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ENTREVISTA

Miguel Carranza Guasch, politólogo: “El sentimiento balear no existe”

Miguel Carranza Guasch.

Pablo Sierra del Sol

Eivissa —
3 de marzo de 2024 10:48 h

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Su tesis doctoral se centró en analizar por qué los habitantes de Mallorca, Menorca, Eivissa y Formentera no se sienten parte del mismo lugar. La bibliografía, la hemeroteca y las entrevistas personales le sirvieron para confirmar que en este archipiélago cada isleño se identifica con su isla. Dentro y, también, lejos de casa. No existe un todo, no hay visión de conjunto. Ese rasgo es una diferencia fundamental entre baleares y canarios. El trabajo de Miguel Carranza Guasch –politólogo, director general de Comerç del Ayuntamiento de Palma durante la pasada legislatura, profesor en la UNED y comunista– fue calificado con un excelente cum laude por la Universitat de les Illes Balears (UIB).

Este insularista nació a siete husos horarios de distancia de la tierra natal de su madre. Además de mexicano, se considera ibicenco: habla un catalán muy estándar, aunque salpicado de palabras ibicencas y con cadencia mexicana. Y se siente balear, quizás porque desde hace unos años vive en Palma. Carranza Guasch es uno de los expertos que participan en la Càtedra de la Insularitat de la UIB, impulsada por los geógrafos Joana Maria Seguí y Maurici Ruiz. Un ágora que nace para recoger y analizar datos relacionados con las peculiaridades que representa vivir en un territorio rodeado por el mar. “En el planeta hay cincuenta y cuatro islas o archipiélagos con una soberanía parecida o mayor a la de Balears. Pero cada caso es muy particular. En la conferencia inaugural de la cátedra se dijo: las islas tienen desafíos parecidos, pero no se solucionarán de la misma manera”, añade.

Para un ibicenco como usted, nacido y criado en Oaxaca, México, ¿cómo se convirtió el concepto de isla en una obsesión?

El friquismo, o el amor por el concepto de isla, parte del amor por Eivissa. Cada verano, cuando era pequeño, venía a ver a los abuelos, que vivían en Sant Llorenç de Balàfia. En mi tesis hablo del insularismo banal, una idea que viene del nacionalismo banal de Michael Billig. Pequeños detalles que se te van metiendo bajo la piel hasta crear tu identidad. Torrar sobrasada en la chimenea, comer el flaó que preparaba mi abuela, ir a la pastelería Can Vadell a comprar el ciriaco, el postre que se prepara el 8 d’Agost para nuestra diada, o que me cantaran canciones populares como Sa nostra ciutat d’Eivissa o Flors de baladre, con la tonada clásica, me fueron generando una vinculación con Eivissa. Vine a Barcelona a estudiar Arquitectura, pero la dejé al cabo de unos meses al ver que no era lo mío. Pasé un tiempo en Eivissa y, entonces, me decidí por Ciencias Políticas. Hice la carrera en la Universidad Complutense de Madrid y allí nadie estaba interesado en la insularidad. Me recuerda a lo que me contó después mi director de tesis, Sebastià Serra: cuando estaba en política con el Partit Socialista de Mallorca e iba a Madrid, la reacción era siempre la misma: “¡Pero si sois ricos en Baleares! ¡¿Qué tanto pedís?! ¡Si tenéis los yates de las fortunas más grandes del mundo en vuestras islas!”

En mi tesis hablo del insularismo banal, una idea que viene del nacionalismo banal de Michael Billig. Pequeños detalles que se te van metiendo bajo la piel hasta crear tu identidad

En 1983, el PIB per cápita de las Illes Balears era el segundo más alto de España. Ahora veinte provincias están por delante. Los ingresos anuales de un balear medio se quedan en poco más de 21 mil euros.

Con la problemática para encontrar vivienda que tenemos aquí. Los grandes índices son engañosos: en Balears viven grandes fortunas y desvirtúan los índices macro. A nuestras islas, por todo el mundo, se las ve como el caso de éxito del turismo y nosotros sufrimos ese éxito turístico. El monocultivo nos está ahogando.

A las puertas del Dia de Balears -el 1 de marzo- y días después de la muerte de Jeroni Albertí, el primer líder de Unió Mallorquina, le pregunto la cuestión que planteaba su tesis doctoral. ¿Por qué este archipiélago no tiene, como Canarias, un partido o coalición insularista con posibilidades de gobernar el Govern y tener diputados en el Congreso?

