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Por qué Suecia vive una espiral de violencia pandillera sin precedentes

Agentes de la Policía sueca tras un tiroteo en Jordbro que dejó un muerto, a finales de septiembre.

Òscar Gelis Pons

Copenhague —

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Septiembre ha sido un mes fatídico en Suecia por la cifra de muertos por armas de fuego y explosiones. Las últimas tres muertes ocurrieron en menos de 12 horas, entre la tarde y la noche del 27 de setiembre.

El primer asesinato tuvo lugar en un campo de fútbol de un barrio del sur de Estocolmo, que a las seis de la tarde se encontraba lleno de familias recogiendo a los niños después del entreno. Todo el mundo presenció el tiroteo en el que murió un joven de 18 años relacionado con el entorno de las pandillas. Unas horas después, la Policía de Estocolmo recibió el aviso de un nuevo tiroteo en otra zona del sur de la capital en el que murió un hombre de 30 años, también relacionado con las pandillas.

La tercera muerte de la noche fue tras la explosión en una casa en un suburbio de la ciudad de Uppsala. En este caso, la Policía sueca cree que la víctima, una mujer de 25 años que murió mientras estaba en la cama, era inocente. Se sospecha que los sicarios se equivocaron y que, en realidad, el explosivo que dañó cinco casas iba dirigido contra la vivienda de al lado, donde vive un miembro de otra pandilla.

Récord de muertes

La espiral de violencia que vive el país escandinavo en el último mes ha dejado un total de 12 víctimas mortales. Esta cifra es excepcional incluso para Suecia, que en los últimos años lidera el ranking de delitos con violencia armada en la Unión Europea. El 2022 fue un año de récord en el país con 391 tiroteos relacionados con las pandillas, que provocaron 63 fallecidos. Este año ya se han producido 44 muertes y la Policía ha registrado una media de un tiroteo no mortal al día.

La violencia sin precedentes también ha llevado al Gobierno sueco a tomar medidas. En un discurso televisado el pasado jueves el primer ministro, Ulf Kristersson, anunció que las fuerzas armadas ayudarán a la Policía en la lucha contra los grupos criminales. “Cada vez más niños y personas inocentes se ven afectadas por la violencia grave. Suecia no ha visto nada como esto antes”, dijo Kristersson para justificar la propuesta.

En su discurso, el primer ministro conservador añadió que “son tiempos difíciles para Suecia” y culpó a la “ingenuidad política” y a la “integración fallida” de haber provocado una situación que el país nórdico lleva arrastrando desde hace años.

Los líderes de las pandillas

Según las autoridades y los criminólogos, detrás de la espiral de violencia del último mes se encuentra una guerra abierta entre pandillas por el control del narcotráfico, principalmente de cocaína y hachís. En concreto, todas las miradas apuntan a un hombre: Rawa Majid, líder de la banda Foxtrot.

Majid nació en Suecia en una familia proveniente de Irak y en su historial consta una extensa lista de delitos por tráfico de drogas y por planificar asesinatos. Actualmente, Majid se encuentra escondido en Turquía y, pese a que Suecia pidió su extradición, el líder de la banda también tiene nacionalidad turca, por lo que no puede ser enviado y juzgado en el país nórdico. Se especula que desde Turquía Majid lleva dirigiendo la banda Foxtrot desde el 2018, en su lucha por hacerse con el control del mercado de las drogas en las ciudades de Estocolmo y Uppsala.

La Policía cree que su mayor rival es Mikael Tenezos (24 años), apodado “el griego”, pero las autoridades también apuntan a que la escalada de violencia de los últimos meses coincide con una guerra abierta entre Majid y un desertor de su banda apodado “Jordgubben” (la fresa).

Según las fuerzas policiales, actualmente hay 30.000 personas conectadas con las pandillas y se calcula que cada día se reclutan tres miembros más, muchos de ellos hombres muy jóvenes o menores de edad. En el mes de agosto, la opinión pública se estremeció por el caso de Milo (13 años), encontrado torturado y asesinado en un bosque a las afueras de Estocolmo. El caso puso en evidencia que la mayoría de víctimas en esta guerra de pandillas tienen entre 15 y 29 años.

¿Ha fallado la integración?

Los criminólogos señalan que una de las causas por las que la Policía tiene tantas dificultades para detener a los principales actores que perpetúan la violencia es el hecho de que “las pandillas no tienen una organización ni una jerarquía clara y están formadas por individuos muy jóvenes”, explica a elDiario.es Ardavan Khoshnood, investigador en criminología de la Universidad de Lund.

Según el experto, este hecho favorece la aparición de escisiones en las pandillas, lo que alimenta las disputas y la espiral de crímenes vengativos entre grupos. Otro factor es la impunidad de estos crímenes y unas leyes que, hasta ahora, habían sido laxas frente a este fenómeno.

Prueba de ello, señala Khoshnood, es que solamente el 25% de los casos relacionados con delitos de armas que terminan en los tribunales acaban con una sentencia condenatoria. El control del mercado negro de armas es otro de los objetivos en los que la Policía concentra sus esfuerzos, ya que las autoridades han incautado auténticos arsenales militares, incluidos rifles semiautomáticos de todo tipo y pistolas. “Estas armas llegan de forma clandestina desde la República Checa, Rumanía y los Balcanes a través de Alemania y Dinamarca y en Suecia tienen una demanda enorme”, apunta Khoshnood.

En los últimos seis años, Suecia ha desplegado 3.300 policías más en las calles y, desde la llegada del nuevo Gobierno conservador, se debate cómo implementar medidas punitivas más duras contra las pandillas, como la creación de centros penitenciarios para menores de 15 a 17 años o la imposición de penas dobles para los delitos con armas de fuego.

Sin embargo, el investigador de la Universidad de Lund apunta que “los cambios legislativos tardarán al menos una década en notarse en las calles”. El investigador, igual que otros expertos, no evita señalar que “hay una conexión entre la inmigración y la violencia de las pandillas y la relación es que muchos de los miembros son nacidos en Suecia con padres inmigrantes”. Aunque subraya que “el problema no es la inmigración, sino la falta de responsabilidad del Gobierno durante décadas para intentar integrarlos”.

Para Camila Salazar, directora del área de conocimiento de Fryshuset (una organización que trabaja en Estocolmo en la prevención de la violencia juvenil), “las pandillas son el síntoma de múltiples fracasos en la sociedad”. Salazar afirma a elDiario.es que organizaciones como la suya, que trabajan en barrios vulnerables, llevan “diez años advirtiendo de cómo se ha normalizado la violencia sin que nadie del Gobierno haya escuchado”. “¿Por qué no?”, se pregunta y añade: “No importa cuántas personas se metan en la cárcel, tenemos una cola de jóvenes que, por conseguir dinero, reconocimiento y un sentido de pertenencia a un grupo, están dispuestos a unirse a las pandillas”.

Salazar termina diciendo que no hay solamente un motivo, como la inmigración, que explique el fenómeno de las pandillas criminales: “Tenemos que mirar la desigualdad en nuestra sociedad, cómo son las escuelas y los servicios sociales, cómo funciona el mercado laboral y otros factores conectados con la pobreza. Decir que los inmigrantes tienen la culpa de la violencia es un argumento demasiado fácil”.

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