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The Guardian en español

Los ataques en el paso más importante del mundo para la producción petrolera avivan el conflicto entre EEUU e Irán

Imagen de uno de los cargueros atacados este jueves en el Estrecho de Ormuz.

Martin Chulov

Los ataques del jueves contra dos petroleros en el Golfo de Omán han puesto nerviosos a los mercados y han aumentado el malestar en una región que lleva gran parte del año preparándose para un conflicto.

Las explosiones y los daños fueron mayores que en los ataques del 12 de mayo, pero el mensaje y su forma de transmisión guardan varias similitudes. Como entonces, han sido medios afines a Hezbolá, del Líbano, y a Irán los que dieron la primicia a pocos minutos de las agresiones.

Las imágenes de los dos barcos en llamas hablan por sí solas. Lo que está en juego es una de las vías navegables de mayor importancia estratégica global, con un actor regional debilitado por sanciones cada vez más severas que no le aparta la mirada a la superpotencia decidida a imponer su voluntad.

Por la gran cantidad de barcos que lo transitan, el Estrecho de Ormuz parece una autopista de cuatro carriles. Una quinta parte de las exportaciones de petróleo de todo el mundo pasan por este canal, el más importante del mundo para la producción petrolera.

Basta con que se hable de una posible obstrucción del estrecho para que los mercados petroleros se alteren. Pero lo que está ocurriendo ahora es mucho más grave. Los frecuentes y aparentemente aleatorios bombardeos de petroleros han llevado la preocupación por la seguridad energética a un nivel que no se veía desde la llamada guerra de los petroleros, una de las formas que tomó la guerra Irán-Irak a mediados de los ochenta, cuando se hundieron y dañaron 543 buques (provocando tres años de turbulencia en los mercados de energía).

El jueves por la tarde, dos grandes navieras ya dijeron que dejaban en suspenso sus contratos con puertos petroleros del Golfo Pérsico.

La mayor parte del enfrentamiento entre Irán y Estados Unidos que se ha cocinado bajo la Administración Trump ha tenido lugar en tierra firme. Irán ha consolidado su presencia en el territorio iraquí a expensas de Washington, que no ha avanzado mucho en sus intentos de poner a Bagdad en su favor. En el Líbano, el dominio casi total del espacio político por parte de Irán también ha sido a costa de Washington y de Arabia Saudí.

Aún más frágiles son los intereses de Estados Unidos y sus aliados en mares y océanos. Casi un tercio del crudo global y sus derivados es transportado por petroleros que pasan por el Estrecho de Ormuz, a pocas millas de la costa iraní, antes de navegar hacia todos los puntos del mundo industrializado.

Con el creciente peso de las sanciones estadounidenses, Irán está tratando de garantizar sus ingresos por exportación de petróleo con barcos que utilizan la misma vía marítima. Los líderes iraníes entienden perfectamente la importancia de las aguas del Golfo, tanto para la economía iraní como para las arcas de sus enemigos. Igual que ocurrió en mayo, los ataques de esta semana fueron dirigidos contra buques que habían cargado en puertos de Arabia Saudí y de Emiratos.

Ali Shamkhani, secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Irán, ya había amenazado en febrero con cerrar el estrecho si sus exportaciones de petróleo se veían amenazadas. “Hay muchas maneras de hacer que eso suceda”, dijo. “Esperamos no vernos obligados a usarlas”.

Irán negó enérgicamente su participación cuando ocurrieron los ataques de mayo y lo mismo ha hecho este jueves. Javad Zarif, su ministro de Asuntos Exteriores, dijo que eran “extremadamente sospechosos”. Mientras tanto, los medios iraníes han sugerido la posibilidad de un complot, teniendo en cuenta que uno de los buques atacados es de propiedad japonesa y que la agresión coincidió con una reunión entre el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y el líder iraní, Ali Jamenei.

El gobierno iraní no confía en Trump, pero entiende que el objetivo de la guerra económica lanzada por la Casa Blanca, así como el de las amenazas militares, no es comenzar una guerra de bombardeos, sino mejorar la posición negociadora para renegociar el acuerdo nuclear firmado por Barack Obama y roto el año pasado por Trump.

Se sabe que Jamenei se opone firmemente a nuevas conversaciones, sobre todo si se inician desde una posición de aparente debilidad, y ha pedido a sus subordinados que midan al milímetro cualquier reacción a las maniobras del Gobierno estadounidense. Jamenei cree que la intención de Estados Unidos es dar marcha atrás con el avance que logró Irán en la región tras la expulsión de Sadam Hussein y el fin de su régimen.

Las autoridades estadounidenses sugirieron desde el mismo jueves que detrás de los últimos ataques podría estar Irán. Si es así, los próximos días y semanas serán una prueba de fuego para las dos partes. El actual enfoque de confrontación de Washington combina castigo económico con músculo militar. Al otro lado, Irán sigue desafiando y asestando picotazos perfectamente calibrados para demostrar su alcance.

Según Ali Vaez, analista senior de Irán y director de la unidad sobre Irán en el International Crisis Group, “si Irán está detrás de los ataques, será una demostración clara de que una política estadounidense basada exclusivamente en la coacción puede tener efectos contraproducentes”. “Los aliados deben hacer esfuerzos diplomáticos para reducir la tensión, pero como Washington siga con una estrategia de todo o nada, no van a poder resolverla”.

Traducido por Francisco de Zárate

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