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Ernesto Romero, el soñador que resiste con un cine en la Galicia despoblada y se escribe con el niño de 'Cinema Paradiso'

Ernesto Romero manipulando un proyector.

Alfonso Pato

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En plena era de la invasión de los multicines en centros comerciales, mantener una sala abierta en un pueblo de 1.500 habitantes es un acto de resistencia. Pero si en Leiro, en una zona despoblada en el corazón de la comarca vitivinícola de O Ribeiro, la resistencia pasa a ser, vista desde fuera, un ejercicio fascinante, entre la heroicidad y el milagro.

En 1983, hace 40 años, Ernesto Romero decidió cumplir el sueño que perseguía desde niño: construir donde nació un cine que también fuese su casa para vivir. Rodeado de viñedos, que sigue cultivando para hacer su vino y su aguardiente, la vida de este hombre, que ahora tiene 71 años, es un monumento al séptimo arte.

Trabajó como proyeccionista desde los 16 años, comenzó a coleccionar gramófonos, construyó su casa con un cine dentro, se hipotecó para instalar un proyector de 3D para ver Avatar y acabó escribiéndose con Salvatore Cascio, el actor que encarnó al niño Totò del mítico filme Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore, ganador en 1988 del Oscar a la mejor película de habla no inglesa. La relación entre un proyeccionista y un niño curioso que despierta su pasión cinéfila desde la cabina de proyección se convirtió en un clásico. Ambos personajes convergen en Ernesto Romero, por cuya vida de amor al cine podría planear todo el tiempo de fondo la conmovedora banda sonora que Ennio Morricone compuso para esta película.

“Su historia es muy llamativa. Ernesto es un resistente del cine, de la industria, un soñador que tiene un gran paralelismo con Totò”, explica Simone Saibene, el realizador italiano afincado en Galicia que prepara un documental sobre su vida. “Aunque Ernesto también tiene mucho de Fitzcarraldo”, añade Saibene recordando al personaje de la película de Werner Herzog, que a finales del XIX quiso construir un teatro para llevar la ópera al corazón de la selva amazónica.

El sueño de Romero, como el de Totò, comenzó siendo un niño. Leiro tenía tradición de cines desde 1928. Primero existió el cine Avia y después el Principal, en el que entró a trabajar en 1966, con apenas 15 años. Después se fue a Vigo, donde trabajó varios años como acomodador y proyeccionista en el antiguo Cine García Barbón y más tarde en el cine Cervantes de Vilagarcía. Acumuló experiencia, muchos recuerdos y desarrolló una irrefrenable pasión de coleccionista. “Conocí a muchos artistas que me dedicaban fotos y también comencé a coleccionar viejos gramófonos”, recuerda Ernesto, que en varias décadas ha acumulado más de un centenar de objetos. Guarda fotos dedicadas de artistas como José Sazatornil Saza, Lina Morgan, Irene Gutiérrez Caba, Antonio Machín o Rafaela Aparicio, a la que iba a buscar sus medicamentos para paliar sus achaques.

A principios de los 80 decidió que era el momento de regresar a su pueblo y culminar su sueño. “El arquitecto tenía una idea pero yo, en mis horas libres de proyeccionista en el García Barbón, pensaba el boceto y sabía lo que quería: un cine cómodo y fácil de atender, con solo una o dos personas”, rememora Romero, que incluso instaló como taquilla la ventanilla original que se trajo del García Barbón.

En 1983 abrió el Novocine Leiro, con 144 butacas. El municipio tenía en aquella época cerca de 3.000 habitantes. En cuatro décadas, la sangría demográfica ha dejado el pueblo en apenas 1.500 vecinos. Ahora casi el 10% de la población podría entrar en su sala. “El colegio tenía entonces casi 350 chavales que venían mucho al cine y ahora debe rondar los 70 niños”, lamenta Romero desde su sala, en cuyo ático tiene su particular museo.

Casa, cine y museo

“Casi no hay fronteras entre su casa y el cine. Su casa es su cine, como si el cine tomase su vida y se apropiase de él”, explica Simone Saibene, que ha buceado en el singular museo esparcido por toda la vivienda: las fotos firmadas, las viejas máquinas de proyección, los gramófonos y pianolas cuyas teclas tocan solas, como en los salones de las películas del salvaje oeste.

