De convergencias zombies: gentes ordinarias para una política extraordinaria
Reconozcámoslo: la mayor fascinación de toda película de zombies es que, inevitablemente, sabemos que al final los muertos vivientes van a ganar. Esta victoria radica en una de las características más determinantes del zombie: nunca se cansa. No duerme. No abandona. No tiene nada que perder porque carece de vida, física e intelectual.
En política los zombies también abundan. Los zombies políticos y el pensamiento zombie (valga el oxímoron) lo vemos en la repetición hasta la extenuación de eslóganes sin contenido, el abuso de los lugares comunes y el predominio absoluto de la vaciedad: no decir nada. También en la reiteración de las caras: siempre los mismos. Ver a las mismas personas declamando los mismos contenidos es síntoma claro de zombificación.
Dicho esto, quienes formamos parte de un partido clásico de izquierdas, en mi caso Izquierda Unida, debemos reconocer que hemos sufrido ese proceso de zombificación.
Llegó un momento donde el impulso estratégico se paralizó y – pertrechados con una dirección incapaz de renovarse y de mensajes que repetían las viejas certidumbres de siempre, pero también por eso, mensajes agotados, no supimos leer lo que demandaban los nuevos tiempos. Unos dirigentes formados en la transición y una concepción de la política demasiado vertical, donde las listas “se negocian” y los procesos asamblearios “se controlan”, que pasaban sus horas meditando sobre raros volúmenes de ciencias políticas de otra edad (por parafrasear el poema The Raven de Edgar A. Poe) mostraron su sorpresa ante uno de los últimos procesos electorales, el europeo, al descubrir como un outsider cosechaba casi tantos votos como un histórico dirigente de acreditada experiencia política. ¿Cómo era eso posible?
Sí, los militantes de Izquierda Unida debemos reconocer que esperábamos unas elecciones como camino de rosas, nuestras manos prestas a recoger los frutos largamente esperados tras décadas de lucha contra el bipartidismo. En muchas de las críticas hacia Podemos de compañeros y amigos míos veía sobre todo el rencor hacia aquellos que habían logrado hacer en poco tiempo lo que nosotros hemos soñado hacer durante demasiado tiempo...
Ahora bien, ese impulso inicial, extraordinario, de Podemos – que supo atraerse buena parte de las ilusiones que despertó el 15M y conectó con las luchas desarrolladas en las plazas del país ( no en las sedes ni, menos aún, las mesas de negociación) - también se ha empezado a agotar rápidamente (digamos ya aquí que en momentos de crisis el tiempo político se acelera) y las elecciones municipales dejaron la lección de que una unidad popular construida sobre procesos participativos y en los que las siglas no son lo esencial, puede ser un buen camino.
Y hasta aquí los reconocimientos y los lamentos. Si algo debemos aprender los militantes de la izquierda es a leer las coyunturas históricas y en consecuencia comprender y saber actuar.
Dentro de tres meses unas elecciones van a determinar quiénes van a gobernar este país y por primera vez, si somos capaces de hacer germinar “el principio esperanza”, una alternativa al bipartidismo puede disputar el poder. Por primera vez en la historia reciente de España. Tal vez sea la única oportunidad.
Los retos que tenemos delante son conocidos: la presión del poder político y económico hegemónico será brutal y las campañas mediáticas no van a ahorrar en métodos ni manipulaciones; pero también uno de los hándicap nos concierne expresamente a nosotros mismos: luchar contra las pequeñas y grandes miserias políticas en las que hemos participado, contra los provincianismos de siglas, grupos o banderías, la falta de generosidad, los recelos ante los otros, el miedo al desborde o la permanente necesidad de controlar todo y preferir lo pequeño, lo minúsculo, lo sectario siempre que así podamos dirigirlo.
Un proceso de convergencia, de unidad popular, de unión de todos los que están llamados a decir algo sobre y contra las políticas económicas presentes requiere saber construir espacios que alienten y favorezcan la participación de las gentes y llegar a la conclusión de que una convergencia real, plural, amplia va a implicar que nosotros, la izquierda tradicional, los dirigentes de siempre, vamos a estar en minoría. Bienvenido sea, porque fuera de nuestras sedes y reuniones hay muchísima gente que, si la dejamos, tiene mucho que decir.
Un proceso de convergencia que sea capaz de ilusionar a la ciudadanía extremeña y española supone en la práctica la disolución de los aparatos y dinámicas de poder interno de Izquierda Unida regional y locales – y bienvenida sea también esa disolución - e ir más allá, mucho más allá, de las direcciones actuales de PODEMOS, Ahora Extremadura, Equo, etc.
¿Cuáles deben ser los requisitos? Yo pondría cuatro mínimos:
- - Apostar por un proceso de confluencia radicalmente democrático. No se trata sólo de “primarias”, que es el final. La Democracia parte del convencimiento de que gentes ordinarias pueden hacer cosas extraordinarias.
- - Hacer un llamamiento público a esa participación. Asambleas locales y regionales donde descubramos que existen personas más allá de los militantes de siempre y que tienen mucho que decir.
- - Actuar con generosidad. Determinados dirigentes debemos saber dar un paso atrás y apostar por portavoces y direcciones renovadas. Hay vida más allá de nosotros mismos.
- - Y construir sobre programas concretos. No sobre siglas. Los partidos políticos son herramientas, o deberían serlo. Herramientas al servicio de los ciudadanos y de un proyecto de país o de región. Los partidos políticos no deberían ser nunca un fin en sí mismos y jamás un fin al servicio de sus dirigentes. Si lo importante es el mensaje que defiende IU: “que es posible una sociedad más justa y la apropiación de la política por la gente humilde” IU, en sí misma, pasa a ser secundaria.
No será fácil. Hay que combatir demasiadas inercias, demasiados miedos, demasiados cortoplacismos. Pero es necesario y urgente. Más todavía en una región como la extremeña donde el bipartidismo ha tenido el mejor resultado electoral del territorio español.