El hastío de lo político y “la sombra del general”
La Política (así, con mayúsculas), de acuerdo con Aristóteles, era la ciencia que tenía que habérselas con lo mudable de las cuestiones que se referían a la polis, a la ciudad. Esta, más allá de la familia o de la aldea, era el sitio donde era posible que los seres humanos nos realizásemos. Este llegar a ser más humanos, más nosotros, (en concreto, más felices y justos) debería realizarse a través del lenguaje (lógos), que, según el mismo abuelo de la historia de nuestro pensamiento, nos diferenciaba notoriamente de los animales, que solo tenían voz (phoné). Con el lenguaje podríamos hablar de lo justo, de lo injusto, de lo conveniente, de lo inconveniente, y no solo expresar sentimientos más básicos de placer, dolor, etc. Traigamos a nuestras circunstancias estas ideas. Seguramente dan para pensar. Otra cosa es que seamos capaces de pensar con claridad acerca de cuestiones que no están claras. Unas, más que posibles, terceras elecciones, parece que pondrían en peligro la situación de esta idea que llamamos España y, especialmente, podrían “apretar los tornillos” a nuestras relaciones económicas e institucionales con nuestro entorno.
Si examinamos, aunque sea muy rápido, y de pasada, lo que los especialistas llaman “crisis de legitimación” en la historia contemporánea, podremos contemplar - no sin cierta alarma - que esos momentos en los que pensamos que toda la cosa pública está “podrida”, son el mejor caldo de cultivo para que santones y delirantes intenten hacerse con el poder. También puede ser el momento en que se entone el tradicional “virgencita que me quede como estoy” y seamos capaces de tragar con cualquier cosa antes que perder, o poner en peligro, eso que consideramos nuestro espacio de seguridad. Lo mucho o poco que nos guste la vida que llevamos y la situación que lo permite.
El hecho de haber sufrido en este país una de las dictaduras más largas de la historia contemporánea europea (de hecho solo puede competir en ese espeluznante honor el vecino Portugal) ha calado profundo. Una lectura muy recomendable sería La sombra del general, del magnífico investigador y psiquiatra Enrique González Duro. Ese miedo se destila cuando, hace unos años, en un pequeño pueblo del sur de Extremadura, donde acompañaba a un familiar, la señora de la casa cerrara la ventana y bajara la persiana cuando hablamos -muy ligeramente- sobre cuestiones políticas. Es el mismo sedimento que hace que mi madre, una mujer de 72 años (permítaseme que a ella la ponga con mayúsculas), sienta auténtico pavor cada vez que sabe que algo que yo haya escrito salga en los medios. El terror que sembraron está todavía vivo... Y por muchos más que vivan los testigos, cosa que yo el primero deseo, no es aceptable racionalmente que persistan esos “sentimientos”.
Es mejor no hablar de política (ni de religión). Es algo de mal gusto, parece ser. Se producen enconamientos y la gente se pone de muy mala leche. Además, es muy ilustrativo que se difunda esa idea de “todos son iguales” para desconfiar de modo absoluto de cualquiera que llegue a tocar poder. Tengo muy presente haber oído, una y otra vez, algo así como que esto era un “turnismo” para meter las zarpas en lo que es de todos. Una absoluta descalificación de los asuntos públicos y políticos. La otra cara de la moneda es poner “a parir” a funcionarios públicos. Esto especialmente en los ámbitos donde está deseando meter “las zarpas” el sector privado: la educación y la sanidad. Algo en lo que nos jugamos mucho todos.
El General, a cuyos muchos añoran y cuya sombra nos llega, ya denostaba la política. De hecho convirtió este país en un hormiguero y avispero (obispero, dijo alguno) donde es mejor no meterse en esas cosas. Naturalmente todo sazonado en una maquinaria de corrupción cuyos coletazos nos siguen llegando muy notorios por los dos lados del espectro político. El resultado es, a mi juicio, una absoluta falta de visión cívica de las cosas en el sentido más amplio del término. Dicho de otra forma... Aquí, la corrupción, sale muy barata. Al menos cuando vamos a las urnas. El pueblo español español da la sensación de estar hasta las narices. Al mismo tiempo nuestro déficit en formación política nos pasa cuenta. Para colmo estamos inmersos en una crisis económica en lo que lo peor de nosotros mismos es capaz de salir a flor de piel.
