Día internacional para la eliminación de la violencia contra la mujer
Como muchos años desde hace un tiempo insoportable, hoy tenemos que recordar que la violencia contra las mujeres, en sus múltiples manifestaciones, constituye, además de una injusticia social difícilmente comprensible, un grave problema de convivencia que todos debemos asumir como una responsabilidad individual.
Se trata de un problema que hoy reivindicamos como una cuestión de Estado cuya definitiva solución se halla también en nuestro compromiso ciudadano y solidario.
Este compromiso es consustancial a nuestra participación en una convivencia democrática, en la que el respeto y la defensa de los derechos humanos debe prevalecer con una firme determinación y, apelando a los más sólidos valores de la dignidad humana, asumir nuestra responsabilidad para cambiar esa tibia actitud que nos sigue haciendo cómplices de la muerte de millones de mujeres en todo el mundo así como de la infelicidad de sus familias.
Esta responsabilidad, además, implica ser conscientes de que los cambios que deben tener lugar para eliminar las distintas clases de violencia contra las mujeres, están al alcance de todas y todos los ciudadanos.
Esta inexcusable responsabilidad ante la violencia contra las mujeres es de toda la sociedad. Es de quienes utilizan perversamente la imagen de la mujer para el beneficio de sus empresas y el suyo propio, de quienes frivolizan con los malos tratos y la muerte de las mujeres, de quienes, a sabiendas de que su vecina o amiga sufre malos tratos, prefieren mirar hacia otro lado, de quienes se empeñan en reducir a un problema doméstico lo que, en realidad, es el más doloroso, humillante y grave problema social de nuestro país.
Es en definitiva, de quienes consentimos vivir en una sociedad que debería hacer mucho más por acabar con esta denigrante situación.
Las leyes y medidas puestas en marcha por las distintas administraciones públicas, las campañas de sensibilización e información y el trabajo de diferentes organizaciones sociales por eliminar esta clase de violencia, a pesar de haber demostrado cierta eficacia, no son suficientes.
Todavía no hemos sido capaces de conseguir el objetivo urgente y final de contener la violencia machista y nunca será posible hacerlo sin un apoyo y voluntad social firme y responsable y si no nos creemos capaces de lograrlo.
Si bien es cierto que, a veces, nuestros esfuerzos no se corresponden con los resultados deseados, ni tan siquiera operan con la celeridad que la sociedad y los responsables públicos desearíamos, no lo es menos que una sociedad más digna e igualitaria sólo la merecen quienes tienen la generosa voluntad de creer en ella y obrar en consecuencia.
La educación y formación que reclamamos para nuestros hijos e hijas en escuelas e institutos, para que sea provechosa y efectiva, debe contar indudablemente con el acompañamiento y supervisión responsable de padres y madres, porque una educación exenta de los más elementales principios de convivencia y respeto es una educación tan insuficiente como estéril.
Acabar con la violencia hacia las mujeres es un objetivo prioritario de los poderes públicos y debe serlo de toda la ciudadanía, pero sin el activo compromiso individual de las y los ciudadanos - que no debemos dejar que se diluya en la responsabilidad colectiva - esta tarea no solo seguirá siendo más complicada, larga, ardua y onerosa, sino que además, supondrá la indecente perpetuación del más grave y vergonzoso problema social que venimos padeciendo desde un tiempo excesivo y que, como tal, debe entenderse y tratarse como lo que es una cuestión de Estado
La ancestral desigualdad entre mujeres y hombres, en donde se halla el origen de la violencia contra las mujeres, ha marcado y sigue marcando nuestras vidas. Pero si como género humano y como personas, hemos demostrado históricamente ser capaces de afrontar y superar difíciles retos de convivencia, ahora debemos poner nuestra más firme determinación en construir individual y colectivamente una sociedad más equitativa, justa y democrática.
Y esto jamás será posible mientras sigamos tolerando este insoportable, constante y cotidiano goteo de violencia, muerte y asesinato de mujeres -así como, muchas veces, de sus hijas e hijos- sin que nuestra conciencia, social e individual, apenas se conmueva.
Eludir nuestra responsabilidad para erradicar la violencia sexista en cualquiera de sus múltiples y lamentables facetas, nos hace cada día más indignos como ciudadanos y ciudadanas, como padres y madres, como abuelos y abuelas, como amigos y amigas... En definitiva, como personas que lícitamente aspiramos a compartir un mundo mejor, es decir, mucho más humano. En nuestras vidas, muchas cosas nos parecen muy importantes, algunas también lo son, aunque no nos lo parezca.