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The Guardian en español

Un explosivo documental sobre la policía de Nueva York demuestra su racismo estructural

Crimen + Castigo, un documental de Stephen Maing

Jake Nevins

En cualquier ambiente de corrupción y malas prácticas sistemáticas aparecen naturalmente filtradores. Pero rara vez podemos ver el rostro humano que hay detrás de estos actos de valentía, mucho menos saber el coste psicológico que conlleva ser un engranaje más de la máquina de un sistema que saben que es injusto.

Y es exactamente eso logra el director Stephen Maing en Crime + Punishment, su más reciente documental sobre 12 policías, todos afroamericanos, que se enfrentaron al sistema ilegal y secreto de cuotas del Departamento de Policía de Nueva York (NYPD). Su trabajo sirvió para una demanda colectiva contra el departamento por su práctica de presionar a los agentes a presentar un número predeterminado de arrestos y citaciones por mes, a menudo en comunidades negras consideradas de “alto nivel de criminalidad”.

El documental comienza con una conversación telefónica clandestina entre Maing y Sandy Gonzalez, un agente con 12 años de experiencia y el primero de una docena de agentes rebeldes. “Me están atacando por los números que presenté”, dice Gonzalez, que acabó degradado tras resistirse a las exigencias de su supervisor. Luego nos vemos en un acto de graduación de la academia de policía, se escucha la canción New York, New York y el comisario Bill Bratton se pone a hablar poéticamente sobre la ciudad que ha “recuperado sus calles”.

Bratton, considerado abiertamente como el arquitecto de la teoría de los cristales rotos que llevó la vigilancia más agresiva a las comunidades minoritarias enfocándose en los llamados “delitos menores”, aparece en el documental insistiendo en que el NYPD persigue las conductas, no a las comunidades afroamericanas.

Sin embargo, las imágenes y el audio que recoge Maing –a menudo filmado a propósito desde cierta distancia y siendo en gran parte conversaciones grabadas entre los 12 policías y sus supervisores– sugieren otra cosa.

“No pedimos permiso al Departamento para filmar esta historia”, aclara Maing, que antes de Crime + Punishment dirigió varios documentales en cortometrajes y mediometrajes sobre la policía de Nueva York. “Había situaciones y experiencias que sabíamos que el público no creería si no las veía de primera mano. Así que si me ubicaba inteligentemente en un par de sitios diferentes en la película, podía generar la sensación de que tanto yo como el público éramos como recién llegados a algunas de estas situaciones”.

El resultado es una visión extraordinariamente panorámica y aun así detallada del sistema de justicia penal en la ciudad de Nueva York, destacado por la yuxtaposición de tomas generales y de paisajes urbanos con el trabajo de tambaleantes cámaras ocultas. Por momentos, Crime + Punishment funciona como cine de testimonio, pero en otros parece una construcción planificada cuidadosamente.

Lo más impresionante es el nivel de acceso que ha conseguido Maing. Gran parte de la película consiste en el seguimiento de los policías informantes, como Gonzalez, Edwin Raymond y Felicia Whiteley, pero también se documenta a los abogados e investigadores privados que trabajaban con los jóvenes directamente afectados por el sistema de cuotas.

“En un momento de la filmación, comprendí claramente que si no podíamos mostrar el daño colateral, es decir la experiencia humana de la gente víctima de estos excesos policiales en comunidades donde viven minorías, entonces no podríamos transmitir el sentido urgente de esto”, explica Maing, que tras cuatro años de rodaje tenía más de mil horas de material. “Lo que no debe perderse de vista es que estos son policías reales, familias reales, jóvenes reales que pasan meses o años en la cárcel, condenados por delitos que no han sido probados o sin pruebas suficientes”.

