bilbao en 1937. Mi padre era fusilable porque era un empeñado en la enseñanza y el resurgimiento del euskera. Ese era su gran pecado. Era un hombre de una familia rica de Algorta y extraordinariamente culto. Fue abogado, hizo la carrera a distancia en la Universidad de Valladolid y él dedicó toda su vida a amar a Euskadi. Así nos lo enseñó en el exilio, a amar lo vasco, nuestras tradiciones y el euskera. Yo en mi casa nunca oí una palabra de odio. Los vascos en el exilio se reunían, hacían bromas y hablaban de lo bueno de Euskadi, pero jamás hubo palabras de odio y eso nos ayudó a las generaciones posteriores a levantarnos con más optimismo.
¿Cómo era la vida de los vascos exiliados en América Latina?
Tuvimos mucha suerte, porque después de la Segunda Guerra Carlista, en 1877, muchos vascos llegan a Argentina y lo primero que hacen es crear un centro vasco para que ninguna persona se quedara en la calle pasando hambre o muriera sin nada, porque ese era el destino de muchísimos. Gente de Europa que llegaba a toda América moría en la calle, en los bancos, en los parques, y eso horrorizó a la comunidad vasca así que formaron una sociedad donde se daba empleo y se ayudaban los unos a los otros. Muchos vascos también fueron a Estados Unidos a ser criadores de ovejas. Hijos de esos inmigrantes fueron dos presidentes de la República de Argentina y de Uruguay, Roberto Marcelino Ortiz Lizardi y Juan José de Amézaga Landabaso, con quien comparto apellido, pero no es mi familiar. Los hijos de esos migrantes también fuimos migrantes económicos, porque la guerra nos dejó sin nada, pero ellos ven la universidad como una prioridad para sus hijos. Por eso hay que hablar con admiración porque aunque había necesidad en las casas, también había mucho orden y fundamento en la crianza de los hijos. La prioridad era levantarnos bien.
Si los libros se habían comprado con dinero público, el público tenía que saber que había una Biblioteca en el Parlamento Vasco
Usted también fue a la universidad cuando se trasladaron a Venezuela. ¿De dónde surgió su interés para estudiar Biblioteconomía y Archivística?
Yo nací para escribir. Para mí es algo que no tiene ningún mérito, es un gen que tengo ahí. El primer día que fui al colegio volví a casa llorando porque no me habían enseñado a leer y escribir, yo esperaba que de un plumazo en un día iba a aprender. Las monjas del colegio en Uruguay llamaban a mis padres porque de pequeña me escapaba a la biblioteca y menos mal que tuve un padre que fue excelente como educador y dijo que me tenían que dejar ir a la biblioteca. Cuando llegué a Venezuela tuve la suerte inmensa de que ya había caído el dictador Marcos Pérez Jiménez y se abrió un periodo democrático muy bueno, ayudado por el auge petrolero, claro. Crearon la carrera de Biblioteconomía y Archivística en la Universidad Central de Venezuela y no tuve dudas.
Cuando regresó fundó la Biblioteca del Parlamento Vasco. ¿Qué tesoros esconde?
Fundé la biblioteca porque cuando llegué no había nada. Cuando las tropas franquistas llegan a Tolosa saquean y queman la biblioteca de Isaac López Mendizabal, quien pasó toda su vida recolectando y guardando libros, sobre todo diccionarios en euskera y primeras ediciones de libros sobre cultura vasca. Aquello fue el símbolo del odio. Se compró el fondo editorial de lo que quedaba de esa biblioteca y cuando lo vi me volví loca con aquello. Tuve la idea de crear la biblioteca, pero con mucha ayuda. Todo lo que he hecho en la vida ha sido con ayuda de muchas personas. Tuve una ayuda inmensa del por aquel entonces presidente del Parlamento Vasco, Juan José Pujana y de muchísima gente para levantar, catalogar, clasificar y montar los catálogos bibliográficos. Mi idea era que si ese fondo se había comprado con dinero público, el público tenía que saber que había una biblioteca. Fue toda una aventura porque yo quería crear una biblioteca como la del Congreso de Estados Unidos, ese era mi sueño desde que trabajé en la embajada de Venezuela con la Alianza para el Progreso del presidente John F. Kennedy.
¿Y lo consiguió?
Pues no, porque la biblioteca del Congreso de Estados Unidos cuenta con la mitad de Washington en forma de túneles subterráneos que unen el Capitolio con la biblioteca. Es increíble lo que ellos tienen, pero nosotros es cierto que tenemos un fondo bibliográfico de Literatura e Historia y Lengua Vasca que no había existido hasta la fecha, porque estaba prohibido. Entonces, España estaba en una necesidad cultural tremenda, había mucha sed de cultura porque la cultura es algo que a las dictaduras no les interesa. El hombre o la mujer cultos, piensan y eso no interesa.
En Euskadi se han subsanado horrores y errores, como los años de ETA, que yo también los padecí
¿Cómo se encontró el país a su regreso del exilio?
