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Cómo Woody Allen acabó poniendo su voz y produciendo un cortometraje realizado desde un pueblo de Galicia

Xosé Zapata (izquierda), Woody Allen y Lorenzo Degl'Innocenti

Alfonso Pato

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En Arzúa, un pueblo a poco más de 30 kilómetros de Santiago de Compostela, vive Xosé Zapata, un productor y director de cine tan aficionado al ajedrez que hasta impulsó el club local. A Zapata, un resistente de largo recorrido en el cine gallego, se le ocurrió escribir el guion de un cortometraje alrededor del ajedrez y tuvo una idea peregrina: mandárselo a Woody Allen y proponerle participar en su película. Al fin y al cabo, sabía que compartía con Allen su pasión por el ajedrez, que plasmó en muchos de los protagonistas de sus filmes, y que no tenía nada que perder. “Fue alucinante cuando me dijo que le interesaba, que aceptaba ponerle la voz y que además iba a ser coproductor. A mí aún me cuesta decir que me va a producir Woody Allen”, explica todavía algo incrédulo Xosé Zapata, antes de contar con detalle la sorprendente historia de como este controvertido actor y director de 87 años, mito viviente del cine, acaba aceptando participar en La silla de Fischer, un corto concebido en un pueblo de Galicia.

“Allen es más que una persona famosa. Es otra cosa, es un mito. No es como si pusiesen la voz en un corto Luis Tosar o Javier Bardem, que podría ser factible, pero esta es una colaboración que nunca había sucedido, porque Woody Allen ni hace cortos, ni colabora en ellos”, contextualiza Zapata. El director pensó que le podrían unir un par de lazos con el cineasta americano: el ajedrez y la admiración por Bobby Fischer, leyenda de este deporte a partir del que surge su guion, sobre el mítico campeonato del mundo que en 1972 enfrentó en Helsinki a Fischer y al ruso Boris Spassky.

“Pensé que Fischer tenía varios puntos en común con Allen, como su procedencia de una familia judía de clase media asentada en Brooklyn”, explica sobre La silla de Fischer, un corto que había nacido con intención de convertirlo en un largometraje. En 2022, Zapata presentó un avance de lo que iba a ser una película alrededor de Arturito Pomar, el niño prodigio del ajedrez español. En 1944, con solo 13 años, Pomar firmó tablas con el entonces campeón del mundo, Alexander Alekhine y el franquismo se apropió de él para convertirlo primero en una gloria nacional, ensalzando su figura través del NO-DO, y después apartarlo como cartero en una oficina de Correos. Su historia está contada en el libro El Peón de Paco Cerdá, del que Zapata había negociado sus derechos y pensado en hacer un cortometraje de animación antes del asalto al largo.

Hasta que sucedió algo impensable: por el medio se cruzó Woody Allen. “A veces pasan estas cosas, por el medio cogió otro vuelo y una proyección más internacional”, indica el director y productor. Xosé Zapata no es ningún recién llegado a la industria del cine, que conoce bien, y quizá por eso no deja de sorprenderle todavía más que una figura como Allen aceptase participar en su cortometraje. En 2022, Zapata y el italiano Lorenzo Degl'Innocenti ganaron el Goya al mejor cortometraje de animación por su obra The Monkey. En aquellos Goya triunfó El buen patrón, de Fernando León de Aranoa y allí, entre bambalinas, Zapata comenzó a urdir un plan. La productora de Fernando León, The Mediapro Studio, había realizado varias películas con Woody Allen, desde que comenzaran con Vicky Cristina Barcelona, y al productor y director gallego se le ocurrió pedirles un contacto para acceder a Woody Allen.

“Me pusieron en contacto con Helen Robin, que es la productora principal de Allen desde los años ochenta, de las primeras que sale siempre en los créditos de sus películas, y le envié el guion”, explica. En pocos días, Robin envió su respuesta: Woody Allen estaba interesado en el proyecto. “Pensaba que la voz en off de Allen podría encajar en el corto, pero de ahí a que aceptase... Creo que entramos en estado de shock con la respuesta. No sabíamos qué hacer y tardamos tanto en responder que acabaron enviando un segundo mail. Nos pedían que le enviásemos las condiciones económicas”, narra Zapata sobre los vaivenes del proceso. “¿Qué condiciones? ¿Cómo vamos a tener dinero para pagarle a Woody Allen? Si yo tengo un Goya pero en el fondo soy un pringao. Les respondí que aquí la financiación era muy baja y que no podíamos pagarle”, añade. Por poner un ejemplo, en América se pueden invertir en un cortometraje de animación hasta dos millones de dólares, y The Monkey, la producción con la que Zapata ganó el Goya, tuvo un presupuesto de alrededor de 150.000 euros.

La productora de Allen agradeció su sinceridad y respondió que esas “condiciones” serían muy difíciles de aceptar. Zapata creyó que la aventura había llegado a su fin, en un momento además en el que Allen estaba muy ocupado con el rodaje en París de su nueva película Un golpe de suerte. Pero el título de la película acabaría por ser premonitorio. Unas semanas después del último mail, les escribieron de nuevo con una respuesta aún más sorprendente: Woody Allen había dado la orden directa de hacerlo. Le gustaba el proyecto. El dinero no iba a ser un problema y, además, el director neoyorkino figuraría como productor del proyecto.