Uno de estos jóvenes es Pedro Hernandez, un adolescente del Bronx encarcelado en la prisión de Rikers por acusaciones de posesión de arma de fuego y agresión que luego fueron retiradas. En una gran escena que hace hervir la sangre, su madre muestra hojas y hojas de cargos desestimados. El caso de Hernandez fue asumido por el investigador privado Manny Gomez, un policía que abandonó el Cuerpo y cuyas investigaciones han llevado al sobreseimiento de casi 100 acusaciones. Intrépido y corpulento, es una de las figuras que Maing siguió entre 2014 y 2017, ganándose su confianza mientras el grupo de los policías informantes crecía en número y en fuerza.

El abanderado extraoficial de la demanda colectiva contra el NYPD es Raymond, quien tiene una conversación en una escena con su supervisor, que le sugiere de forma nada tímida que Raymond no fue ascendido por ser un “llamativo” hombre negro con “rastas”.

En un momento del documental, Raymond resume poderosamente la injusticia del sistema de cuotas: “La realidad es que las fuerzas de seguridad utilizan a la comunidad negra para generar ingresos”. Las implicaciones de este tipo de mala praxis institucional tienen un amplio alcance, dado que las políticas del NYPD, la fuerza policial más grande y más conocida de Estados Unidos, se replican en todo el país.

“Hay muchos departamentos de policía que usan la guía de patrulla del NYPD como referencia y, en algunos casos, copian sus políticas palabra por palabra”, afirma Maing, refiriéndose a la forma en que la política de cristales rotos ha sido adaptada en sitios como Ferguson, donde la muerte de Michael Brown puso en marcha al movimiento Black Lives Matter.

“Tenemos que tener un debate en serio sobre si estas prácticas y herramientas de verdad ayudan a construir confianza dentro de la comunidad. ¿Ayudan a mantener o incrementar el respeto al uniforme (policial) en las comunidades de color? Es alarmante la idea de que la policía ha perdido el respeto y la legitimidad como consecuencia de prácticas que socavan el contrato social entre los agentes y las comunidades minoritarias”.

Mientras el documental se proyecta en varios festivales cinematográficos, a Maing se le acercan agentes de policía que se quejan de prácticas similares en sus propios departamentos. Esto le ha demostrado que las cuestiones raciales y policiales no encajan exactamente en las estructuras binarias que han dominado gran parte de nuestro discurso político.

“Lo que realmente me entusiasma de este proyecto es que esta es una voz que no hemos escuchado aún”, dice. “No encaja en esa división entre progresistas radicalmente antipolicía y conservadores radicalmente propolicía a cualquier precio”.

Al poner en primer plano el impacto psicológico y físico de ser forzado, como dice Raymond, “a participar en algo que quita aún más derechos a la población negra”, Maing ha realizado un documental que se preocupa más por la ética que por la política. No sólo las políticas del NYPD han trascendido nuestra forma convencional de análisis “progresista versus conservador” –los acontecimientos del documental suceden durante la gestión del alcalde demócrata Bill de Blasio– sino que los policías rebeldes que se enfrentan al sistema lo hacen por un sincero deseo de reforma, no para desmantelar el Departamento.

“El delito es una realidad y necesitamos a la policía”, asegura Maing. “Esto no se trata solamente de policías contrariados que quieren ajustar cuentas o que quieren hacerse ricos y famosos. Estos son policías que de verdad creen en su misión”.

Crime + Punishment, con su mensaje explosivo y su hábil realización, llega en un momento en que los debates con matices sobre este tema no son bien recibidos. Es más difícil que nunca, dice el director, romper con la hegemonía de los titulares de Washington, desde los tuiteos del presidente a la más reciente grabación secreta de Omarosa. Pero en un país que ya sufría por cuestiones raciales y policiales, la gravedad moral, social y legislativa de la película se revela mucho más explícitamente.

“Después de hacer este documental, oí a mucha gente decir ‘si me sucediera algo a mí, no sé si querría llamar a la policía porque me da miedo de que le hagan algo malo a una persona negra’”, recuerda Maing. “Es cada vez más difícil tener un debate racional y tranquilo sobre lo que funciona y lo que no funciona en cuestiones policiales. Quizás por esta misma razón este sea el momento oportuno para profundizar en esta historia”.

Traducido por Lucía Balducci

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