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Daniel Salgado

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Colores chillones, saturados, en tipografías al borde la ilegibilidad, que se derriten o se hinchan, que se deslizan, y anuncian músicas para ampliar la percepción, con imágenes descontextualizadas y sin embargo pertinentes. Revolucionario a finales de los 60 y hoy prácticamente un lugar común, el diseño gráfico asociado al universo psicodélico estadounidense tiene uno de sus más importantes creadores en un gallego de nación: Victor Moscoso. “Es el Picasso de un característico género gráfico del rock estadounidense, el póster psicodélico”, llegó a afirmar Steven Heller, director de arte en el New York Times. La Fundación Seoane de A Coruña acoge la primera muestra antológica de su producción artística, comisariada por David Carballal.

“Sus carteles y sus cómics están en la historia visual del siglo XX”, no duda en afirmar Carballal. Fue sobre todo su trabajo con los afiches para algunas de las ahora legendarias figuras del rock yanqui el que, en opinión del comisario, “puso patas arriba el diseño moderno”. Sucedió apenas en dos años, entre 1966 y 1968 en San Francisco (California). Moscoso acababa de cumplir 30, había estudiado en la prestigiosa escuela Cooper Union de arte pública y más tarde en la Universidad de Yale, y había recibido clases de Josef Albers, miembro de la Bauhaus. “Los carteles de Moscoso hicieron por el diseño gráfico lo que bandas de San Francisco como Grateful Dead, Jefferson Airplane o Big Brother & the Holding Company hicieron por el rock: subieron el volumen”, sostiene Heller.

Pero la historia había comenzado en una pequeña aldea de A Coruña, Vilaboa, donde Moscoso nació apenas 10 días después del golpe fascista contra la II República. Al poco tiempo se trasladó a Oleiros, al otro lado de la ría de O Burgo. Allí residió con su madre y sus abuelos. Su padre, hijo de emigrantes gallegos en New Jersey, acababa de exiliarse en Estados Unidos, amenazado por falangistas. En 1940, un Moscoso de cuatro años y su madre se unieron a él vía Lisboa. Atravesaron el Atlántico en el buque Saturnia y se instalaron en Brooklyn. Proletariado migrante -pintor de casas y costurera-, los padres del artista se arreglaron sin embargo para que estudiase en instituciones de relieve. También quería ser pintor, pero de caballete.

Al Moscoso estudiante de artes lo conmocionaron en aquellos años cincuenta dos exposiciones, una de Toulouse-Lautrec -el post impresionista que retrató la vida nocturna de París- y otra de Kurt Schwitters -el salvaje dadaísta alemán-. Lo que no le atraía tanto era el expresionismo abstracto, entonces dominante en la Costa Este. “De alguna manera, él se marcha a California detrás de la escuela pictórica de la Bahía, figurativa y alejada del expresionismo abstracto”, considera Carballal, autor de un extenso y documentado ensayo biográfico sobre Victor Moscoso incluido en el catálogo de la exposición. Al otro lado de los Estados Unidos también vivían los últimos beatniks originales. Frecuenta la librería City Lights, del poeta Lawrence Ferlinghetti y sede de la editora del mismo nombre que publicó el estruendoso Aullido de Allen Ginsberg. Allí, donde continúa viviendo a los 85 años y sin apenas conceder entrevistas, asistió a la eclosión del hippismo, una inflexión en su vida.

Antes, en 1965, visitó el país natal. “Viaja con su hermano y pasan un mes en Oleiros (A Coruña), en casa de los abuelos. Les ayudan a restaurar el hórreo y aprende a hacer pan de broa [pan de maíz típico de Galicia y el norte de Portugal]”, cuenta divertido Carballal, “cuando estábamos preparando la expo, me explicaba también cómo hacer pan de broa. ¡Un maestro psicodélico explicándome como hacer pan de broa!”. Su vínculo con Galicia se mantiene. En la inauguración de la muestra, titulada Moscoso Cosmos: o universo visual de Victor Moscoso, el pasado abril, se personaron más de una veintena de sus parientes gallegos. Él no pudo viajar debido al coronavirus, pero intervino mediante videoconferencia.

A su regreso del periplo europeo -además de Galicia, visitó Roma: “Quería ver La pietà, pero también las mayúsculas romanas en la columna de Trajano”-, todo estalló. Estalló en colores fuertes, música estridente (para los estándares de la época), pelos largos, una apología algo ingenua de la libertad, otros mundos posibles y los paraísos artificiales. Entonces se acercó a la comuna Family Dog, que acababa de convertirse en promotora de conciertos. Para ella realizó algunos de sus más célebres carteles, con anuncios de conciertos de la Steve Miller Band, el bluesman Junior Wells, The Grassroots o los míticos Grateful Dead, comandados por su compadre Jerry Garcia, por cierto descendiente de gallegos por vía paterna.

La primera imagen pública de Janis Joplin

“Es una explosión brutal, rompedora”, dice Carballal, que sintetiza los elementos aportados por Moscoso al diseño gráfico: la ilegibilidad como recurso gráfico; el uso de colores complementarios, hasta entonces descartado; contraste cromático y no lumínico; o el empleo de imágenes descontextualizadas. De su mano la imagen de Janis Joplin apareció por primera vez en público. Y unos totalmente desconocidos The Doors -solo habían publicado un single, el después célebre Break on through- avisaban de que tocarían en San Francisco. “Entre 1966 y 1972, Moscoso se encuentra en estado de gracia”, añade el comisario, “y entra también en el cómic”. Lo haría a través de otra iniciativa mítica del underground estadounidense, la revista Zap Comix.

“En Zap inaugura una narrativa innovadora, con historias circulares, sin personajes, cercana a los experimentos de Escher”, sostiene. Y trata a Gilbert Shelton o Robert Crumb en una publicación satírica e irreverente, autogestionada, en la que los editores eran los dibujantes y cuyo último número se publicó todavía en 2014. Aquella época la compatibilizó con el trabajo como portadista de discos. Su pieza cumbre en el género es tal vez la máscara africana que creó para Head Hunters (1973), el visionario elepé en el que Herbie Hancock alió jazz africanista y funk protoelectrónico. Pero también facturó cubiertas para su amigo Jerry Garcia, la Steve Miller Band o Steve Cropper, guitarrista residente de Stax.

Aunque realizó encargos publicitarios -para Levi's, por ejemplo-, dibujó en revistas como Rolling Stone o Chic, de Larry Flynt, y en los 80 fue redescubierto por bandas pop como Talking Heads o Siouxsee & the Banshees -para las que diseñó afiches o fundas interiores de elepé-, el núcleo estético de su obra es el que creó en los días psicodélicos. De ello vivió. Nunca quiso montar una agencia para vender su obra. Ni entró en galerías. Ni quiso saber nada de las nuevas tecnologías. Como un dinosaurio del hippismo, afirma David Carballal. “Su obra de los sesenta dejó a todo el mundo con la boca abierta. Ganó su puesto en la historia. No hace mucho, una publicación especializada los consideraba uno de los 50 diseñadores más influyentes del siglo XX. Se ha convertido en un mito”, concluye el comisario de una muestra que estará hasta octubre en A Coruña y después viajará al Museo de Arte Contemporánea de León (Musac) y al Centro Niemeyer de Asturias.

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