Hay un déficit identitario en el archipiélago. Eso provoca que no tengamos una voz en Madrid que no esté ligada a una disciplina partidista. Eso se ha visto recientemente. Por ejemplo, cuando PP y PSOE se han opuesto a que Formentera tenga un senador propio. También se vio con el Règim Especial de Balears (REB) que se aprobó en 1999. O con el de 2019. En ambos, las compensaciones del hecho insular son muy pobres, no se materializaron en regímenes fiscales exclusivos. Los dos textos son productos que no satisfacen las necesidades de nuestras islas. En las Illes Balears no hay partidos que articulen intereses comunes, interinsulares. Ahora tenemos a Vicenç Vidal, de Més per Mallorca, como diputado dentro de Sumar, pero es impensable que en otras islas voten a un partido o coalición mallorquinista. Proposta per les Illes, que ha tenido la voluntad de presentarse en todas partes, no ha llegado a nada porque el sentimiento balear no existe. En Canarias es muy diferente. Si a un canario, lejos de su isla, le preguntas de dónde es, te dirá de Canarias. Y luego ya especificará de qué isla es. Hacen más por la identidad de nuestro archipiélago los periodistas deportivos peninsulares que, cuando narran un partido del Paris Saint-Germain y coge la pelota [Marco] Asensio, dicen “el futbolista balear” que nosotros mismos, los habitantes de estas islas [ríe].

El sentimiento balear no existe. En Canarias es muy diferente. Si a un canario, lejos de su isla, le preguntas de dónde es, te dirá de Canarias. Y luego ya especificará de qué isla es

Recurro a una banalidad que, tal vez, diga mucho: al menos en Eivissa, encontraríamos más personas que supieran que en Canarias no se paga IVA que personas que supieran más o menos en qué consiste el REB.

Es curioso porque una encuesta de la Fundació Gadeso indicaba que la falta de financiación es una de las cuatro principales preocupaciones de los baleares… pero luego no tenemos claro en qué deberían consistir esas compensaciones que deberían llegar del Estado. Pasa lo mismo con el 1 de Març. Cuando viví en Eivissa durante una temporada trabajé como acompañante del autobús escolar. Era 28 de febrero y pregunté a los alumnos: “¿Sabéis por qué tenéis fiesta mañana?” Nadie sabía que era el Dia de les Illes Balears. Si ya partes de esa realidad, luego te encuentras con un gran desarraigo.

¿Esta comunidad autónoma es especialmente centralista? ¿Los dirigentes autonómicos relacionan Balears sólo con Mallorca?

No creo que en realidad sea tan centralista. La naturaleza física de nuestro territorio sí convierte al Govern en una institución lejana. Los consells insulares otorgan autonomía respecto a la isla central, pero, claro, luego hay que aplicarla. No es tan fácil resolver esta segunda insularidad, y menos con el peso demográfico que tiene Mallorca. A mí me encantaría que se hicieran más inversiones en Eivissa: no hay una infraestructura digna de transporte público. ¿Por qué nadie se ha planteado la posibilidad de crear una línea de tranvía y reducir el número de autobuses? A veces sueño con el monorraíl que en aquel episodio de Los Simpson construyen en Springfield [ríe].

El promotor del monorraíl dice una frase magistral en ese capítulo: “Un pueblo con dinero es una mula con un yoyó: nadie sabe de dónde lo ha sacado y que me aspen si sabe utilizarlo”. ¿Nos ocurre lo mismo a los baleares con el maná del turismo?

Sí. Tenemos capacidad económica, pero no cae en las manos adecuadas. Aceptar la insularidad no es tarea fácil.

¿Qué es aceptar la insularidad?

Aceptar que se vive en un territorio finito que condiciona nuestra sociedad. Las islas, tradicionalmente, sufren sangrías continuas de población, un concepto que estuvo explicando [el sociólogo maltés Godfrey] Baldacchino en la primera conferencia de la Càtedra de la Insularitat. Eso mismo ocurría en Balears hasta que el turismo volteó la situación. Ahora hay súper población y eso lleva al peninsular a percibir todavía menos la falta de recursos públicos que sufrimos: en su cabeza, estas islas son lo contrario a la España vaciada. Es difícil que en un lugar donde puedes desplazarte en coche al hospital entiendan los problemas que puede tener un enfermo de cáncer al que le cambian el oncólogo constantemente. Como ocurre en el hospital ibicenco de Can Misses.