Terrible. Venía de una Venezuela que estrenaba democracia, había oportunidades y mucha gente nos preguntó si estábamos locos por querer volver con Franco aún vivo, pero mi marido, que su familia vivió una situación parecida a la mía, con padres exiliados, quería que nuestro hijo estudiara en una ikastola donde le enseñaran el euskera. Nos quitaron el euskera, pero queríamos que volviera a nosotros, no como una distinción ni como algo precioso, sino por ser parte de nuestra herencia cultural. Así, regresamos en diciembre de 1972, con un cielo gris, frío y la gente muy tosca. Había mucho miedo, el miedo que infunden las dictaduras. En 1975 vi morir a Franco y nos metimos en un partido político, el PNV. Mi marido lo restaura en Navarra e hicimos lo que nosotros creemos que es hacer país, que es que nos respeten la lengua y las tradiciones, que son buenas para todos. El fuero vasco es admirable en su concepto y es bueno que nos rija, pero también que los demás lo vean, entiendan e imiten, como nosotros tenemos mucho que imitar de otros. La humanidad es un intercambio de cosas culturales y de hermandad. En nuestra familia nunca hubo odio, ni siquiera a Franco, pero en estos años está floreciendo un odio que me llama la atención.
¿Por qué?
Porque considero que en Euskadi se han subsanado horrores y errores. Euskadi tuvo los años de ETA que fueron horribles, yo también los padecí. Fui concejala del Ayuntamiento de Eguesibar por Nafarroa Bai y la Policía me tenía que examinar el coche antes de entrar o salir. Pero yo no hablo de ETA con odio, hablo con horror de que eso pudo pasar.
El odio igual hace más daño a la persona que odia que a la odiada.
Sí, es verdad, porque el odio te consume. Es muy diferente vivir con ganas de hacer cosas, de empujar proyectos. Eso es muy bonito, es energía. Yo no conozco el odio porque te consume y no quiero eso en mi vida.
¿Qué destacaría de su trayectoria política? Porque fueron muchísimos años, primero en la Transición tras la muerte de Franco y después a partir de 1998 con Nafarroa Bai. ¿Cómo recuerda esos años?
Fueron años muy felices. Estaba con mi marido, que ya no está conmigo y pudimos hablar de nuestra idea de país. Llevo escribiendo desde niña, me expreso a través de mis escritos y a día de hoy sigo publicándolos. Para mí eso es la felicidad. No busco la fama ni el dinero. He criado a cuatro hijos, que no es fácil y han salido brillantes los cuatro. A mi marido se le ocurrió venir a vivir al monte, en Alzuza y no fue fácil desde aquí levantar un proyecto político. Me siento muy afortunada porque he vivido bien, con amor, ajena a todo odio posible y trabajando en un partido político en el que me he podido expresar con libertad.
¿Siente que alguna vez le han podido llegar a hacer sentir inferior por ser mujer en la política en aquella época?
Sí. Estoy segura de que si hubiera sido hombre, mis escritos tendrían más eco, más resonancia u oportunidades. Está claro que no hubiera escrito lo mismo, porque considero que los hombres y las mujeres somos diferentes, con los mismos derechos y obligaciones, pero diferentes. Toda mi vida he tratado de luchar para que no me cerraran puertas, porque no estaba dispuesta. En la Biblioteca del Parlamento Vasco tuve que protestar porque como jefa de la biblioteca ganaba menos que un técnico. No peleé por dinero, sino porque sabía que si hubiera sido un hombre bibliotecario me habrían pagado más. Las mujeres tenemos una trayectoria de quitarse el sombrero. Hemos dado vida, trabajado, educado a los niños, cuidado a los ancianos. Somos el sostén de la vida, mientras que los hombres han hecho la guerra. Deberían pedirnos perdón. Los hombres tienen que meditar y darse cuenta de que no han hecho las cosas tan bien como pretenden hacer ver. Las mujeres hemos hecho mucho por la humanidad, pero siempre en segundo plano y no, debemos ser primeras.
Nunca debemos dar por sentada la democracia, porque las democracias también enferman, solo hace falta mirar a Estados Unidos
Comentaba que cuando fundó la Biblioteca del Parlamento Vasco había mucha sed de cultura. ¿Considera que esa sed de cultura se ha ido apagando con los años?
Creo que los jóvenes de ahora siguen sin saber de dónde vienen o a dónde van, pero hay más tranquilidad. Lo veo en mis nietos de 20 años. Están más tranquilos sobre lo que son y sobre el mundo que les rodea. No tienen que elegir. Mi marido y yo tuvimos que elegir entre ser vascos o latinoamericanos. Cuando regresamos, nuestros hijos fueron a una ikastola alegal que no tenía permisos y que si la cerraban se quedaban sin poder estudiar. Yo creo que las nuevas generaciones ven el mundo de una manera más tranquila, más segura, aunque nunca debemos dar por sentada la democracia, porque las democracias también enferman, solo hace falta mirar a Estados Unidos. Veo a mis nietos y me da miedo la guerra, lloro por Gaza y por Ucrania, vivimos muy cerca del terror.
¿Cómo valora la situación del euskera a día de hoy?
Yo diría que el euskera ha resucitado, porque en los años 60 se daba por muerto, era una persecución total y absoluta. Decir agur en los años 70 en Pamplona era una barbaridad, te miraban como para llevarte a prisión. Es importante conocer las lenguas y la cultura de otras gentes, yo hablo castellano, un castellano rico de América, pero también hablo francés o inglés por ser los idiomas del trabajo. A veces me pregunto por qué no sabré hablar catalán o gallego.
¿Y por qué cree que cuesta interesarse por otros idiomas o culturas?
Cuesta aprender idiomas porque es trabajo y cuesta interesarse por otras culturas porque hay mucha incultura.
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