Es posible que más de uno me acuse de hacer mala “memoria histórica” por recordar el pasado. ¿A qué viene acordarse ahora de “el general”? Quizá. A esos les recomiendo que expliquen por qué tenemos las cunetas de este país llenas de restos humanos sin identificar o por qué no se procesa a torturadores o consentidores (por su edad, simbólicamente), o se revisan fortunas mantenidas al albur de un régimen espeluznante. A esos les insto a responder por qué algunos de sus representantes nos regalan perlas del “agradecimiento al golpista que nos salvó”. Deseable sería que nuestros actuales y futuros investigadores sean capaces de sacar a la luz toda la porquería de las alcantarillas de nuestra historia. Ya que los tribunales lo tienen prácticamente vetado, no es mala cosa que lo hagan los ratones de biblioteca. Ya lo ha pagado muy caro algún jurista. En la Academia... se es “menos mediático”.
Echar pestes de lo político viene de lejos... Es el medio de liberar a los que mangonean para que lo hagan todavía más tranquilamente. Si sobre ello se sobreponen estructuras de partido y administrativas, la cosa está casi hecha. Es echar encima un lenguaje poco inteligible para el pueblo y castrar toda posibilidad de que el lógos de Aristóteles se abra paso. ¿Acaso no estoy yo ahora también en parte echando esas pestes? Puede ser, pero no me serviré de sentimientos nacionalistas (y esto vale para todos) que me igualarían a un mamífero cuadrúpedo marcando el territorio con orina cuando las hembras están el celo. No me valen para nada las banderas y naciones sino me hacen unirme a cada vez más gente.
Sigo albergando la esperanza, profunda, de que este país pueda hacer sus deberes. Que limpie con claridad todo sesgo, rastro y traza de un régimen fascista y totalitario que luego se disfrazó de lo que convenía para sobrevivir. Han de rescatarse las víctimas del exterminio, de acuerdo con las instrucciones de organismos internacionales. Han de revisarse, profundamente, los acuerdos Iglesia-Estado, lo que sería una muy buena opción ahora que hay un Papa dialogante, al menos mediáticamente. Ha de pedirse perdón, por parte de los de arriba, de forma institucional, por parte de las barbaridades que nuestro Estado hizo (dado que no hubo un truncamiento), ha de dejar de ofrecerse a los tiburones de “los mercados” - esos nuevos dioses según el análisis de Ortiz Osés - lo que es “cosa pública”... ¿Aprenderemos algo si eso ocurre? El aprendizaje depende en gran parte de la actitud del discente, del que aprende. Me alarma la incapacidad de mi sociedad para responder de forma firme a lo sucio, a lo inaceptable. También mi propia precariedad al respecto. Después de todo, soy uno de mi grupo.
La corrupción en este país no es una consecuencia de la democracia, ni de las autonomías, ni del desarrollo de nuestra maltrecha Constitución. Es un sedimento, pestilente y deleznable, de ciertas formas del pasado que es conveniente extirpar para rescatar “lo político” (que a todos nos afecta) de las fauces de los intereses de unos cuantos. Estos “cuantos” en parte son los mismos, o sus herederos, y en parte son flagrantes traidores. La cirugía debe hacerse con cuidado, como con esos tumores malignos con angiogénesis (vamos, que han echado vasos circulatorios para nutrirse del sistema). Hay que hilar fino y no dañar el conjunto Tampoco se puede promover un cambio demasiado veloz si no hay medios. Al ritmo que sea, pero seguros... pero que ni la seguridad no haga detenernos ni que las ansias de cambio nos hagan estrellarnos. Más que nada es atención a nuevos oportunistas... que como las meigas... “haberlos, hay-los”.