Escuelas cerradas y destruidas: así compromete la guerra la educación y el futuro de los niños de Gaza
Cuando Mohammad Mosa se vio obligado a huir de su casa en octubre para ponerse a salvo, se llevó su portátil con la esperanza de reanudar las clases por Zoom entre un bombardeo y otro. Mosa, de 14 años, aspira a conseguir una beca y confiaba en que, como pasó en las otras guerras que ha vivido, podría seguir con sus estudios. Pero dos meses después, lo único que ha aprendido es a hacer pan en una hoguera. Los intensos bombardeos y un férreo bloqueo han convertido la vida de la población civil en Gaza en una lucha diaria por sobrevivir, y la educación es una de las muchas víctimas.
“En estos momentos no hay ningún tipo de educación o escolarización en la Franja de Gaza”, explica Jonathan Crick, portavoz de UNICEF en Jerusalén. “Antes de que escalaran las hostilidades había aproximadamente 625.000 estudiantes [en edad escolar] en la Franja, pero ahora ninguno de ellos va a la escuela. El nivel de violencia y las hostilidades en curso, los intensos bombardeos que se están produciendo, impiden que puedan recibir una educación”.
Fuera de Gaza, esta tragedia ha pasado relativamente desapercibida en un contexto de necesidades humanitarias más urgentes. Más de 8.000 niños han muerto, miles han resultado heridos y no se vislumbra el fin de los bombardeos. Otros se mueren de hambre, están gravemente enfermos o corren el riesgo de contraer enfermedades porque no tienen acceso a agua potable ni a saneamiento.
Pasarán muchas semanas, y probablemente muchos meses, antes de que los niños de Gaza vuelvan a las aulas. Para los supervivientes, esta interrupción de su educación, que se suma al tiempo perdido por la pandemia de COVID-19 y conflictos anteriores, proyectará una larga sombra sobre su futuro, sobre el que ya pesará el legado de traumas y pérdidas de esta guerra.
No hay perspectivas de reapertura de las escuelas mientras los ataques aéreos y los bombardeos se sucedan con una intensidad que no ha perdonado ni a las aulas, ni a los profesores, ni a los alumnos de Gaza. “Quiero mucho a mis alumnos y pienso en ellos todo el tiempo. Antes, su mayor deseo era obtener una puntuación perfecta en sus exámenes. Ahora, piensan en cómo sobrevivir a la muerte y al desplazamiento”, dice Suha Musa, que antes de la guerra era profesora de matemáticas en la escuela solo para chicos de Al-Zaytoun, en el oeste de Gaza.
A mediados de diciembre, 352 edificios escolares habían resultado dañados, más del 70% de la infraestructura educativa de Gaza, según cálculos de la ONU. Muchos de los centros educativos que siguen en pie se han convertido en refugios, incluidas las más de 150 escuelas de la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNWRA) y unas 130 gestionadas por las autoridades locales. “Por supuesto, no pueden impartir ningún tipo de clase cuando los refugios ya están abarrotados”, indica Crick.
Más de 200 profesores muertos
Hay cientos de miembros del personal que, al igual que sus alumnos, nunca volverán a las aulas. Al menos 200 profesores han muerto y más de 500 han resultado heridos. Los supervivientes están desplazados –el 80% de los habitantes de la Franja se han visto obligados a dejar su hogar– y no están en condiciones de trabajar o aprender. Tienen hambre, sed y frío, y apenas acceso a electricidad o Internet.
“Mis compañeros de clase, de mi club de boxeo y de mi club de inglés han huido de la ciudad de Gaza, y la comunicación es difícil porque hay muy poca conexión a Internet”, explica Mosa, cuya casa está en una zona donde los soldados israelíes libran combates terrestres con militantes de Hamás.
A los problemas logísticos se suman los traumas crecientes, las noticias de familiares y amigos muertos, heridos o desaparecidos. Incluso antes de que comenzara el conflicto, cuatro de cada cinco niños de Gaza vivían con depresión, miedo y dolor. “Me enteré de que mi amigo Ahmed Yaghi está en Jan Younis, y las noticias de hoy mencionaban bombardeos en esa zona”, cuenta Mosa. “No pude comunicarme para saber cómo estaba, y luego recibí la devastadora noticia de que habían matado a mi amigo Ibrahim y a toda su familia”. Lloró cuando se enteró de las muertes. Como muchos otros niños de Gaza, sus sueños se han reducido a esperar que cesen las bombas. “Cuando empezaron de nuevo los bombardeos [tras el alto el fuego temporal], me pareció insoportable. Sólo espero que termine la guerra para poder volver a una vida normal”, explica.
Los educadores y los grupos de ayuda advierten de que, aunque se acuerde un alto el fuego a largo plazo, la vuelta a algo parecido a la normalidad en Gaza llevará mucho tiempo porque los daños han sido enormes. “Cuando hablamos de educación, hablamos de un sistema, como ocurre con la sanidad”, afirma Crick. “Es absolutamente imposible que estos sistemas vuelvan a funcionar sin un alto el fuego humanitario duradero. Es esencial para poder ayudar a los niños adecuadamente y a gran escala”.
Las aulas serán el primer gran problema, porque ya había escasez antes de este conflicto. Muchas escuelas funcionaban en dos turnos, en los que un conjunto de edificios alberga una “escuela” por las mañanas y otra cohorte de alumnos por las tardes, por lo que los daños en un solo edificio pueden suponer que dos escuelas dejen de funcionar. “Se pueden imaginar el reto que supondrá relanzar un sistema educativo en condiciones, cuando ya estaba en una situación tan catastrófica”, lamenta Crick.
Además, hay que tener en cuenta el equipamiento y el material didáctico. En las escuelas que siguen en pie, los refugiados desesperados han estado utilizando sillas y bancos de madera como leña para cocinar porque no hay gas.
Las organizaciones de ayuda humanitaria pueden distribuir tiendas y material, pero el personal docente será mucho más difícil de reemplazar. Los estudiantes y colegas universitarios que lloran la muerte de Refaat Alareer, poeta asesinado por un ataque aéreo israelí, dicen que echarán de menos sus clases tanto como sus escritos.
“Enseñar para él era una vocación, no una profesión”, afirma Akram Habeeb, colega del departamento de inglés de la Universidad Islámica de Gaza, donde Alareer impartía clases sobre Shakespeare. “No creo que ningún profesor pueda sustituirle en este momento. Siempre animaba a sus alumnos a ser creativos, a pensar de forma creativa. No quería que se limitaran a seguir lo que él decía”.
Alareer no murió en la universidad, pero el campus también ha sido bombardeado, y entre otras víctimas del profesorado se encuentra el presidente de la universidad, Sufyan Tayeh, que murió junto con su familia en otro ataque aéreo israelí. Aunque se reconstruyan las aulas, se traigan libros de texto y se forme a nuevos profesores, a Musa le preocupa que los niños vean sus escuelas de otra manera, después de que tantos hayan pasado tiempo hacinados en ellas, soportando frío, hambre, suciedad y terror. “La imagen que los alumnos tienen de sus escuelas, cómo las valoran, cambió después de que se convirtieran en refugios”, afirma. “Su salud mental se verá sin duda afectada por las difíciles condiciones que están soportando. Necesitarán mucho tiempo para prepararse para volver a estudiar”.
Traducción de Emma Reverter
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