Ahora hay súper población y eso lleva al peninsular a percibir todavía menos la falta de recursos públicos que sufrimos: en su cabeza, estas islas son lo contrario a la España vaciada

Dice que desde Madrid no se entienden las Illes Balears, pero hay baleares que mandan mucho en Madrid. Francina Armengol, durante sus mandatos en el Consolat de Mar, habló bastante sobre los problemas que produce la superpoblación. Ahora es presidenta del Congreso de los Diputados, como lo fue en su momento el también socialista Félix Pons.

Tampoco podemos olvidarnos de que [Abel] Matutes [Juan] fue ministro de Exteriores y que su familia mantiene una relación muy directa con el poder estatal. ¿En qué desemboca la superpoblación? En insuficientes servicios públicos. Desde las fuerzas y cuerpos de seguridad hasta el número de maestros y profesores. Por no hablar de los recursos: seguramente este verano habrá cortes de agua por la sequía. Poner límites es necesario, pero no se puede limitar si no hay compensaciones. Por eso defiendo tanto la compensación insular, pero necesitaríamos un observatorio para calcular los costes que conlleva vivir en una isla. Es algo de lo que todos los partidos hablan en campaña, pero luego, después de las elecciones, no ponen sobre la mesa. También me refiero a Unidas Podemos, a los que he sido muy cercano como miembro de Esquerra Unida de les Illes Balears.

En Eivissa nunca ha habido un diputado ibicenquista en el Parlament balear, a no ser que se presentase en una lista conjunta con el PSOE. ¿Por qué?

Por las redes clientelares que los caciques ibicencos han implantado en la isla, que siempre han tendido al conservadurismo. Ahora con el Partido Popular, hablemos claro. Hacen suyas ciertas tradiciones: si pasabas al blanco y negro un vídeo de las últimas Festes de la Terra, parecía que estabas viendo un NO–DO [ríe]. Darle tanto poder a estas redes clientelares condiciona el pensamiento político: “Si quiero pintar algo, debo estar dentro de este sistema”. La respuesta va por ahí.

Además, nuestra comunidad autónoma es la que tiene más habitantes nacidos fuera del territorio. Ese efecto se pronuncia en Eivissa, donde muchas personas llegaron para trabajar pensando que algún día volverían a sus lugares de origen. Eso provoca, por ejemplo, que la participación electoral sea mucho más baja en las elecciones municipales e insulares que en las generales. Y la exportación del voto: además de no sentirse representados por instituciones que no conocen, los baleares de origen migrante suelen votar a partidos estatales, PSOE o PP. Como politólogo, es mi debilidad observar esos fenómenos. He estudiado mucho a John Taylor, quien afirma que a mayor identidad, mayor participación electoral. Y ya lo sabemos: nuestras islas son uno de los territorios del Estado donde menos movilización social hay.

Algo que se acusa todavía más en el caso ibicenco. Es ilustrativo que mientras los payeses mallorquines y menorquines están participando de las protestas agrarias, en Eivissa no ha salido un solo tractor a manifestarse.

Todos esos elementos, propios de una democracia fuerte, no se dan aquí.

¿El miedo a decir en público lo que se piensa es un rasgo insular? 

Ya se sabe: pueblo chico, infierno grande. Todo el mundo sabrá lo que haces o dejas de hacer. Es aplicable a todas las islas pobladas del mundo.

Hace un siglo, Antoni Maura, quizás el político balear que más poder ha tenido en España, definió esa ley del silencio con una frase críptica: “Naltros som naltros”. Nosotros somos nosotros. Guillem Martínez en un artículo para CTXT la explicó así: “Las culturas (...) sin Estado, antiguas, viejas (...) han sobrevivido hasta el siglo XXI traicionando: era su único recurso. Para lo que necesitan una cultura extrañísima, repleta de espejos, que impida ver la traición. Nosotros somos nosotros. (...) No hablamos. Nos miramos y nos reconocemos”.

Creo que Maura tenía mucha razón en lo que quería decir. En inglés existe una palabra que deberíamos adaptar al castellano y catalán porque no tiene traducción: islandness. Quiere decir, más o menos, eso que dijo Maura, que en las islas nos conocemos todos. Por eso, la asimilación de la insularidad no es fácil para quien viene de fuera.

