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The Guardian en español

Como feminista lesbiana negra, apoyo a Bernie Sanders en su carrera a la Casa Blanca

El candidato demócrata Bernie Sanders durante un evento el pasado 5 de febrero Derry, New Hampshire, Estados Unidos

Barbara Smith

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En 1977, fui una de las coautoras de la Declaración Colectiva del Río Combahee, un documento que ponía de manifiesto las formas de opresión económica y social solapadas a las que se enfrentan las mujeres negras. Esta declaración acuñó el término “políticas de identidad” y fue clave para que los movimientos internacionales de izquierda y a otros movimientos políticos pudieran ver la desigualdad como un fenómeno estructural e interseccional que afecta de manera diferente a los grupos oprimidos.

Estas ideas siguen estando vigentes. Sin embargo, el apoyo a las políticas de identidad y la interseccionalidad no es más que una mera expresión en boga, y eso me parece descorazonador. He decidido apoyar la candidatura de Bernie Sanders a la presidencia de Estados Unidos porque creo que su programa y su comprensión de la política complementan las prioridades que las mujeres negras definieron hace décadas.

Nací en plena era de las leyes de Jim Crow –base de la segregación racial–, en 1946. El país en el que crecí, salvo algunas excepciones, tenía el firme compromiso de mantener a las personas como yo en su sitio. Mis antepasados se encuentran entre los valientes afroamericanos que participaron en la primera ola de lo que se denomina 'gran migración' después de la I Guerra Mundial, que tuvo lugar durante una época aún más peligrosa que la posterior ola que siguió a la II Guerra Mundial. Terminaron en Cleveland, Ohio. Aunque vivíamos en un estado del norte, el racismo y la segregación moldearon cada aspecto de nuestra vida cotidiana. Me convertí en una activista del movimiento por los derechos civiles cuando era adolescente.

Mientras yo crecía en Cleveland, Bernie Sanders, que era unos años mayor, lo hacía en Brooklyn, Nueva York. Se percató de algunas de las mismas paradojas e injusticias que yo y llegó a una conclusión similar: que tenía que implicarse.

Mucho antes de que sopesara presentarse como candidato a un cargo, y mucho menos para el de presidente de Estados Unidos, Sanders luchó por la justicia racial. Él y yo trabajamos en diferentes ramas locales de la misma organización, el Congreso de Igualdad Racial (Core), que se centraba en la segregación de facto en los estados del norte del país.

Como se comprende poco cómo eran las aterradoras condiciones del apartheid estadounidense de mediados del siglo XX, algunas personas creen que el papel que desempeñó Sanders en la lucha por los derechos civiles fue insignificante o piensan que en aquella época muchas personas blancas dieron su apoyo a la liberación de los negros y los derechos humanos. Nada más lejos de la realidad. Apoyo a Sanders porque, a diferencia de la mayoría de los miembros de su generación, de joven decidió desafiar las leyes de Jim Crow. Me pregunto si otros candidatos pueden decir lo mismo.

Sanders ha dedicado la mayor parte de su vida a los movimientos sociales. Los ha moldeado y ha sido moldeado por ellos. Entiende que el cambio más sustancial y significativo viene de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo. La Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derechos de Voto de 1965, por nombrar dos ejemplos, no habrían sido posibles sin un movimiento social de gran envergadura. La guerra de Vietnam terminó porque un movimiento de masas finalmente obligó a la élite política a poner fin a la carnicería. Sanders y yo también estábamos en ese movimiento.

El candidato ha afirmado que, si es elegido presidente será un “el gran organizador”. Se ha comprometido a luchar por los trabajadores de a pie, que somos la mayoría, y tiene la ventaja de estar conectado con un movimiento social de base amplia ya existente. Como presidente puede impulsar políticas que den a las personas más perjudicadas por el sistema actual pleno acceso a las oportunidades y a una vida digna.

Al menos 140 millones de personas en Estados Unidos viven en la pobreza o no tienen suficientes ingresos para cubrir las necesidades básicas de su familia en materia de alimentación, vivienda y atención de la salud. Las mujeres, las personas negras, los miembros de la comunidad LGBTQ+, las personas con discapacidades, los niños y los ancianos son una parte desproporcionada de estos 140 millones.

Algunas voces críticas cuestionan que a Sanders le preocupen las formas específicas en las que las personas con diferentes identidades que se cruzan experimentan la opresión. Como feminista lesbiana negra que ha estado trabajando en el terreno desde mediados de la década de los 70, creo que, de entre todos los candidatos, su liderazgo nos ofrece la mejor oportunidad de erradicar las injusticias específicas que sufren los grupos marginados de Estados Unidos. En 2016 trabajé en el comité directivo de LGBTQ para la campaña de Sanders. Ahora todavía me emociona más apoyarlo.

Miren la diversidad y la vitalidad de sus seguidores. Su campaña está impulsada por un movimiento de base que incluye a miles de mujeres y personas racializadas. El auge que reflejan las encuestas más recientes se debe en gran parte al apoyo de los votantes negros, hispanohablantes e inmigrantes. Las asambleas electorales multilingües en Iowa apoyaron a Sanders por un gran margen. Cuatro de las mujeres racializadas más dinámicas del Congreso, las representantes Pramila Jayapal, Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar y Rashida Tlaib han dado su apoyo a Bernie.

Las apuestas no podrían ser más altas. Antes de las elecciones de 2016, temía un retorno a la era de las leyes de Jim Crow señalizado por el eslogan “Hagamos a EEUU grande de nuevo”, que obviamente significaba “blanco”. Tristemente, eso es exactamente lo que ha pasado. Tener a Trump cuatro años más en la Casa Blanca me resulta inconcebible. Y es por este motivo que trabajo para que Bernie Sanders sea el nuevo presidente de Estados Unidos.

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*Barbara Smith es una autora, activista y académica independiente. Es cofundadora del Colectivo del Río Combahee y de la editorial Kitchen Table: Women of Color Press.

Traducido por Emma Reverter

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