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Cosas de Francia que nunca te he dicho: la victoria del Frente Nacional

La líder del Frente Nacional (FN) francés, Marine Le Pen. / Efe

Daniel Fuentes Castro

A finales del siglo XIX, el caso Dreyfus (una falsa acusación de traición a un militar de origen judío-alsaciano) puso de manifiesto la existencia de una Francia visceralmente nacionalista y separó a la sociedad francesa en dos frentes que han sobrevivido hasta nuestros días. Los españoles deberíamos comprender fácilmente qué significa eso de “las dos Francias”.

El caso Dreyfus marcó a muchas personalidades de la época. Jean Jaurès, líder de la izquierda reformista, estaba convencido en un principio de la culpabilidad de Dreyfus y sin embargo, ante la evidencia de los hechos, terminó por defenderle abiertamente. Jaurès es recordado en Francia por haber señalado el auge de los nacionalismos y, sobre todo, como símbolo del antibelicismo.

El 31 de julio de 1914, tres días después de que Austria-Hungría declarase la guerra a Serbia, Jaurès escribió en L’Humanité: “El mayor peligro en el momento actual no está en los hechos en sí mismos (…) está en el nerviosismo que crece, en la inquietud que se propaga, en los impulsos que nacen del miedo, de la incertidumbre afilada, de la ansiedad prolongada”. Ese mismo día, en el Café Le Croissant de París, fue asesinado por un estudiante de extrema derecha. Tres días después Francia y Alemania entraban en guerra con el apoyo, entre otros, de esa izquierda antibelicista que se había quedado descabezada.

Francia fue a la guerra entusiasmada, convencida de una victoria rápida, pero las trincheras se convirtieron en una auténtica carnicería donde un millón y medio de soldados franceses dejó su vida. Otros cuatro millones de “gueules cassées” (mutilados de guerra que recibieron este apodo a causa de las heridas de metralla en la cara) devolvieron a Francia a la realidad. La situación en el frente condujo a un empate técnico que solamente desequilibró la ayuda material de Estados Unidos.

La Primera Guerra Mundial terminó el 11 de noviembre de 1918, pero el tratado de paz no se firmó hasta el 28 de junio de 1919. En las negociaciones que condujeron al Tratado de Versailles la postura más dura e intransigente fue la de Georges Clemenceau, representante de Francia, más preocupado por las fronteras y por aplastar al enemigo en la derrota que por la vida futura en Europa.

El economista John Maynard Keynes, que formaba parte de la delegación británica, dimitió de su cargo antes de que se firmase el tratado. Keynes estaba decepcionado por el extremo nacionalismo que reinaba en las negociaciones y por el hecho de que las reparaciones que se exigían a Alemania no tenían en cuenta su capacidad de pago. Su obra Las consecuencias económicas de la paz, publicada antes de terminar aquel mismo año, está llena de pasajes memorables.

Keynes describe a Clemenceau “entronado, con sus guantes grises, en una silla brocada, con el alma reseca y vacío de esperanza, muy viejo y cansado, pero inspeccionando la escena con un aire cínico y casi pícaro”. Y añade de él que “lo único que podía hacerse era tener ideas diferentes acerca de la naturaleza del hombre civilizado, o por lo menos entregarse a otras esperanzas que las suyas”. También es célebre su lúcida advertencia: “Si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará”.

La postura radical de Clemenceau se impuso en el Tratado de Versalles y la venganza anunciada por Keynes llegó. Y de qué manera.

El 16 de julio de 1942 se escribió en París una de las páginas más infames de la Historia de Europa. Más de 13.000 personas fueron arrestadas aquel día sin haber cometido delito alguno. Muchas de estas personas consiguieron escapar, otras fueron conducidas directamente a los campos de internamiento de Drancy, Beaune-la-Rolande y Pithiviers, aproximadamente 7.000 fueron retenidas durante una semana en el velódromo de invierno sin comida y con un sólo punto de agua a su disposición.

De los 4.115 niños arrestados aquel día ninguno regresó de Auschwitz. Menos de cien adultos lo hicieron. Fue la “rafle du Vel d’Hiv” (la redada del velódromo de invierno), en la que participaron miles de policías y gendarmes franceses. Ni un sólo soldado alemán fue movilizado.

Aunque Francia ha reconocido formalmente su responsabilidad en los hechos, muchos franceses consideran que el Gobierno de Vichy no era Francia y que la única Francia era la Francia “libre” exiliada en Londres. Por supuesto, no todos los franceses fueron cómplices de esta barbarie. También existió la Francia de Jean Moulin.

Hoy, a uno se le encoge el estómago al leer la placa en la fachada de la escuela pública del número 3 de la rue Béranger. O cualquiera de las otras 14 placas en otras tantas escuelas e institutos del tercer arrondissement, 12 en el cuatro, 16 en el quinto… decenas de placas similares en escuelas e institutos de todo París.

A Jean-Marie Le Pen la ocupación nazi no le parece que haya sido “particularmente inhumana” y pone en duda la existencia de las cámaras de gas, que califica en todo caso como “un point de détail” de la Segunda Guerra Mundial. Ha sido condenado en diferentes ocasiones: amenazas de muerte a un comisario de policía, delitos fiscales, agresiones físicas (una de ellas a la alcaldesa de Mantes-la-Ville, en liza electoral con su hija Marie-Caroline Lepen durante las legislativas de 1997), violencia en reunión, injurias públicas, apología de crímenes de guerra, antisemitismo insidioso, difamación, etc.

Jean-Marie Le Pen fue el segundo candidato más votado en las elecciones presidenciales de 2002. Su otra hija Marine Le Pen acaba de convertir al Frente Nacional en el primer partido de Francia.

Es un error pretender explicar la victoria del Frente Nacional en las recientes elecciones europeas echando mano de la baja participación, del voto de castigo, del contexto económico o del euroescepticismo. Sin duda que estos factores han contribuido al éxito electoral de la extrema derecha, pero el problema es más profundo.

El Frente Nacional hurga hábilmente en la herida del descontento social para vender humo de derechas en lo económico, humo de izquierdas en lo social y humo nacionalista en cuestiones identitarias. Su discurso es intelectualmente pobre, pero la imagen de Marine Le Pen es más amable que la de su padre y su diagnóstico de la realidad es más acertado que el de los demás grandes partidos (no en las causas ni en los remedios, pero sí en identificar los síntomas del descontento social). Se ha impuesto sin el apoyo de los medios ni de las instituciones. No es un aviso, es un peligro.

El Frente Nacional no habla el lenguaje al que hacía referencia Francois Mitterand el 10 de mayo de 1981 cuando, tras ser elegido presidente, dijo aquello de “des centaines de millions d'Hommes sur la Terre sauront ce soir que la France est prête à leur parler le langage qu’ils ont appris à aimer d’elle”. Afortunadamente la Francia que sí habla ese lenguaje es más numerosa, más sana y más tolerante. Si algo he aprendido de mis estudiantes es que todos somos hijos de la inmigración. Et, pour ma part, fier de l’être.

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