Saibene reside en Ourense y llegó a Galicia en 2006, interesado por el cine gallego, sobre el que acabaría haciendo una tesis. El realizador y productor está ahora en una fase de recopilar toda la información que Ernesto Romero guarda ordenadamente y en la búsqueda de financiación para el documental, de título provisional Cine Paraíso Leiro, que realizará con su productora Noveolas y espera tener listo a finales de este año. “Su casa es también un museo. Hay un gran legado y debe darse a conocer para que no se pierda. Mi intención es tratarlo de forma coherente, respetuosa y digna”, anticipa.

Romero es, además, un manitas paciente que arregla piezas que compra en América y otros países de Europa y después vende. Incluso ha hecho una maqueta de su propio cine en la que logró proyectar una secuencia de Casablanca, una de sus películas de cabecera. Con un pase privado de esta película para sus amigos celebró sus 50 años trabajando en el mundo del cine. “Antes los actores tenían un aura de leyenda que se ha ido perdiendo: Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Errol Flynn, Clark Gable”, enumera con nostalgia.

En su cine recupera filmes míticos como La conquista del Oeste, Rebeca, Psicosis , Lo que el viento de llevó o los filmes de los hermanos Marx. A veces incluso los proyecta para verlos en solitario en su cine.

El empeño en la tecnología 3D

Un punto de inflexión en la vida de Ernesto y su cine, todo uno, fue la llegada de la tecnología 3D. Aunque estuviese en medio de la nada, no quiso quedarse atrás. En 2010, James Cameron revolucionó el mundo del cine con Avatar y Romero se propuso instalar la nueva tecnología. Pero había un problema: costaba 50.000 euros y él no los tenía.

“Intenté pedir un préstamo a muchos años para pagar poco, pero por la edad ya no me lo daban. Tuve que poner de respaldo la casa, además del apoyo de mi hermano como aval”, explica. La proyección de Avatar fue el mayor éxito en la historia del Novocine de Leiro. Estuvo dos meses y medio en cartelera y pasaron por la sala unas 7.000 personas. “Fue increíble. Salimos hasta en los telediarios. Había colas de tanta gente que vino al pueblo. La idea salió muy bien y pude pagar todo”, explica.

También tuvo reveses. “Unos años después hubo un problema con la corriente, el proyector se fundió y el seguro no quiso cubrirlo. Tuve que pagar otros 35.000 euros por un proyector nuevo”, cuenta. En esta ocasión tuvo que recurrir al patrimonio familiar. “Tenía una finca muy bonita con un viñedo y un molino y la tuve que acabar vendiendo por 24.000 euros”, confiesa, pero evita el cálculo de las películas que ha programado para amortizar los proyectores: “Prefiero ni pensarlo”.

La relación con el Totò de Cinema Paradiso

Hasta la irrupción de la pandemia, proyectaba más de 200 películas al año. Tras el cierre temporal obligado, el Novocine reabrió con su película de referencia, Cinema Paradiso. “No se había filmado la película y yo soñaba con ser ese niño. Yo sé que mi vida es muy paralela a la de Totò, el niño protagonista”, reflexiona. Un día decidió ponerse en contacto con Salvatore Cascio, el mítico actor que interpretó a ese niño y que ahora tiene 43 años. “Lo localicé por Facebook, contacté con él y ahora nos escribimos. Yo le mando cosas donde me comparan con el niño Totò y él me da las gracias y me envía entrevistas y reportajes. Salvatore me dice que va mucha gente a visitarlo”, relata Romero, que usa un corrector para traducir las frases que le envía en italiano desde Palazzo Ariano, el pueblo de Sicilia donde se rodó la película, en el que sigue viviendo y en el que existe un museo sobre ella. Salvatore hace tiempo que se apartó del cine y vive de gestionar un supermercado y un negocio hostelero.

En mayo, el Novocine celebrará los 40 años y, como en los grandes momentos, no faltará un pase de Cinema Paradiso. ¿Y si invitase a Totò a Leiro? “Claro que me gustaría invitarlo, pero eso supone disponer de un dinero que yo no tengo”, dice, en parte por la incertidumbre que le plantea una operación de la que está pendiente y le supondrá unas semanas de baja. Tiene un empleado con el que mantiene el cine, pero él se ocupa de contratación, devolución y promoción y una persona sola no podría abrir el cine.

Con 71 años, piensa en cuál va a ser el futuro de su cine y de su museo, pero no lo tiene claro. “Tengo la cabeza hecha un lío, pero me gustaría que alguien pudiese escribirme un libro sobre todo esto”, afirma. “Ernesto es una especie de hombre solitario. El proyeccionista ante las películas que proyecta, ese hombre que habita la sombra de las sombras es lo que me gustaría mostrar”, confiesa Simone Saibene, que concluye resumiendo su vida: “En su cine, Ernesto cumplió su sueño”.

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