Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Una denuncia de la extrema derecha lleva al límite al Gobierno de Sánchez
Crónica - El día que Sánchez se declaró humano. Por Esther Palomera
Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder

The Guardian en español

La guerra civil en EEUU todavía no ha terminado y Trump es el presidente de la Confederación

Ilustración de Pablo J. Álvarez

Rebecca Solnit

Cuando se cumplen 158 años de la Guerra de Secesión de Estados Unidos, es decir, en 2018, la Confederación ha resurgido con fuerza. Ataca, evidentemente, a los negros, pero también a los migrantes, los judíos, los musulmanes, los hispanos, las personas transexuales, los homosexuales y las mujeres que quieren poder decidir sobre su propio cuerpo. La Confederación aboga por un país en el que las armas y los productos tóxicos fluyan con total libertad, incluyendo aquellos que se vierten en los ríos, el mercurio de las plantas de carbón, las emisiones de carbono en la atmósfera y la actividad petrolera en lugares que estaban protegidos.

Sus partidarios parecen partir de la premisa de que los derechos de los demás limitan los derechos de los hombres blancos y que los derechos de estos últimos deben ser ilimitados. El filósofo brasileño Paulo Freire, experto en temas de educación, señaló en una ocasión que “los opresores tienen miedo de perder la libertad de oprimir”. Es evidente que no todos los hombres blancos están a favor de perpetuar esa vieja dominación. Sin embargo, aquellos que sí lo están tienen la sensación de que pesa una amenaza sobre ellos y sus privilegios, en una sociedad en la que la mujer va ganando terreno, el cambio demográfico está transformando Estados Unidos y los blancos serán minoría en 2045.

Si eres blanco, puedes pensar que la guerra de Secesión terminó en 1865. Sin embargo, lo cierto es que la resistencia a la Reconstrucción tras la guerra [un movimiento que quería terminar con las desigualdades causadas por la esclavitud y su legado], el ascenso de Jim Crow, todo el abanico de estrategias de segregación y vulneración de derechos y libertades, así como violencia, contra los afroamericanos, mantuvieron oprimido a este grupo y lo siguen castigando en el presente mediante acciones que podrían ser calificadas como una “guerra”.

Es importante recordar que el Ku Klux Klan también odiaba a los judíos y, en aquella época, a los católicos. La noción de blanco equivalía a ir en contra de los migrantes, la diversidad y la inclusión. También es importante recordar que las banderas confederadas no se izaron en 1865, es decir, el período inmediatamente posterior a la guerra, sino en los años 1960 como respuesta al movimiento de derechos civiles.

El país de las armas

También se puede hablar de Estados Unidos como “país en guerra” por el hecho de que la cantidad de armas que en estos momentos circula en el país sea incompatible con la paz. El país tiene el 5% de la población mundial y el 35-50% de las armas en manos de civiles; más armas per cápita que ningún otro país. También presenta la tasa más alta de muertes causadas por armas. No deja de sorprender que los tiroteos masivos, un fenómeno exclusivamente de hombres, que mayoritariamente son blancos, se han convertido en algo prácticamente diario.

Muchas sinagogas, comunidades judías, iglesias de la comunidad afroamericana y escuelas públicas organizan simulacros para protegerse del hombre armado; ese hombre que hemos visto en tantas crónicas de sucesos, un tipo miserable, resentido y que se cree con el derecho de matar y está preparado para hacerlo. El impacto psicológico de estos simulacros y el miedo, así como el coste económico de la seguridad es el precio que se tiene que pagar por el hecho de que otras personas tengan derecho a tener armas. También las muertes.

Durante ocho años, Estados Unidos tuvo un presidente que se esforzó por unir a la sociedad. Desde hace 21 meses el país está en manos de un presidente manifiestamente “confederado”, que ha defendido los monumentos, los valores y los objetivos de la Confederación ya que, de hecho, “devolver la grandeza a Estados Unidos” evoca la fantasía del dominio por parte de los hombres blancos. El fin de semana pasado también se podría haber llamado “devolver la amabilidad a Estados Unidos”. Sin embargo el martes se produjo otro ataque; un ataque contra uno de los logros del acuerdo de paz entre los estados del país, la 14ª Enmienda que establece que todo aquel que nace en Estados Unidos tiene el mismo derecho a la nacionalidad.