¿Esa dificultad se debe a que la población que está más enraizada es racista? ¿Excluye al diferente? ¿Lo deja estar pero no ser?

¡No! Porque otra característica que define a las islas es que siempre han llegado foráneos. El mar no es una frontera, sino nuestra Historia. Hemos vivido de una manera cosmopolita desde que hay barcos. Mientras que hay pueblos en Castilla que no han visto extranjeros, o gente de otras partes de España, en un montón de tiempo.

Pero esos elementos compartidos no crean comunidad. El recelo, y desapego, de las islas más pequeñas hacia la isla grande están ahí desde hace mucho tiempo.

Los medios de comunicación, ya desde finales del siglo XIX, han contribuido a construir esta realidad. Hay mucha hemeroteca en mi tesis y en los periódicos ibicencos de entonces ya se reflejaba esa rivalidad con Mallorca, y el agravio de sentirse maltratados por un reparto injusto de los recursos. Pero podemos ir más atrás. Hice bastantes entrevistas de vida e ibicencos muy mayores, hablándome de su abuelo o bisabuelo, me decían que comerciaban mucho más con Valencia que con Mallorca. La distancia entre islas y con el continente es un factor fundamental para definir la identidad insular. Y muchas zonas de Eivissa están más cerca de la costa valenciana y alicantina que de Mallorca.

La Historia está llena de particularidades pitiusas. La conquista catalana de Eivissa y Formentera, con Guillem de Montgrí, fue independiente de la mallorquina. La primera gran civilización que hubo en Balears, fenicios y cartagineses, sólo se desarrolló en las Pitiüses, que siempre han seguido un camino propio. Y, sin embargo, en la II República, nos quedamos sin Estatut d’Autonomia por culpa de Menorca, que también tiene un carácter muy particular por el siglo de dominación británica. Los políticos mallorquines e ibicencos llegaron a un acuerdo rápidamente para redactar un proyecto de estatuto, planteando la idea de que Balears era un estado federado a la República española. Pero los menorquines no acudieron a la reunión donde tenía que aprobarse el texto. Nos quedamos sin ser nacionalidad histórica. Esas reticencias siguen presentes. Hace dos legislaturas, cuando se debatió y aprobó la Ley de Capitalidad de Eivissa, Més per Menorca fue el único partido que votó en contra.

La semana pasada, en la cuenta de X de la Federació Balear de Balconing, donde se ironiza con uno de los problemas más evidentes que causa el turismo de masas en Balears, había quien preguntaba por qué en Menorca no se cayó el año pasado ningún turista desde el balcón de un hotel. La respuesta fue clara: “Hay menos hooligans”.

[Ríe] También lo creo. Los menorquines lo han hecho diferente al resto. Desde los años noventa tienen medidas más proteccionistas del territorio. Menorca debería ser el espejo donde mirarnos.

Es la única isla donde el catalán sigue siendo la isla mayoritaria. En Mallorca se cumple la media balear: por cada catalanoparlante hay dos castellanoparlantes. En Eivissa la diferencia es todavía más acusada: uno a tres. ¿Tú cómo lo aprendiste?

Me enseñó mi abuela. Mi madre no nos hablaba en catalán. Tenía el complejo de que, viviendo en México, su lengua no le serviría de nada a sus hijos. Una idea errónea, pero, desgraciadamente, ella pensaba así. Me lo reconoció después. Es verdad que esa pérdida de la lengua no se da tan fuerte en Mallorca y, sobre todo, en Menorca. Los ibicencos, en general, quieren poco a su lengua. Tiene mucho que ver, creo, la imagen que algunos medios han dado de Catalunya. Hay gente que no quiere hablar como los que rompen el Estado. La riqueza lingüística debería ser un motivo de orgullo en un país. En México se hablan sesenta y cinco lenguas -más sus dialectos- y en todas se canta el himno nacional.

¿Qué es ser isleño?

Pensando en Eivissa, es ver un campo de almendros en flor, todo blanco, cuando da la sensación de que encima de los árboles hay nieve. Ser isleño es crear la nieve, sobreponerse a las limitaciones del territorio teniendo en cuenta que todos los recursos son compartidos y son finitos.

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