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En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Las últimas semanas de mi padre: de no perder la esperanza a no poder despedirnos y llorar a los pies de la cama

Escudero: Se envió por error protocolo de derivación de ancianos a hospitales

Dani Fernández Bravo

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Nunca nadie sabe cuándo va a ser la última vez que hace algo: dar un beso, un abrazo, decir 'te quiero'. Las rutinas te roban ese tipo de reflexiones. En nuestro caso, papá, la última vez que nos vimos fue el 4 de marzo.

Ese 4 de marzo ya fui a verte al hospital con mascarilla, ya te dije que trabajando en Torrejón de Ardoz era lo mejor. No sé si recuerdas que te comenté que ya en aquella época Torrejón era un foco de coronavirus descontrolado; me mantuve a distancia durante toda la tarde. Ni si quiera nos besamos, ni un simple abrazo te quise dar.

Creo recordar que esa última tarde comentamos una noticia del telediario en la que un periodista explicaba que la COVID-19 era como una gripe; ¿quién iba a pensar lo que se avecinaba, verdad? Esa última vez me despedí llevándome la mano a la mascarilla y lanzándote un beso al aire; tú, desde la cama, me lo devolviste arrugando los labios como si fueses a silbar y esbozando una sonrisa, no pudiste levantar el brazo para imitarme. El día 9 de marzo empezaron a limitar las visitas en el hospital y el día 16 las restringieron por completo: a partir de ese día ninguno de nosotros pudo estar contigo. 

La última vez que pisaste la calle fue poco después de mi cumpleaños, a finales de noviembre. Ingresaste en el hospital por una bacteria que se había quedado anclada en la válvula de tu corazón y que te producía infección. ¿Recuerdas esos primeros días de ingreso? Los médicos se mostraron muy optimistas, pensaban que siguiendo un tratamiento antibiótico durante seis semanas mejorarías y que podrías regresar a casa. Pero ese optimismo se truncó un 18 de diciembre, el tratamiento no funcionó como ellos pensaban y la operación de corazón era la única solución. Te operaron el 26 de diciembre, recuerdo tu mirada de miedo y los ojos acuosos cuando te despedías de nosotros a las puertas del quirófano. La operación no salió bien.

Ese 26 de diciembre comenzó tu lucha, una lucha infatigable por sobrevivir. Los médicos no daban crédito de cómo superabas las situaciones más complicadas, daba igual que tuvieses medio corazón paralizado, que te atacara una neumonía, o que te descubrieran una infección que no sabían de donde procedía; de todos los escollos, incluso de los más difíciles, salías victorioso.

Fueron semanas de dolor, de angustia y de esperanza y, tras cincuenta días y gracias a los maravillosos profesionales que te atendieron, por fin, saliste de la UCI. Qué feliz fuiste, ¿verdad? Otra prueba difícil superada. Saliste de la UCI desorientado, casi tetrapléjico después de tantos días sin moverte, y con diálisis por fallo renal, pero vivo y feliz.

Y los días empezaron a transcurrir con una infinita rutina, como a ti te gustan, sin sobresaltos, turnándonos entre mamá, mi hermano, la tía y yo para que nunca estuvieses solo. El 18 de febrero pasamos tu 72 cumpleaños todos juntos. Y parecía que mejorabas, salvo por las escaras de tus pies que te impedían levantarte, la movilidad la ibas recuperando poco a poco, y las noticias de los médicos eran cada vez mejores, tanto que a finales de marzo nos planteamos sacarte del hospital.

Todo estaba dispuesto ya para el alta médica, pero unas décimas de fiebre el 30 de marzo hicieron temerse a los médicos lo peor y hubo una última analítica para confirmar que tenías la COVID-19, creo que nunca lo supiste. Cuando me lo comunicaron no daba crédito: “Tu padre no se puede ir del hospital”, me dijeron al otro lado del teléfono, “tiene coronavirus”. Pensaba que esto no te iba pasar a ti, que te librarías después de todo lo que estabas luchado; pero la vida no entiende de justicia, tú siempre lo decías.

Las semanas posteriores fueron una montaña rusa emocional, con el hospital cerrado a las visitas, la congoja por recibir una llamada de los médicos que a veces nunca llegaba era insoportable. ¿Cómo tuviste que pasarlo tú, que estabas sólo en una habitación? Recuerdo un día que, hartos de esperar la llamada del médico, decidí llamar al hospital, y aunque no fue fácil contactar con alguien que te conociera, al fina lo logré. La enfermara poco nos pudo decir, lo único que recuerdo fueron su voz apremiante y sus palabras nerviosas diciendo: “Lo siento, lo siento, no puedo contactar con los médicos que llevan a tu padre, no se puede imaginar como está el hospital, esto parece la guerra, un hospital de campaña”.

A veces, algún día del fin de semana, alguna enfermera nos hacia una videollamada para que pudiéramos verte, seguro que lo recuerdas papá, se te iluminaba la cara de lo feliz que te ponías al vernos. En esas pocas videollamadas nos dejábamos la voz y las lágrimas diciéndote lo mucho que te queríamos y que todo iba a salir bien. Y parecía que así iba a ser. Tras una primera semana en la que parecía que estabas estable llegó una segunda en la que los médicos dejaron de ser optimistas y no lo veían claro. “Tu padre es un enfermo muy complicado”, nos avisaron, “con todas sus patologías previas cada día que pasa sus probabilidades se reducen”.

Esa segunda semana fue horrible, esperábamos pacientes y con una infinita tristeza la llamada de la médica para que nos permitiera ir a despedirnos de ti. Pero por suerte esa segunda semana pasó y tú seguías resistiendo como un héroe, y la llamada de la médica comunicando lo peor nunca se produjo. La tranquilidad nos inundó, empezamos a ver la luz al final del túnel, los médicos, al igual que los que estuvieron contigo los cincuenta días que pasaste en la UCI, no dejaban de sorprenderse; nos llegaron a decir que era increíble la capacidad de resistencia que tenías.

El día 17 de abril nos llamó una médica informándonos que la mejoría era palpable y que te vendría muy bien que fuéramos a verte un rato, aunque poco, para no contagiarnos, y que si queríamos podríamos ir a visitarte al día siguiente. No nos lo podíamos creer, que alegría más grande nos llevamos, después de más de un mes sin verte, por fin, íbamos a poder reencontrarnos. El mismo sábado por la mañana el médico nos llamó para confirmar la visita, y nos comentó que estabas muy contento y animado por poder vernos de nuevo; nosotros también estábamos así papá. Poco después, alrededor de las 14:30, llamaron a mi hermano: acababas de fallecer, una bajada de tensión ocasionada por la diálisis te había llevado para siempre. Cuando me llamó mi hermano no supe qué hacer, no me lo podía creer, de hecho, aún, después de un mes, sigo sin creerlo.

Nos dejaron pasar a la sala de diálisis donde habías fallecido, veinte minutos solamente. Parecía que estabas dormido papá, con tu mascarilla aún puesta y los dedos pulgar e índice de tu mano derecha apretados, como cuando te pones nervioso, parecida que en algún momento ibas a empezar a moverlos otra vez.

Esa sí que fue la última vez de todo papá, y no pudimos abrazarte, ni abrazarnos entre mamá, mi hermano y yo; y lloramos desconsolados a los pies de tu cama esos últimos veinte minutos que pasamos contigo.

Te quiero Papá.

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