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Daniel Salgado

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A Alberto Núñez Feijóo le costó escuchar el clamor social por la devolución del Pazo de Meirás. Todavía en mayo de 2017 ordenaba a su partido votar en contra de que el Parlamento gallego reclamase al Congreso “la recuperación para lo público” del inmueble en manos de los Franco. Pero la movilización de historiadores y colectivos en defensa de la memoria democrática y antifascista, alguna recolocación en el interior del grupo parlamentario popular y la salida de Rajoy del Gobierno de Madrid acabaron por obligarlo a cambiar de opinión. Ahora que ya se arroga papel protagonista en el proceso, ha iniciado una nueva maniobra: usar la figura de la escritora Emilia Pardo Bazán, propietaria del pazo hasta 1921, como excusa para rebajar la memoria del expolio franquista que encarna Meirás.

“Debemos restituir la esencia de Meirás. Convertirlo en un faro de igualdad sin olvidar la etapa franquista”, dijo el presidente de la Xunta tras la reunión entre administraciones que, el pasado miércoles, abrió las conversaciones para definir el futuro de la fortaleza. Apenas unas horas antes, al término del Consello semanal de su gabinete, se había referido a un “plan de usos” basado en la figura de Pardo Bazán (A Coruña, 1851-Madrid, 1921), uno de los iconos, a su juicio, “más importantes de la cultura y la literatura gallega y el feminismo”. Entonces obvió mencionar el franquismo y el hecho de que el lugar fue, durante 82 años, residencia del dictador y su familia. La coletilla posterior añadida por Feijóo tal vez se derivó del desencuentro con la vicepresidenta del Gobierno central, Carmen Calvo, con los regidores de A Coruña, Inés Rey, y Sada, Benito Portela, y con el presidente de la diputación, Valentín González Formoso, abiertamente partidarios de que la memoria histórica de la dictadura tenga en Meirás un lugar destacado.

Solo dos días después, el conselleiro de Cultura, Román Rodríguez, presentaba las “líneas de acción” de su proyecto para el lugar. “No queremos que sea el Pazo de Franco, sino el Pazo de Emilia Pardo Bazán”, aseguró Rodríguez, “los gallegos no debemos vivir de espaldas al pazo ni avergonzarnos de su pasado, sino reivindicarlos como un espacio de cultura, de concordia y de visibilización de la igualdad”. En esas líneas sí reservan las zonas verdes del lugar a la “memoria y reflexión sobre la dictadura”. La Xunta pretende organizar un “jardín de la libertad como auténtico espacio para la memoria y la reflexión sobre la dictadura, el papel de las mujeres durante este período histórico y en la actual democracia, que sirva en definitiva como recuerdo y reparación de las personas represaliadas y perseguidas por el totalitarismo y la intolerancia”.

Nada parecido es lo que reclaman activistas por la memoria histórica, la izquierda política de BNG o PSdeG o algunos de los historiadores más implicados en el retorno de la propiedad a lo público: un centro sobre la memoria histórica democrática también abierto a investigadores y estudiosos. En todo caso, las administraciones aún no han acordado de quién será la titularidad del inmueble. El Gobierno autonómico la pretende para sí. También lo quiere el Bloque, pero cuando terminen los pleitos con los Franco, que se pueden alargar todavía tres o cuatro años.

Un caso práctico de utilización política de la literatura

Los movimientos de Feijóo y su repentino interés por Emilia Pardo Bazán representan una muestra acabadísima de la utilización política de la literatura. Así lo entiende el profesor de literatura contemporánea de la City University de Nova York Álex Alonso Nogueira. “Se está leyendo a Pardo Bazán de un modo muy tosco”, explica, “pero en realidad la escritora es instrumental. Porque, ¿cuándo fue la Xunta o su Consellería de Cultura a la calle Tabernas? ¿Cuándo editaron alguno de sus libros o su epistolario?”. En la calle Tabernas de A Coruña se encuentra la sede de la Real Academia Galega. El edificio también fue vivienda de la autora de Los pazos de Ulloa (1887) y en la actualidad alberga el grueso de su biblioteca, más de 7.000 volúmenes aún por catalogar. El resto, hasta un total de 10.000, está en Meirás.

La instrumentalización que señala Alonso también la percibe Helena Miguélez-Carballeira, catedrática de Estudios Hispánicos de la Universidad de Bangor, en Gales. “Entiendo que esta es una estrategia para difuminar la imagen de Meirás como lugar del expolio, el pillaje y de la violencia franquistas en Galicia”, asegura, vía correo electrónico, “y reemplazarla por una en que la Xunta pueda seguir dando continuidad a su proyecto cultural identitario (estoy segura de que el proyecto memorialístico que ya planea el Estado intentará desarrollar, sin duda, otro modelo propio): una Galicia regionalizada en perfecta sintonía, e incluso contributaria, con el ideario nacionalista español”. La figura de Pardo Bazán sirve a la perfección como arma en esta batalla. La principal exponente de esa hipóstases del realismo que se llamó naturalismo, novelista de tremendo éxito en su época e inevitable en la historia de las letras españolas del XIX, fue además una intelectual pública de referencia, siempre presta a la intervención. Y sí, defensora de la igualdad de la mujer, por momentos radical, pero de manera condicionada por su clasismo.

