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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

The Guardian en español

Las bandas refuerzan su control en un Haití asfixiado por la violencia: “Es un asedio, una guerra”

Fotografía de archivo de dos hombres cargan el cuerpo de una persona en Puerto Príncipe.

Tom Phillips / Etienne Côté-Paluck

Puerto Príncipe —

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Nielsen Daily Fierrier se tiró al suelo mientras los combatientes de las pandillas y policías se disparaban frente a su casa, cerca de la capital haitiana, a finales del mes pasado. “Desde las 6:00 horas de la mañana hasta las 18:00 horas, los disparos apenas cesaron”, dice este electricista de 25 años de Pétion-Ville, un barrio de clase media situado en las colinas al sur de Puerto Príncipe.

“Por la mañana, había breves pausas de tres o cuatro minutos antes de que se reanudaran los disparos. Pero durante la tarde el tiroteo fue ininterrumpido”, dice Fierrier sobre los enfrentamientos, en los que varios vecinos resultaron heridos y uno murió. “Había salido de casa sin documentos de identidad y, al parecer, le dispararon por error”, dice el electricista, con la voz entrecortada por la emoción. “Era alguien de la zona, iba de camino a su casa”.

No muy lejos de allí, un cooperante británico también esperaba agazapado la evacuación. La zona solía ser considerada un santuario relativamente seguro ante los episodios de violencia y catástrofes naturales, cuenta Matt Knight, de la organización humanitaria GOAL, mientras se escuchan los disparos fuera. “Ahora la batalla ha llegado a Pétion-Ville”.

Sembrar el terror en “los distritos más ricos”

Semanas después de que una coalición de grupos criminales llamada “Viv Ansanm” (Vivir Juntos) sumiera a la capital de Haití en el caos mediante una arriesgada ofensiva contra el Estado, la violencia continúa, y ha llegado a lugares que durante mucho tiempo fueron considerados oasis de calma. Los motivos detrás de esa extensión hacia zonas como Pétion-Ville, Laboule y Thomasin no están claros.

Amy Wilentz, periodista estadounidense que lleva casi cuatro décadas cubriendo Haití, cree que estos ataques, muy inusuales, buscan intimidar a los miembros de la élite política y económica de Haití que viven en esos enclaves y que podrían formar parte de un futuro gobierno después de que Ariel Henry, el primer ministro, se viera obligado a dimitir por la insurrección de las bandas. “Es muy calculado... y da mucho miedo”, dice Wilentz. Emmanuela Douyon, activista y escritora haitiana, piensa que sembrar el terror en los distritos más ricos es, en parte, una forma de proyectar poder y ganar territorio, pero que fundamentalmente se trata de una estrategia de los grupos armados para hacerse pasar por revolucionarios que desafían a los ricos en nombre de las masas oprimidas de Haití.

En declaraciones a Sky News –uno de las pocos medios extranjeros que llegaron a Puerto Príncipe desde que el inicio de la revuelta, el 29 de febrero–, el principal portavoz de las bandas arremetió contra las élites corruptas de Haití y la brecha  “indecente” entre ricos y pobres. “Tenemos las armas en la mano y es con las armas como debemos liberar este país”, declaró a la cadena británica Jimmy Chérizier, un famoso líder pandillero apodado Barbecue. Douyon y muchos otros haitianos desdeñan tal actitud. “Solo están adoptando este discurso y esta narrativa para tratar de ganarse la simpatía de la gente y que les perdonen por lo que han hecho”, dice la activista. Muchos sospechan que están utilizando la violencia para obligar a los futuros líderes de Haití a concederles una amnistía. “Nadie en Haití cree que quienes integran una banda sean revolucionarios”, añade Douyon. “Son violadores, asesinos, secuestradores”.

Robert Fatton, profesor de Política Haitiana de la Universidad de Virginia, coincide en que las bandas “están intentando presentarse como revolucionarios, [aunque] no tienen nada de revolucionarios”. “La mayoría de esos grupos fueron financiados y creados por políticos y élites empresariales, y ahora tienen una gran autonomía respecto a esas fuerzas y disfrutan de ese poder”, dice Fatton. Y añade: “Al menos en mi opinión, esto no representa ningún tipo de levantamiento popular, y mucho menos una revolución”.