Mucho de lo que está en juego es la definición de “nosotros” y “nuestro”. “Nosotros, el pueblo de Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta”, dice el preámbulo de la Constitución. No quedaba claro quien formaba parte del “nosotros” y “del pueblo”. Conforme a este documento solo algunos hombres blancos tenían derecho a votar y establecía que la representación de cada estado dependía de la “cifra de personas libres, y una vez excluidos las comunidades indígenas no gravadas, tres quintas partes de las demás personas”. La expresión “demás personas” era una forma diplomática de mencionar a los esclavos negros que consideraban que la “Unión” era bastante imperfecta. “Quien es tu 'a nosotros'” es una pregunta que podríamos hacer a los cargos electos y que nos podríamos formular los unos a los otros.

“No ocuparéis nuestro lugar” gritaban los hombres blancos que se manifestaron en Charlottesville, Virginia, en 2017 en un evento que se organizó como respuesta al proyecto de retirar una estatua del general de la Confederación Robert E Lee. Cuando Dylann Roof asesinó a nueve afroamericanos el 17 de junio de 2015 en Charleston, en el estado de Carolina del Sur, indicó que “estáis violando a nuestras mujeres blancas, os estáis haciendo con el control sobre el mundo”. Su “nosotros” hacía referencia las personas blancas, tal vez los hombres blancos, ya que “nuestras mujeres” parece hacer referencia a las mujeres blancas como propiedad de los hombres blancos.

¿Quién domina el mundo?

En cuanto a “dominar el mundo”, aumenta el miedo y la rabia hacia la perspectiva de un país en el que los blancos sean minoría. “Estados Unidos excluye de su población, por medio del aborto, a millones de nuestros bebés”, explicó Steve King, un político republicano y miembro de la cámara de representantes, a una revista de extrema derecha austriaca. “A nuestra población sumamos cerca de 1,8 millones de bebés de los otros, que están educados en otra cultura. Cada año, nuestra cultura va disminuyendo y el reemplazo es de 2 a 1”. (No tuvo en cuenta el hecho de que en Estados Unidos cada año nacen unos 4 millones de bebés, ya que la precisión con las cifras no parece ser una de las prioridades de la extrema derecha).

Desde hace casi tres años, el actual presidente repite sin parar la noción de que los migrantes y los refugiados son delincuentes que representan un peligro para la población. Ha ido predicando un “nosotros” excluyente. Un fiel partidario de Trump en Florida envió bombas a políticos del Partido Demócrata y a destacadas personalidades progresistas, algunas de ellas judías. En Kentucky, un supremacista blanco disparó contra dos ancianos afroamericanos. Antes había intentado entrar en una iglesia de la comunidad afroamericana.

Tras los ataques, el presidente se quejó de los “globalistas”, una palabra antisemita en clave para referirse a los judíos, y cuando parte de sus seguidores pronunció el nombre del filántropo George Soros, una de las personalidades que recibió un paquete bomba, y gritó que “lo encerraran”, el presidente no dudó en repetir este mensaje. Y luego se produjo una masacre en una sinagoga.

El hombre que presuntamente mató a once personas en la sinagoga Tree of Life (árbol de la vida) el pasado sábado por la mañana se centró en lo que la extrema derecha, es decir, el presidente, Fox News y otros, le dijeron que era importante; los refugiados centroamericanos en el sur de México, más conocidos como “la caravana”. El hombre se creyó el discurso y se sintió atacado. Culpó a los judíos y muy especialmente a la entidad Hebrew Immigrant Aid Society, que proporciona ayuda humanitaria a los migrantes. Se cree que mientras disparaba a los feligreses con su AR-15 pronunció la frase “todos los judíos deben morir”. Antes del ataque colgó el siguiente mensaje en las redes sociales: “No me puedo quedar de brazos cruzados mientras mi gente es sacrificada”. “Su gente” vuelve a ser ese restrictivo “nosotros” con el que los supremacistas blancos quieren que personas como él se sientan identificadas.