“La propuesta era un off muy de su estilo, de unos siete minutos y con un tono cómico, sobre un suceso muy comentado en la partida del campeonato del mundo de ajedrez de 1972”, avanza Zapata. Ese año, Bobby Fischer y Boris Spassky se enfrentaron en una partida que centró la atención mundial en plena Guerra Fría. Era el órdago de un ídolo americano emergente, Fischer, a un icono soviético, Spassky, heredero de la hegemonía ajedrecística mundial que Rusia había ejercido desde los años 40. Era la máxima expresión del enfrentamiento entre comunismo y capitalismo aunque, paradójicamente, Spassky manifestaría después que detestaba el comunismo y Bobby Fischer era hijo de una activista comunista fichada por el FBI.

Fischer, un tipo tan peculiar como maniático, trajo su propia silla de diseño para la partida, y los rusos consideraron que emitían ondas malignas que dañaban los reflejos de Spassky. La discusión terminó con una surrealista “autopsia” a esta silla, en la que solo se encontraron dos moscas muertas, y finalmente el americano vencería rompiendo la hegemonía soviética.

En 1972, año de esta legendaria partida, Woody Allen ya era una celebridad que había dirigido cinco películas y seguramente había seguido de cerca esta historia que había sido muy mediática en su época. Tras aceptar su participación en la película, a Zapata y su equipo les quedaba lo mejor: encontrarse con Allen en Nueva York para proceder a la grabación de su parte. “La semana anterior no pude dormir de tanta tensión, ni se lo dije apenas a nadie. ¿Quién me iba a creer si le cuento que voy a Nueva York a dirigir a Woody Allen para un corto mío?”, bromea Zapata sobre su aventura.

No es fácil franquear la barrera del reducido círculo de confianza de Allen, que le crea un caparazón para protegerse y custodiar su intimidad. Las acusaciones de abuso sexual vertidas por su hija Dylan Farrow, fruto de su relación con Mia Farrow, que Allen siempre ha negado, han provocado numerosos desencuentros con diversos medios de comunicación y un filtro exhaustivo para acercarse a él. “Solo pudimos ir un máximo de tres personas y no se pueden grabar imágenes de vídeo. No nos permitieron hacer un making-of en vídeo de la grabación, solo alguna foto”, explica Zapata sobre este encuentro que tuvo lugar en el mismo estudio de Nueva York donde Allen hace las pruebas de proyección de sus películas.

El director gallego, junto al italiano Lorenzo Degl'Innocenti y un técnico de sonido neoyorquino, caminaban al encuentro de Allen por unos corredores llenos de antiguas latas de película. “Íbamos viendo latas con títulos como Hanna y sus hermanas, y pensando que estábamos en un templo mítico del cine”, rememora sobre una grabación de la que nunca podrá olvidar el momento en el que Woody Allen apareció ante ellos.

“Al verlo me quedé traspuesto. Es un mito, durante unos segundos no sabes qué decir. Yo estaba aterrado, tenía que dirigir a Woody Allen y no sabía ni lo que le iba a decir ni cómo iba a reaccionar él”, recuerda Zapata sobre este momento que nunca olvidará. Para continuar sumando sopresas, Allen se dejó dirigir, respetó al máximo el guion, se traía el texto perfectamente leído y obedeció a Zapata de forma disciplinada. “Hasta metimos sobre la marcha un poco de texto extra para poder trabajar después en el montaje y ni siquiera lo discutió, lo sumamos sin problema. No cambió ni una coma”, alaba Zapata del cineasta de Manhattan, del que notó que el corto y la historia le interesaron, “pero ese día estaba apurado porque iba a presentar a sus amigos el primer montaje de la nueva película Un golpe de suerte.

Al regreso de Nueva York, Zapata envió a la productora de Allen la primera muestra del cartel del cortometraje La silla de Fischer y, de nuevo, recibió indicaciones. A Allen le pareció que su nombre destacaba demasiado y estaba demasiado grande y pidió reducirlo. “A mí esto me da esperanzas como ser humano y como creador. No te produce por lo que eres, sino porque le gusta el corto que estás haciendo. Al final hay gente que se lee los proyectos e incluso les interesan”, reflexiona Zapata sobre el proceso de su encuentro con Woody Allen. Mientras sigue trabajando en su corto, que estará listo a finales de 2024, Xosé Zapata combina su vida de director y productor con sus partidas de ajedrez con el club de Arzúa, emulando a Fischer o Spassky. Ahora ya sabe que de Woody Allen se puede esperar cualquier cosa. Todo menos acudir a los Oscar si el cortometraje fuese elegido finalista. Porque como ha declarado con su sarcasmo habitual, hay una razón que nunca le permite asistir a los Oscar: siempre le coinciden tocando el clarinete en una actuación de su grupo.

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