“Tuvo una profunda vocación por participar en la esfera pública en un tiempo en que esto no le era dado a las mujeres”, se extiende Miguélez-Carballeira, “su manera de desarrollar un proyecto autorial de amplísima envergadura implicaba, en efecto, reclamar el principio de igualdad entre los sexos, pero emulando el ideal masculino”. Alonso Nogueira, que también destaca su feminismo y las dificultades con las que tropezó por su condición de mujer entre la élite literaria de la época, la sitúa políticamente: “Fue una liberal, pero una liberal reaccionaria. No es para nada democrática. Y aunque tenía una idea de la igualdad de género, para nada una de igualdad de clase”. Al fin y al cabo, considera, funcionó como una de las más emblemáticas intelectuales orgánicas del nacionalismo español, “muy beligerante con lo que entonces era el nacionalismo gallego”.

Emilia Pardo Bazán también pasó a la historia por sus relaciones con Rosalía de Castro, la monumental poeta cuya obra marcó el renacimiento de la literatura gallega a partir de mediados del siglo XIX. Y estas no fueron fáciles, sino marcadas por un profundo desacuerdo político. El discurso de Pardo Bazán a la muerte de Rosalía lo exponía crudamente: la poesía escrita en “lengua regional” tiene límites para su difusión e incluso de materia a tratar, y Follas Novas (1880) –una de las grandes obras de Rosalía de Castro, rebelde y compleja, fundacional– “repite quejas muy prodigadas en la enfermiza poesía lírica de medio siglo acá”. “Esa intervención condensa a la perfección su visión de Galicia como región cultural, sin legitimidad histórica para soñar un proyecto de soberanía política, aberrante para Pardo Bazán”, desgrana Miguélez-Carballeira, “pero perfectamente apta como campo cultural subsidiario al español, en el que ensayar poesía lírica, viñetas costumbristas y novelas desfasadamente románticas”. Exactamente contra esta concepción sumisa se ha desplegado la historia político cultural del galleguismo desde entonces hasta la actualidad.

“Rosalía defendía una cultura subalterna, plural”, de abajo; Pardo Bazán, “una cultura hegemonista, con ansias de homogeinización española”, acierta a resumir Alonso Nogueira, “y lo que hay entre ellas es una especie de lucha por la representación simbólica de Galicia”. Que ahora le viene al pelo a la Xunta de Alberto Núñez Feijóo para resignificar el Pazo de Meirás y hacerlo de la mano de una autora poco problemática para sus tesis ideológicas y culturales.

La consellería y los congresos

La ofensiva del Gobierno gallego para diluir el pasado franquista de Meirás se desató cuando, el pasado septiembre, una juez de A Coruña dictó la histórica sentencia que obligó a la familia Franco a ceder el pazo al Estado. La Consellería de Cultura no tardó en sumarse al anuncio de un “congreso internacional” sobre Emilia Pardo Bazán organizado por la Universidade da Coruña y dirigido por el catedrático José María Paz Gago. Lo curioso es que la Real Academia Galega llevaba meses preparando su propio seminario de especialistas, a cargo de José Manuel González Herrán y al margen de la batalla jurídica: la Academia lo había programado para el centenario de la muerte de la escritora el año que viene. En la presentanción del nuevo cónclave, hace apenas una semana, el secretario general de Cultura, Anxo Lorenzo, repitió el mantra al afirmar que “Meirás es más pardobazanista que franquista”. Se sumó a ello Paz Gago: “No tenemos que identificar Meirás con Franco sino con Pardo Bazán”. Será en septiembre de 2021.

“En Meirás hay dos memorias bien claras”, sostiene Emilio Grandío, profesor de la Universidade de Santiago implicado desde hace años en el rescate de la memoria del lugar, “una es rotunda: fuera de Galicia, en cualquier parte, Meirás significa franquismo. La otra es la de Pardo Bazán. No entiendo que una memoria deba excluir a la otra”. Grandío recuerda sin embargo que la movilización social que desembocó el 10 de diciembre en la entrega de las llaves fue “para retirar la propiedad a los Franco, no para reivindicar a Emilia Pardo Bazán”. La función de su profesión fue decisiva: el libro de sus colegas Carlos Babío y Manuel Pérez Meirás. Un pazo, un caudillo, un espolio (2018), editado por la Fundación Galiza Sempre -vinculada al BNG-, fundamentó buena parte de las argumentaciones.

Grandío estima que la sociedad gallega es “suficientemente madura” como para recibir versiones críticas de la historia contemporánea y que el Pazo de Meirás es un lugar idóneo para ello. Sería además único en Galicia: una de las primeras medidas del primer gobierno de Alberto Núñez Feijóo, allá por 2009, fue desmantelar el memorial antifascista de la Illa de San Simón, en la ría de Vigo, que había sido un campo de concentración franquista. Tal vez en sus palabras haya un eco del historiador italiano Enzo Traverso, que, a propósito de los debates recientes sobre leyes de memoria histórica, escribía: “Estas no encadenan el pasado ni penalizan su negación; simbolizan el reconocimiento de una responsabilidad histórica sin la cual una democracia no sería ni creíble ni sólida”.

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