El papel de los medios de derechas

Los medios de comunicación de derechas y también el presidente han presentado a los refugiados como una horda amenazante. “La sugerencia de Trump de que los habitantes de Oriente Medio se habían unido a la caravana tuvo lugar después de que un invitado en el programa de noticias de Fox & Friends insinuase que los combatientes de ISIS se están infiltrando en el grupo”, indica el sitio web de noticias políticas Hill. El vicepresidente, Mike Pence, justificó estas insinuaciones con más datos falsos. “Sería impensable que entre una multitud de 70.000 personas que avanza hacia nuestras fronteras no haya personas con raíces en Oriente Medio”, afirmó. Es decir: latinoamericanos, que también son musulmanes, y cuyo avance es culpa de los judíos. Refugiados que según Fox News, recuperando una antigua y horrenda tradición, podrían ser portadores de enfermedades mortales y contagiarnos (incluyendo la viruela y la lepra, que es quizás la menos contagiosa de todas las enfermedades contagiosas). Refugiados que son agresores. Un “ellos” distante para que con este mensaje de miedo nos unamos en torno a su noción de “nosotros”.

Tras la Guerra de Secesión no se produjo una reconciliación, nunca se sentaron las bases de lo que estaba mal y no debía repetirse, como hicieron los alemanes tras la Segunda Guerra Mundial. Nunca impulsamos un proceso de verdad y de reconciliación como hizo Sudáfrica. Hemos permitido que a lo largo y ancho del país haya estatuas que rinden tributo a los traidores y a los perdedores, a una bandera a favor de la esclavitud la hemos tratado con sentimentalismo y banalidad, y muchas grandes ciudades de Estados Unidos se alimentan de la diferencia racial a diario.

El general retirado Stanley McChrystal acaba de escribir una columna en la que explica que ha decidido prescindir de un retrato de Robert E Lee que lo ha acompañado durante 40 años. También explica que cuando un soldado rinde tributo a uno de los impulsores de una guerra contra el país significa que Estados Unidos tiene un problema de memoria histórica y ha distorsionado el pasado.

La semana pasada, el Washington Post informó de que un alto cargo del departamento de Asuntos de Veteranos finalmente optó por prescindir en su oficina de un retrato de un general de la Confederación que fue uno de los grandes impulsores del KKK, después de que sus subordinados, muchos de ellos afroamericanos, se quejaran. Los trabajadores contratados para retirar estatuas de la Confederación en Nueva Orleans fueron amenazados de muerte. Por otra parte, las ventas de banderas de la Confederación en ferias del estado de Nueva York también ha generado una polémica épica. La Confederación, que debería haberse extinguido hace 150 años, todavía perdura y los ataques recientes a la décimo cuarta enmienda no son más que un intento para que volvamos a la noción de desigualdad radical en derechos y salvaguardas. Una de las lacras de este país es la pobreza imaginaria; es decir, la sensación de que no tenemos suficientes recursos para todos.

Incluso antes de que se fundara Estados Unidos los puritanos y otros cristianos, que querían vivir en comunidades al margen del resto de la población, ya se enfrentaron con los pluralistas, y debatieron en torno a una visión más amplia o restrictiva del “nosotros”. En lo que ahora es el estado de Nuevo México, los criptojudíos, es decir, los judíos que ocultaron su fe para burlar la inquisición española, encontraron refugio en el siglo XVII. En 1657, los cuáqueros de lo que ahora es Queens, en Nueva York, impulsaron un manifiesto (Flushing Remonstrance) a favor de la tolerancia religiosa con el objetivo de oponerse al intento de la colonia holandesa de Nueva Ámsterdam de expulsar a los judíos y a cualquier otra persona que no formara parte de la Iglesia Reformada Holandesa.

Este impulso inclusivo y pluralista no se ha evaporado. Lo encontramos en un acto impulsado por una comunidad musulmana para recaudar fondos en favor de las víctimas de la masacre de la sinagoga. Así como en la labor que han llevado a cabo muchos musulmanes en los últimos años para proteger cementerios judíos. También en el apoyo a los musulmanes mostrado tras los atentados del 11-S por los familiares de los estadounidenses de origen japonés que fueron recluidos en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.

Así como en todos los esfuerzos de inclusión y la solidaridad mostrada desde esos ataques y en el trabajo de los defensores de los derechos humanos, entre los que se encuentra la Hebrew Immigrant Aid Society. En un mensaje que tuiteó la semana pasada, Mark Hetfield, responsable de esta entidad, indicó que: “Solíamos afirmar que acogíamos a los refugiados con los brazos abiertos porque eran judíos. Ahora los acogemos con los brazos abiertos porque somos judíos. Sabemos qué significa huir de la persecución y el terror. Somos refugiados”.

