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Los 'populares' europeos, ante el 26M: mirar al centro o abrazar a la extrema derecha como piden Orbán y Berlusconi

El ministro italiano del Interior, Matteo Salvini, recibe al primer ministro húngaro, Viktor Orban.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

Los democristianos, liberales y socialdemócratas llevan colaborando desde el final de la Segunda Guerra Mundial para construir un espacio económico y político que ahora se llama Unión Europea. Son las tres familias las que han ido poniendo los pilares de una arquitectura institucional que ahora abarca 28 países y más de 500 millones de personas. Ese edificio ya no es tan ágil ni tan accesible ni ha sabido dar más respuestas a la crisis económica que austeridad, recortes y ayudas a la banca.

Este ciclo electoral europeo de cinco años arrancó con una amenaza de desborde por la izquierda, con la victoria electoral de Syriza en Grecia, la irrupción de Podemos y el ascenso de Jean-Luc Melenchon, acariciando la segunda vuelta en las presidenciales francesas de 2017.

Pero a mitad de ciclo, la extrema derecha se ha subido a una ola que le está dando frutos en Italia, Francia, Hungría, Polonia, Finlandia: apelar al miedo ante la migración, los musulmanes y la tachada como ideología de género. Y culpar de todo ello a los eurócratas del establishment comunitario. Como ha hecho el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, con su campaña política contra el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, lo cual le ha valido ser suspendido del Partido Popular Europeo cautelarmente.

Orbán, eso sí, puede presumir de ser de los pocos líderes europeos que se intercambia halagos con el presidente de EEUU, Donald Trump. “Viktor Orbán es un líder enormemente respetado, respetado en toda Europa. Un poco controvertido, probablemente, como yo, pero no pasa nada. Usted está haciendo un gran trabajo y está manteniendo seguro a su país”, aseguró Trump este lunes por la noche al comienzo de su reunión en la Casa Blanca con el primer ministro húngaro.

“Ha hecho lo correcto en temas de inmigración, según mucha gente. Algunos de los problemas que están teniendo en Europa son tremendos, porque han hecho las cosas de forma diferente que el primer ministro [húngaro]”, opinó el mandatario estadounidense.

Pero ese es el debate que atraviesa a los populares europeos. ¿Seguir fieles a los principios democristianos y huir de la narrativa ultraderechista y de quienes la practican? ¿Seguir leales a los aliados tradicionales de la construcción institucional europea, socialdemócratas y liberales? ¿O dejarse seducir por esa narrativa política que promete irrumpir en el Parlamento Europeo y cambiar de aliados para buscar una nueva mayoría con quienes están pescando en el mismo caladero de votos?

De momento, el primer ministro húngaro llama “héroe” al hombre fuerte del Gobierno italiano, Matteo Salvini; el primer ministro austriaco y estrella al alza del PPE, Sebastian Kurz, gobierna con la extrema derecha; y Silvio Berlusconi pide que se haga lo propio tras el 26 de mayo.

Pablo Casado apuntaba ese camino hace semanas. Ganó Andalucía gracias al pacto con Vox, pero el batacazo el 28A parece que les ha hecho reflexionar con vistas a las europeas. “En Europa no hay bloques”, ha sentenciado el eurodiputado Esteban González Pons.

Lo cierto es que mientras que la principal líder del Partido Popular Europeo, la canciller alemana, Angela Merkel, nunca ha buscado acuerdos con su extrema derecha, sino siempre con socialdemócratas y liberales, Berlusconi ya llegó a alianzas con la Liga en el pasado para ser primer ministro. Con la Lega y con la Alianza Nacional de Gianfranco Fini. Y ahora quiere repetirlas.

Hasta ahora, la ausencia de grupos políticos con mayoría absoluta en el Parlamento Europeo se había resuelto con acuerdos entre socialdemócratas, populares y liberales para repartirse los cargos de la Comisión y el Parlamento Europeo y garantizarse legislaturas con pocos sobresaltos.

Pero si la derecha ahora gira hacia la extrema derecha, sería un cambio fundamental de mayorías en el Parlamento Europeo. Según las últimas proyecciones proporcionadas por la Eurocámara el 18 de abril, el EPP con los tres grupos ultraconservadores y de extrema derecha (ECR, EFDD y ENF) podría garantizarse el 47,01% de los escaños.

En todo caso, una cosa son acordar apoyos con la extrema derecha y otra asumir su discurso político, como ha podido hacer Casado en el pasado cuando retorció los datos para acusar al Gobierno de un supuesto efecto llamada con la migración o cuando aseguró que Quim Torra quería una Guerra Civil y que era quien mandaba sobre el Gobierno de Sánchez junto con el “batasuno Otegi y los comunistas de Podemos” –aunque el Ejecutivo socialista convocara elecciones precisamente por falta de apoyo de los independentistas catalanes– .

Ahora ha sido el austriaco Sebastian Kurz, quien este domingo afirmaba que “nadie necesita regulaciones de la UE, por ejemplo, para la preparación de schnitzel [escalope vienés] y patatas fritas”. A través de un comunicado, criticó lo que denominó “locura reguladora” y “paternalismo” de Bruselas, y sugirió que “en lugar de exigir más y más dinero, la UE debería dejar de decirle a la gente cómo tiene vivir”.

Aquí Kurz se olvida de que quien manda en Bruselas son los Gobiernos, como el austriaco, que son los que toman las decisiones que luego pone en marcha la Comisión Europea y el Parlamento Europeo termina por aprobar. Tampoco dijo Kurz es qué directiva le dice a los austriacos cómo cocinar sus filetes y sus patatas. Y tampoco explicó que está compitiendo con sus socios de coalición de la extrema derecha, FPÖ, por el voto antiUE en plena campaña.

¿Qué pasará a partir del 27 de mayo? ¿Con quién buscarán los populares conformar mayorías? ¿Raíces democristianas y pactos con socialdemócratas y liberales o acuerdos con ultras y soberanistas patrióticos? Los populares europeos se debaten entre sus dos grandes almas. Y, seguramente, el mapa político surgido de las urnas será determinante en la batalla interna.

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