Revolución o no, es innegable que la insurrección ha trastornado a la capital haitiana, donde se han incendiado y saqueado comisarías y oficinas gubernamentales, se cerró el aeropuerto y miles de presos han sido liberados de la cárcel.

La ONU ha alertado de que Haití se enfrenta a una “situación de cataclismo”, con las instituciones estatales “al borde del colapso”, la violencia fuera de control y 1,4 millones de personas “a un paso de la hambruna”, mientras que el ya frágil sistema sanitario haitiano también está al borde del abismo: 18 instituciones sanitarias en la región capital ya no funcionan, incluido el mayor hospital público del país, el hospital de la Universidad Estatal. Más de 1.500 personas murieron en los tres primeros meses de este año, frente a los 4.451 fallecidos a lo largo de todo 2023.

“El vacío de gobernabilidad en Haití ha dejado a todos luchando por el poder y el dominio. Creo que eso es lo que estamos viendo... Es una batalla campal”, dice Wilentz, que compara la agitación con el dechoukaj (desarraigo), el saqueo y la violencia que siguieron a la caída del dictador Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier en 1986. “Esto es como un dechoukaj gigante, pero en aquel solo hubo machetes y piedras. Fue grotesco, pero nadie tenía armas”. El levantamiento de 2024, en cambio, se está llevando a cabo con la ayuda de un amplio y sofisticado arsenal de armas semiautomáticas, en su mayoría introducidas de contrabando desde Estados Unidos gracias a sus laxas leyes sobre armas de fuego. “Resulta chocante que, a pesar de la terrible situación, sigan entrando armas. Hago un llamamiento para una aplicación más efectiva del embargo de armas”, declaró el comisionado de derechos humanos de la ONU, Volker Türk.

A la espera del Consejo de Transición

Hay quien cree que la clave para una posible solución está en el Consejo Presidencial de Transición, que se está constituyendo con la esperanza de conducir al país caribeño hacia unas nuevas elecciones. Haití actualmente carece de cargos electos y no ha tenido un presidente electo desde 2021, año en que el entonces presidente Jovenel Moïse fue asesinado en su casa. El Consejo también tiene la tarea de allanar el camino para el despliegue de una controvertida “misión de apoyo a la seguridad”, un operativo multinacional liderada por Kenia, supuestamente diseñada para asistir a la fuerza policial haitiana en su lucha contra las bandas que, según se cree, tienen bajo su control casi toda la capital.

En la primera declaración del Consejo, ocho de los nueve miembros se comprometieron a trabajar juntos para restaurar “el orden público y democrático” y “aliviar el sufrimiento del pueblo haitiano, atrapado durante demasiado tiempo entre el mal gobierno, la violencia polifacética y el desprecio por sus opiniones y necesidades”. “Estamos en un momento crucial”, declaró el grupo, que incluye a representantes de partidos políticos como Fanmi Lavalas y Pitit Desalin, de la sociedad civil y del sector privado. “Es imperativo que todo el país se una para superar esta crisis”.

En Semana Santa hubo tímidas señales de una tregua en la violencia pero, por ahora, hay pocos indicios de que vaya a haber una paz duradera. El pasado lunes estallaron violentos enfrentamientos en el amplio parque Champs de Mars, en las inmediaciones del Palacio Nacional, tiroteos que se produjeron tras varios días de una calma tensa en algunos puntos de la capital. El pasado jueves, el Programa Mundial de Alimentos ha revelado que el hambre ha alcanzado niveles récord en el país en medio de la actual espiral de violencia.

Más de 53.000 personas se han visto desplazadas de la capital por los enfrentamientos, según la ONU, mientras que Estados Unidos, Canadá y Francia han trasladado a cientos de sus ciudadanos en helicópteros para ponerlos a salvo. “Para mí, el mensaje que se está dando [con estas evacuaciones] es que no se va a hacer nada y que todo el mundo teme demasiado a las bandas como para dejar a sus ciudadanos en esta vorágine”, dice Wilentz, que advierte de las desastrosas consecuencias humanitarias para los millones de personas que queden atrás.

“Es un asedio, es una guerra”, añade. “Y cuando la gente se encuentra en ese tipo de situación desesperada, tiende a recoger sus cosas y dirigirse a la costa más cercana. Y entonces se suben a barcos y muchos mueren en el agua”.

Traducción de Julián Cnochaert.

Este artículo ha sido actualizado por la redacción de elDiario.es.

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