En defensa de los oprimidos

En realidad, no es necesario que te hayan oprimido o que seas descendiente de oprimidos para plantar cara a la opresión y defender a los oprimidos. Es tan fácil como tener una definición de “nosotros” que incluya a personas con diversidad de procedencias, lenguas, creencias religiosas, orientación sexual e identidad de género. Muchos de nosotros ya lo hacemos. Las grandes ciudades de Estados Unidos son ejemplos de convivencia. Muchos estadounidenses han traspasado fronteras raciales y religiosas cuando se han casado.

Otros han dedicado sus vidas a la defensa de la solidaridad y muchos apoyan un “nosotros, el pueblo de Estados Unidos” que incluya a personas de todas las procedencias. De hecho, los que optan por una definición excluyente no son mayoría pero en los últimos tiempos han conseguido un impacto mayor. La Confederación no ganó hace 150 años y tampoco va a ganar ahora, si lo analizamos a largo plazo. Sin embargo, hasta que pierda parece estar dispuesta a dar guerra y hacer tanto daño como sea posible.

A corto plazo, vale la pena esforzarse por intentar ganar el máximo terreno posible en las elecciones legislativas de este martes. Algunos políticos están a favor de controlar las armas mientras que otros son miembros de la Asociación Nacional del Rifle. Algunos quieren limitar los derechos reproductivos mientras que otros defienden estos derechos por considerar que son esenciales para que las mujeres puedan participar en nuestra sociedad de forma libre y desde la igualdad. Algunos se oponen a que los niños refugiados sean separados de sus padres, otros defienden este abuso a los menores. Las diferencias son abismales.

En cuanto a la estrategia a largo plazo es importante que esta confrontación termine con una nítida victoria de la noción de un país que defienda el pluralismo, con la confirmación de valores inclusivos y de los derechos humanos universales y de igualdad para todos. Los líderes judíos de Pittsburgh escribieron lo siguiente: “Presidente Trump, no eres bienvenido a Pittsburgh hasta que dejes de atacar a los migrantes y a los refugiados. La Torà nos enseña que todos los seres humanos están hechos a semejanza de Dios (b’tzelem Elohim). Y eso significa todos”.

Armas, aborto, libertad...

Cuando Trump ya no esté en la Casa Blanca, tendremos que lidiar con los partidarios de la Confederación y sus armas. Poner fin a la guerra significa terminar con su noción de “nosotros” y el hecho de que se crean con el derecho a atacar. Como nos recordó recientemente Michelle Alexander: “La historia de Estados Unidos se podría describir como una lucha entre los que defendían la idea revolucionaria de libertad, igualdad y justicia para todos, y aquellos que se oponían a esta visión”. Afirma que no somos la resistencia; somos el fluir del río que ellos intentan frenar. Ellos son la resistencia, la minoría, las personas que intentan parar el curso de la historia.

Tal vez para lograr la paz deberíamos crear un imaginario de abundancia, posibilidad y bienestar para que salgan de sus trincheras, entreguen las armas y se unan al proyecto. Significa no solo criticarlos sino también invitarlos a unirse al proyecto común; esto es una labor compleja y que requiere tiempo. Durante toda la semana he tenido en mente la canción Like a Soldier (como un soldado) de Johnny Cash. ¿Cómo hace un soldado para superar la guerra? No lo sé pero lo que es seguro es que el hecho de que la guerra haya terminado es de gran ayuda.

Sí sé que muchos de los problemas de Estados Unidos proceden de un imaginario de pobreza; la sensación de que no hay suficientes recursos para todos y que es necesario cerrar la puerta y construir muros para protegernos.

La lucha se libra para defender estos recursos. Es una lucha para decidir cómo se distribuyen y quién toma estas decisiones. Somos un país de grandes dimensiones y con desigualdades económicas; de hecho, desigualdades obscenas. Un país que siempre ha sido diverso y que en los distintos momentos de su historia se ha reafirmado el principio de igualdad y en la noción de derechos universales. Tal vez algún día estemos a la altura de las circunstancias. Esta parece ser la única alternativa realista para que todos nosotros podamos dar por terminada esta guerra civil eterna.

Traducido por Emma Reverter

Etiquetas
stats